viernes, 24 de noviembre de 2017

EL HOMBRE MÁS BUSCADO


RESEÑADO por Amelia Ruiz para LIBROS,  el 30 de Diciembre de 2014.
He terminado El hombre más buscado de John Le Carre. Lo mejor es que me ha atrapado después de épocas de lecturas leeeentas y reflexiiiivas. Aquí hay espionaje actual, terrorismo islámico, también terrorismo de Estado, muchísima acción, algo de romanticismo, personajes escépticos unos, idealistas otros, en suma, de nuevo Le Carre en su más pura esencia.

Sinopsis (Ed. Debolsillo)
Un joven ruso sin papeles y muerto de hambre consigue llegar a la ciudad de Hamburgo. Lleva encima una sorprendente cantidad de dinero. Es musulmán devoto, o así se declara. Dice llamarse Isa. Annabel, una joven alemana muy idealista y abogada defensora de derechos civiles, decide luchar con todos sus medios para que no lo deporten. Para ella su cliente es más importante que su propio puesto de trabajo. Para salvarlo se enfrenta a Tommy Brue, un británico de sesenta años, heredero de Brue Frères de Hamburgo, un banco al borde de la quiebra... Así nace un triángulo de amores imposibles.
Mientras tanto, los espías de tres naciones, dedicados a la lucha antiterrorista, están convencidos de que han localizado a un importante terrorista islámico y esperan el momento idóneo para actuar.

El hombre más buscado (fragmento)

1
Huelga decir que no podemos culpar a un boxeador turco, campeón de los pesos pesados, de no advertir, mientras pasea tranquilamente por una calle de Hamburgo con su madre del brazo, que le sigue los pasos un muchacho flaco envuelto en un abrigo negro.
El Gran Melik, como lo llamaban con admiración en su barrio, era un gigante de hombre, greñudo, desaliñado y campechano, con una sonrisa espontánea y amplia, el pelo negro recogido en una coleta y unos andares cimbreantes y desenvueltos que, incluso sin su madre, abarcaban media acera. A los veinte años, era una celebridad en su pequeño mundo, y no solo por sus proezas en el cuadrilátero: representante juvenil electo de su club deportivo islámico, finalista tres años consecutivos en los cien metros mariposa del Campeonato del Norte de Alemania y, por si fuera poco, portero titular de su equipo de fútbol de los sábados.
Como la mayoría de las personas de envergadura considerable, estaba más acostumbrado a ser mirado que a mirar, y he ahí otra de las razones por las que aquel muchacho flaco le siguió los pasos sin que lo advirtiera durante tres días y tres noches.
Sus miradas se cruzaron por primera vez cuando Melik y su madre, Leyla, salían de la agencia de viajes al-Umma, recién de Melik en su pueblo natal, a un paso de Ankara. Melik se sintió observado, echó un vistazo alrededor, y se encontró frente a frente con un muchacho alto, de su misma estatura, delgadísimo, de barba enmarañada, ojos enrojecidos en lo más hondo de las cuencas y un largo abrigo negro en el que habrían cabido tres magos. Llevaba envuelta al cuello una kefiya negra y blanca y, colgada al hombro, una alforja de piel de camello más propia de un turista. Fijó la mirada en Melik, luego en Leyla. Después la posó de nuevo en Melik, y si bien no pestañeó, en aquellos ojos intensos y hundidos se traslució una expresión de súplica.

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