sábado, 25 de noviembre de 2017

SANGRE O AMOR


Vigesimocuarta entrega de la serie de novelas protagonizadas por el comisario Brunetti, veneciano.

He cumplido, con gusto, mi cuota anual de Donna Leon y su comisario Brunetti.
Como el criminal que vuelve a la escena del crimen, Brunetti vuelve al escenario de su primera investigación La Fenice que acoge ópera y crimen, una combinación que siempre funciona. Aunque como ya he dicho en ocasiones anteriores, las novelas de Leon han ido perdiendo "fuelle" con el tiempo, debo reconecer, que me gusta Brunetti, me encanta la Srta Electra, me cansa Paola y a los hijos les daría un buen "repaso", pero.....la adicción es tal que no me pierdo ninguna novela de Donna Leon, a pesar de los pesares.
Entretenida para un "ratito corto" y para fieles a los personajes.

Sinopsis (Ed. Seix Barral)
Un admirador de la soprano Flavia Petrelli ha traspasado la línea que separa a un fan inofensivo de un seguidor obsesionado. Conoce todos los pasos de su ídolo, dónde se encuentra en cada momento e intenta llamar su atención colmándola de rosas amarillas y regalos caros. Y lo que es peor: todo apunta a que está detrás de una serie de ataques sufridos por amigos y personas del entorno de la diva. La cantante de ópera se encuentra en Venecia interpretando con éxito Tosca en el emblemático teatro La Fenice, así que será sólo cuestión de tiempo que el comisario Guido Brunetti, viejo amigo de la infancia que ha ayudado a la artista en ocasiones anteriores, ponga a todo su equipo a su servicio. Eso incluye investigar en el pasado de Petrelli y conocer el lado oscuro del mundo del espectáculo, las presiones y la rivalidad que crece detrás del escenario. Como reconoce la artista, «los fans son fans: nunca son amigos».
Peligroso es aquel que nada tiene que perder.

1

La mujer se arrodilló ante su amante, y con el rostro y el cuerpo rígidos de pavor se miró la mano manchada desangre. Estaba tendido con el brazo estirado y la palma vuelta hacia arriba, como rogándole que le diera algo; la vida, quizá. Ella le había tocado el pecho en un intento de que se levantara por que tenían que marcharse, pero al ver que no se movía lo había zarandeado: el dormilón de siempre, que no quería levantarse de la cama.
Entonces descubrió que la mano se le había teñido de rojo. Como en un acto reflejo, se la llevó a la boca para ahogar un grito; sabía que no debía hacer ningún ruido que delatase su presencia. No obstante, el terror pudo más que la cautela y empezó a gritar su nombre una y otra vez, diciéndose a sí misma que estaba muerto y que todo había terminado. Así, bañado en sangre.
Se miró y vio manchas rojas por todas partes: ¿cómo era posible que teniendo una palma tan pequeña hubiese esparcido tanta sangre? Se tocó los labios con los dedos de la otra, y al ver que éstos se teñían de la sangre que tenía en el rostro le sobrevino el pánico y pronunció su nombre. Era el fin. Lo llamaba sin cesar, cada vez más alto, pero él ya no podía contestarle; ni a ella ni a nadie. Sin pensar en lo que hacía, se inclinó sobre él para besarlo, lo agarró de los hombros y trató en vano de devolverle la vida, pero todo había terminado para ambos.

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