viernes, 24 de noviembre de 2017

BARRIO PERDIDO


No podía terminar el año sin leer al Nobel de Literatura 2014, ya bastante delito tiene no haberlo leído antes....y por fin he puesto remedio a tamaña carencia.
Empiezo mis lecturas de Modiano (y digo empiezo porque esto no acaba aquí, de ninguna manera) con Barrio Perdido, una suerte de ejercicio de memoria y búsqueda en París, y obviando la belleza de la ciudad que Modiano describe de una forma poéticamente perfecta, la novela discurre por caminos introspectivos muy claros, tiene algún tinte de "novela negra" porque hay secretos que nunca se desvelan. Me ha gustado mucho y como no se explicarlo bien os dejo un párrafo que según la revista Factor Crítico resume la novela (yo estoy de acuerdo):
«Inmóvil, con los ojos bien abiertos, me voy despojando del grueso caparazón de escritor inglés bajo el que llevo veinte años escondido. No moverse. Esperar a que finalice el descenso a través del tiempo, como quien salta en paracaídas. Tomar tierra en el París de antaño. Visitar las ruinas y rebuscar entre ellas los vestigios de uno mismo. Intentar responder a todas las preguntas que quedaron pendientes.»

Sinopsis (Ed. Cabaret Voltaire)
Un domingo de julio, Ambrose Guise, escritor de novelas policíacas, regresa a París tras veinte años de ausencia para encontrarse con su editor japonés. Pronto surgen el París de su memoria, los misterios de su pasado y su verdadera identidad: Jean Dekker. Barrio perdido nos adentra en una ciudad crepuscular, llena de lugares y personajes extraños: el apartamento de Carmen Blin frente a la Place de l’Alma, los archivos que dejó Daniel de Rocroy, las codificadas conversaciones con Ghita Wattier… Barrio perdido es el Dekker que desapareció después de un crimen sin resolver.

Barrio perdido (fragmento)
"Pronunció la frase en tono de desprecio irónico. Los Hayward no debían caerle bien. Demasiadas idas y venidas en su casa, supongo.
Se dirigió hacia la puerta. Por un momento creí que iba a plantarse ante ella e impedirnos la salida. Pero no. Sin dejar de mirarnos, accionó el pestillo.
Entreabrió la puerta dejando una estrecha abertura para que saliéramos. Antes de que nos coláramos por el resquicio, uno tras otro, nos volvió a mirar con tal insistencia que pensé si no querría grabarse en la memoria nuestros rasgos con la mayor precisión posible. Sí, no me cabía duda de que había oído los disparos.
Ella se aferraba a mi brazo y de vez en cuando sufría temblores nerviosos. Dimos la vuelta a la place du Trocadéro. Uno de los cafés estaba aún abierto y nos sentamos en un velador de la terraza. A lo lejos, gente saliendo del teatro Chaillot, en grupos que venían hacia nosotros. También ellos se sentaban en los veladores cercanos, entre un barullo de conversaciones. Varios autocares turísticos brillaban en la linde de la explanada.
Pedí dos kirs. Luego, otros dos. Y dos más. La chica estaba ya menos pálida y no temblaba. Intenté tranquilizarla. Aún nos quedaban unos instantes de respiro. Nadie podría encontrarnos, en la terraza de este café, un sábado por la noche, en pleno mes de junio, entre turistas y gentes que salían del teatro. Pero ¿dónde pasar la noche? Al salir del café, me fijé en la placa negra de un hotel, al principio de la avenue Raymond-Poincaré, a mano izquierda. Sobre la placa negra brillaba «Hotel Malakoff» en letras doradas.
En la recepción, el portero de noche no nos pidió la documentación, pero sí me dio una ficha para que la rellenara. Yo no quería que me viera azorado, así que escribí mi verdadero nombre: Jean Dekker, y mi verdadera fecha de nacimiento: 25 de julio de 1945. Incluso el lugar exacto de mi nacimiento: Boulogne-Billancourt. En el apartado dirección, dudé un instante y escribí: 2, avenue Rodin. París (XVI). Pero hoy me pregunto si no lo hice adrede.
No se durmió hasta el alba. Me pidió que dejara encendida la lamparita de noche. Con la mejilla izquierda apoyada en la almohada y el brazo izquierdo replegado, se abrazaba el hombro con la mano, en un gesto de protección. La contemplé durante mucho rato para no olvidar su rostro. Una muchacha de veinte años. De estatura media. Morena. Olor a lavanda. Hasta ahora, no ha sido identificada.
Apagué la lamparita. Con los zapatos en la mano, me deslicé de puntillas fuera de la habitación. Cerré la puerta muy despacio y en el pasillo me até los zapatos.
Cuando llegué a la place du Trocadéro estaba saliendo el sol. Era el inicio del verano. Por un momento, tuve la tentación de cruzar la explanada del Palais Chaillot para contemplar por última vez la Tour Eiffel y, allá abajo, los árboles frondosos, los tejados, el Sena, los puentes. "

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