viernes, 24 de noviembre de 2017

EL DÍA DE MAÑANA


RESEÑADO por Rosi Torres Marino para LIBROS,  el 19 de Noviembre de 2014.
Una historia que con la que el lector se siente desde el primer momento dentro de una espiral. A través de las diferentes voces narrativas que la componen una viaja desde el principio del caos hasta el mismo ojo del huracán.
Apasionante el personaje principal y apasionante también su antagonista. Perfectamente dibujados, con sus luces, sus sombras y sobretodo dejando entrever que somos mucho más de lo que enseñamos e incluso de lo que nosotros conocemos.
El marco histórico es ya de por sí uno de los momentos más interesantes de nuestra historia reciente y el escritor ha sabido retratar cada una de las diferentes esferas sociales que se daban en él.
Me ha encantado!!!!

Sinopsis (Ed. Seix Barral)
Justo Gil es un emigrante recién instalado en Barcelona, un joven avispado y ambicioso que, llevado por los vaivenes del destino, acaba convirtiéndose en confidente de la Brigada Social, la policía política del régimen. Una docena de memorables personajes nos cuentan cómo conocieron a Justo en algún momento de sus vidas y cómo fue su relación con él. Sus testimonios conforman una visión caleidoscópica de la cambiante realidad de los años sesenta y setenta, al tiempo que reconstruyen la historia de la degradación personal de un individuo cuya evolución y comportamiento ayudan a entender importantes parcelas de ese capítulo fundamental de nuestra historia reciente que fue la Transición. Ignacio Martínez de Pisón novela ese apasionante período desde dentro, observando, como sólo él sabe hacerlo, el impacto que la historia colectiva tuvo en la individual, es decir, en la realidad de la gente común. Cobra vida en estas páginas la atmósfera incierta y fascinante de una época en la que todo parecía posible.
                
El día de mañana (fragmento)

Siete años después del entierro, era la primera vez que visitaba el cementerio, y volvían a mí sensaciones que creía olvidadas: un olor como a flores rancias y tierra mojada, un escalofrío recorriéndome la espalda, un rastro de sequedad en la garganta….Todo eso, que había sentido el día del entierro, volvía a sentirlo entonces, mientras me acercaba al muro en el que estaban los nichos de mis padres. Me detuve y leí en voz baja sus nombres completos y sus fechas de nacimiento y defunción. Luego sacudí con el pañuelo el polvo de los nichos y lamenté no haber comprado unas tristes flores para adornarlos. Y me hice a mí mismo una promesa. Me prometí ser la persona que habría debido ser, o al menos intentarlo.

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