sábado, 25 de noviembre de 2017

NADIE SE SALVA SOLO


"...brazos flácidos que no se avergüenza de tener al descubierto para él, que quizá siempre la haya amado así, con los brazos desnudos. Un amor frágil y vivo, envejecido dócilmente junto a la carne."

Cuando Mazzantini se propone narrar la decadencia sabe hacerlo como nadie, en esta novela asistimos a la destrucción del amor con tanta crudeza como sólo es capaz de narrarla quien la ha sufrido o, en su defecto, una gran escritora. Tiene esta novela un tono triste, de desesperanza tan profunda, de infelicidad tan patente que una sólo desea que se acabe cuanto antes para poder atisbar una salida.
Y no espere, quien la lea, grandes frases o hechos dramáticos, por el contrario es un relato de la cotidianeidad, esa rutina diaria "que nos mata y que nos muere" No apta para personas con "problemas sentimentales vigentes" o si¡¡¡¡
En todo caso la recomiendo¡

Sinopsis (Ed. Alfaguara)
Delia y Gaetano eran pareja. Ya no lo son, y han de aprender a asumirlo. Desean vivir tranquilos pero, al mismo tiempo, les inquieta y seduce lo desconocido. ¿En qué se equivocaron? No lo saben. La pasión del comienzo y la rabia del final están todavía demasiado cercanas.

Nadie se salva solo (fragmento)
"Ella mueve apenas la barbilla, un gesto vago, hastiado. Ausente. Debe de estar lejos, presente en algún otro sitio, en algo que le interesa y que natu¬ralmente no puede ser él. Los han apretujado en esa mesita con man¬telitos de papel de estraza, en medio del jaleo. De¬lia sigue con el bolso colgado del hombro. Observa a la pareja anciana, sentada unas mesas más allá. Es allí donde le hubiera gustado estar, en ese rincón más apartado. Con la espalda protegida, al abrigo de la pared. Gaetano le sirve bebida. Hace un gesto amplio, algo ridículo. Lo ha aprendido de ese sumiller al que ve por las noches en la televisión cuando no consigue conciliar el sueño. Ella observa cómo cae el vino. Ese ruido maravilloso que esta noche parece completamente inútil. No se adereza el desa¬mor con un buen vino, son gestos y dinero malgastados. Tal vez no hubiera debido llevarla a un restaurante, a ella no le interesa comer, aguardar los platos. Sus mejores momentos siempre llegaron al azar, con un kebab, con un cucurucho de castañas, escupiendo las cáscaras al suelo. En los restaurantes nunca les ha ido dema¬siado bien. Empezaron a ir cuando ya tenían algo de dinero, cuando su idilio ya rechinaba como una mecedora que ha dejado de cumplir su cometido. "

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