sábado, 2 de septiembre de 2017

EL MATRIMONIO DE LA SEÑORITA BUNCLE


Segunda novela protagonizada por esa joven británica, Barbara Buncle, que tanto nos gusta!!!

Reafirmo la opinión expresada tras la lectura de la primera novela de Stevenson, protagonizada por la Srta. Buncle; costumbrismo británico al 100%, muy bien escrito y entretenido.

Sinopsis (Alba Editorial)
Barbara Buncle, felizmente casada con su editor, encuentra en el pueblecito de Wandlebury una casita –la Casa del Arco– que le parece ideal para establecer su vida de casada, lejos de las aburridas cenas y partidas de bridge de Londres. Por una inocente casualidad, cuando visita al abogado encargado de la venta de la casa, cae en sus manos el testamento de la anciana lady Chevis Cobbe, conocida por sus enfermedades y por su manía «antimatrimonial».
Barbara y su marido se instalan en la Casa del Arco y no tardan en ser la comidilla de la vecindad. El secreto que conoce Barbara a raíz de la lectura del testamento la empujará, contra todo lo previsto, a entrometerse en la vida de una joven independiente, profesora de equitación, para impedir que dé un mal paso que supondría la pérdida de su fortuna. Y al mismo tiempo empieza su tercer libro, basado naturalmente en los habitantes de Wandlebury… aunque, a pesar de los ánimos de su marido, no querrá publicarlo, por motivos que una contraportada no puede revelar.
El matrimonio de la señorita Buncle (1936) está dedicada «a quienes disfrutaron con la señorita Buncle y pidieron más». D. E. Stevenson parece hacer suyas, también en esta novela, las palabras de su heroína: «Supongo que no hay nadie normal en el mundo, en ninguna parte».

El matrimonio de la Srta Buncle (fragmento)

I. El señor y la señora Abbott

- Lo mejor que podemos hacer es irnos de aquí- dijo el Sr. Abbott sin darle importancia.
La mano de la Sra. Abbott se detuvo a medio camino cuando iba a coger la cafetera. Se le pusieron los ojos como platos, se le abrió la boca (dejando a la vista una dentadura excepcional) y no la cerró, pero no dijo nada. Reinaba la paz en el agradable comedor: el fuego crepitaba alegremente en la chimenea, el pálido sol de invierno entraba por la ventana y se derramaba sobre la alfombra turca roja y azul, los muebles torneados de roble y las figuras inmóviles del Sr. y la Sra. Abbott, que estaban desayunando. En la mesa,  la plata brillaba y la porcelana relucía, como suele suceder, cuando le sacan brillo unas manos primorosas.
Era domingo por la mañana, como se deducía fácilmente por lo avanzado de la hora, y la quietud inusitada tanto fuera como dentro de la pequeña pero cómoda casa de los Abbott.
- Digo que lo mejor sería irnos de aquí - repitió el Sr. Abbott con incredulidad.
Bajó el periódico y miró a su mujer por encima de las gafas. 


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