jueves, 23 de noviembre de 2017

CUENTOS DE DETECTIVES VICTORIANOS


Inmersa en cuentos de detectives victorianos, simultaneando esta magnífica antología con la primera novela de Delphine de Vigán, os mantendré informados, pero como adelanto os ofrezco la lista de autores-creadores de estos detectives:
WILLIAM E. BURTON (1804-1860)
CHARLES DICKENS (1812-1870)
WILKIE COLLINS (1824-1889)
JAMES MCLEVY (1796-1875)...
WATERS (?-?)
ANDREW FORRESTER, HIJO (1832-1909)
ELLEN WOOD (1814-1887)
JAMES MCGOVAN (1845-1919)
RICHARD DOWLING (1846-1898)
GILBERT CAMPBELL (1838 -1899)
ARTHUR CONAN DOYLE (1859-1930)
GRANT ALLEN (1848-1899)
C. L. PIRKIS (1841-1910)
FERGUS HUME (1859-1932)
M. P. SHIEL (1865-1947)
ARTHUR MORRISON (1863-1945)
GEORGE R. SIMS (1847-1922)
M. MCDONNELL BODKIN (1850-1933)
E. (?-?) y H. HERON (1876-1922)
CUTCLIFFE HYNE (1865-1944)
VICTOR L. WHITECHURCH (1868-1933)
ROBERT BARR (1849-1912)

Sinopsis (Ed. Alba)
«Me llamo Sherlock Holmes, y mi profesión consiste en saber lo que otros no saben»: antes de que el famoso detective creado por Arthur Conan Doyle pudiera pronunciar estas palabras en 1891, el relato detectivesco llevaba más de cincuenta años definiéndose. Todavía en 1850 Dickens aseguraba que los «procedimientos» de los detectives seguían «siendo una incógnita». El largo reinado de Victoria de Inglaterra (1837-1901) vio nacer el género, desarrollarse y fructificar en la variedad y la exuberancia que el siglo XX recogería, dando pie a una de las tradiciones narrativas más populares e influyentes de nuestra época.
Esta antología de Cuentos de detectives victorianos, seleccionada por Ana Useros y traducida por Catalina Martínez Muñoz, reúne veintiséis piezas que muestran perfectamente la evolución del género desde sus orígenes (en un cuento redescubierto recientemente, «La cámara secreta», cuatro años anterior a Los crímenes de la calle Morgue de E. A. Poe). Del detective sabueso que persigue incansable a su presa al genio de la deducción que resuelve crímenes apenas sin moverse de la butaca, del criminal tosco y pasional al cerebro impune y refinado, de los actos brutales a las tramas alambicadas vistosas, este volumen permite un ameno recorrido por la historia de un género cuyas bases sentaron no solo autores célebres como Dickens, Wilkie Collins y Conan Doyle sino también excelentes narradores que merecen rescatarse del olvido.

Cuentos de detectives victorianos (fragmento)

Tan solo sé que tengo el alma rota
por una pena que no encuentra consuelo.
Transcurrirán los años sin olvido,
y volveré a sentir esta aflicción
cuando quiera asaltarme su recuerdo.
Esa luz misteriosa y melancólica,
la mirada lasciva del idiota,
el incesante tedio del ocioso,
y la pobre muchacha con su media sonrisa,
en pugna por el último suspiro.

CRABBE (William E. Burton)

Hará cosa de ochos años fui el humilde instrumento para desentrañar un curioso caso de infamia acontecido en un barrio de Londres y digno de ser consignado como ejemplo de esa parte de la «vida» que transcurre sin pausa en los rincones y los tugurios de la Gran Metrópoli. Mi relato, aunque tiene los ingredientes románticos necesarios para ser una ficción, es de lo más corriente en algunos de sus detalles: una mezcolanza de vida real en la que una conspiración, un secuestro, un convento y un manicomio se entrecruzan con agentes de policía, coches de alquiler y una vieja lavandera. Lamento de igual modo que mi heroína, amén de no tener un enamorado, sea completamente ajena a la influencia de la pasión y no sufra el asedio de los hombres en razón de su belleza trascendente.
La señora Lobenstein era la viuda de un cochero alemán al servicio de una familia noble en su viaje desde el continente. Previendo una larga ausencia, el cochero convenció a su mujer de que lo acompañara con su única hija y se instalaran en las habitaciones que para su uso personal les facilitarían en una de las caballerizas más elegantes del oeste de Londres. El señor Lobenstein, sin embargo, apenas tuvo tiempo de abrazar a su familia antes de que un súbito ataque lo enviase al otro mundo y su mujer quedase desamparada en el arduo camino de la vida con una hija de muy corta edad.
Con una pequeña ayuda del caballero a cuyo servicio se hallaba el fallecido, la señora Lobenstein logró ganarse la vida dignamente ejerciendo el honrado oficio de lavandera para numerosas familias de la nobleza, además de un puñado de dandis, solteros de costumbres disipadas y hombres de paso por la ciudad. La niña fue creciendo y resultó ser una ayuda antes que una carga para su madre, y la viuda descubrió que su camino no era enteramente desolado ni estaba «entorpecido por las zarzas de la desesperación».

No hay comentarios:

Publicar un comentario