sábado, 25 de noviembre de 2017

EL ESTUDIANTE


Un buen thriller al año, nunca hace daño¡¡¡
Desde El Psicoanalista, leo periódicamente algún libro de John Katzenbach, y en estas lecturas ha habido de todo, buenos, regulares y malos-malísimos ....pero he de reconocer que este estudiante vengativo me ha hecho pasar un par de días estupendos.
Está clarísima la influencia del Psicoanalista porque el autor es un maestro en la descripción de personalidades psicopáticas, en resumen, un thriller trepidante de pasado, venganza y crimen, mucho crimen.
Recomendable para leer, sin complicarse la vida¡¡¡

Sinopsis (Ed. Ediciones B)
El fruto de la venganza es más venganza.
Mientras intenta mantenerse alejado del alcohol, Timothy Moth Warner alterna sus clases de posgrado en la Universidad de Miami con las reuniones de un grupo de autoayuda para adictos. Su tío Ed, médico psiquiatra y alcohólico rehabilitado, es su gran apoyo moral. Preocupado porque Ed ha faltado a una cita, Moth se dirige a la consulta de su tío y lo encuentra muerto. , en medio de un charco de sangre. Aparentemente, se ha disparado en la sien. Para la policía, se trata de un claro caso de suicidio y pronto da el caso por cerrado.
Sin embargo, Moth está convencido de que fue asesinado. Desolado y decidido a encontrar él mismo al asesino, busca apoyo en la única persona en la que puede confiar: Andrea Martine, que había sido su novia y a la que no ve desde hace cuatro años. Pese a que está sumida en la depresión tras haber vivido una situación traumática, Andy no puede dejar de escucharle.
Mientras luchan contra sus demonios interiores, los dos jóvenes se irán internando en un territorio oscuro y desconocido, habitado por una mente tortuosa y vengativa que no cejará ante nada para lograr su objetivo.

El estudiante (fragmento)

Primera Parte

CONVERSACIONES ENTRE DIFUNTOS
1
Timothy Warner encontró el cadáver de su tío porque aquella mañana se despertó con unas ansias intensas y terriblemente familiares, un vacío en su interior que zumbaba grave y repetidamente como la potente cuerda desafinada de una guitarra eléctrica. Al principio, creyó que era por haber soñado que bebía alegremente vodka helado con absoluta impunidad. Pero entonces se recordó que llevaba noventa y nueve días sin beber, y se dio cuenta de que si quería alcanzar los cien tendría que esforzarse para llegar sobrio al final del día. De modo que en cuanto su pie tocó el frío suelo al salir de la cama, antes de mirar por la ventana para ver qué día hacía, o de estirar los brazos para insuflar algo de vida a sus cansados músculos, cogió el iPhone y abrió la aplicación que contabilizaba los días que llevaba sin probar el alcohol. El noventa y ocho del día anterior saltó a noventa y nueve.
Se quedó mirando el número un momento. Ya no sentía una satisfacción estimulante, ni siquiera una ligera sensación de éxito. Aquel entusiasmo había desaparecido. Ahora sabía que el indicador diario era simplemente otro recordatorio de que siempre estaba en peligro. De recaer. De sucumbir. De dejarse llevar. De tener un pequeño resbalón.
Y entonces estaría acabado.
Puede que no enseguida, pero tarde o temprano. A veces pensaba que mantenerse sobrio era como hacer equilibrios en el borde de un hondo precipicio, contemplando vertiginosamente un inmenso Gran Cañón a sus pies mientras lo zarandeaba el vendaval. Una ráfaga lo tumbaría y se despeñaría al vacío.
Lo sabía del mismo modo que se sabe cualquier cosa.

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