jueves, 31 de agosto de 2017

LA MIRADA DE LOS ÁNGELES


Octava entrega de la serie protagonizada por la escritora Erika Falk y su esposo el policía Patrik Hedström.

Acepto que los personajes son un poco simplones, que los diálogos, a veces, parecen para bobos, que las tramas se resuelven con bastante facilidad, que Erica Falk merece un correctivo, su hermana un par de tortas, el marido y cuñado respectivo un par de libros, pero... ir a Fjällbacka es casi como estar en casa, conocemos a todos, nos perdemos por sus calles, entramos en sus casas y......se nos pasa volando¡¡¡¡
Esta novela nos ofrece nuevos misterios que, como casi siempre, vienen del pasado, de un pasado cercano con que el que Suecia y los suecos todavía no han hecho las paces.
Para un fin de semana sin preocupaciones¡¡¡¡

Sinopsis (Ed. Maeva)

Cuando ya lo has perdido todo, puede que alguien quiera destruirte también a ti.
Tras la muerte accidental de su hijo pequeño, Ebba y Mårten se trasladan a la isla de Valö para rehacer su vida. Ahí, se instalan en una granja en la que vivió la familia de Ebba hace muchos años. Pero la tragedia los sigue acechando, y un incendio, a todas luces provocado, saca a relucir la historia siniestra que pesa sobre la granja. Hace treinta años toda la familia de Ebba desapareció sin dejar rastro. Solo se salvó ella, entonces un bebé de un año, a quien encontraron sola en la casa. Desde ese momento, recibe una misteriosa felicitación el día de su cumpleaños, firmada con una simple G? Patrik abre una investigación, y Erica, siempre en busca de material narrativo, empieza a tirar del hilo de la historia de la granja por su cuenta. Un acto impulsivo de Anna, la hermana de Erica, aún afectada por la pérdida del bebé que esperaba, revelará la verdad de golpe.

La mirada de los ángeles (fragmento)


Habían pensado aliviar el dolor reformando la casa. Ninguno de ellos estaba seguro de que fuese un buen plan, pero era el único que tenían. La otra opción era dejarse consumir.
Ebba pasaba la rasqueta por las paredes de la casa. La pintura se desprendía fácilmente. Ya había empezado a descascarillarse por sí sola, ella únicamente tenía que contribuir un poco. El sol de julio calentaba de lo lindo, el flequillo se le pegaba a la frente y le dolían los brazos, porque llevaba tres días efectuando el mismo movimiento cansino, de arriba abajo. Pero agradecía el dolor físico. Cada vez que se acentuaba, al mismo tiempo y por un instante, se atenuaba el del corazón.
Se dio la vuelta y observó a Mårten, que serraba listones en el césped de delante de la casa. Al parecer, notó que ella lo estaba mirando, porque levantó la vista y la saludó con el brazo, como si Ebba fuera un conocido al que viera por la calle. Ella notó que correspondía mecánicamente con el mismo gesto extraño.
Pese a que habían transcurrido más de seis meses desde que se les arruinó la vida, seguían sin saber cómo actuar el uno con el otro. Cada noche se acostaban en la cama de matrimonio dándose la espalda, aterrados ante la idea de que un movimiento involuntario desencadenara algo que luego no supieran controlar. Era como si el dolor los colmase hasta el punto de incapacitarlos para abrigar ningún otro sentimiento. Ni amor, ni calidez, ni compasión.

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