sábado, 26 de agosto de 2017

PAPELES EN EL VIENTO


RESEÑADA por Ricardo Cortat para LIBROS,  el 10 de Diciembre de 2013.
Suelo ver el fútbol de manera desapasionada. Mi equipo es tan triste que es mejor así. Al menos es mejor para mi corazón y para mi sentido del humor. Tan desapasionado soy que el último derbi me fui a verlo con unos hinchas del equipo contrario. Será que me hace feliz la alegría de mis amigos. Será.

Estoy a años luz de distancia de gente com...o el famoso ‘Tano’ Pasman, ese hincha de River tristemente famoso por su vídeo de Youtube. Nada como que tus hijos te graben convertido en una furia de la naturaleza y chillándole al televisor para que el mundo te adore. Padre de familia de lunes a sábado e hincha furibundo los domingos.

Así son los tres amigos de ‘El Mono’. Apasionados y futboleros. Su amigo se murió justo cuando acababa de invertir todo su capital en un jugador que iba para figura y se quedó en promesa. Son los dueños del transfer de un delantero que no le metería ni un gol al arco iris. E intentar recuperar ese dinero es una odisea. Porque ellos conocen el fútbol de a pie: los secretos de cada cancha, quien triunfó donde y que técnico llevó a la gloria a cada equipo… pero desconocen los entresijos de despacho, cómo manejar a la prensa o como convencer a un entrenador para que le de bola a su muchacho.

‘Papeles en el viento’ de Eduardo Sacheri es un libro sobre cuatro vidas que giran alrededor de un sol de cuero, de cuatro amigos que se enfrentan a la muerte y a la vida con un humor, a veces negro, a veces melancólico pero es un libro sobre la amistad y como conseguir que esta no se resquebraje cuando todo se pone de culo.

Papeles en el viento (fragmento)

"Cuando el ómnibus entra en el centésimo pueblo de su itinerario, el Ruso no puede más y se acerca a preguntarles a los choferes a qué hora calculan llegar a Santiago. “Mediodía”, le responden, y el Ruso vuelve a su asiento.
Si la puta tarjeta de crédito hubiera pasado aprobada, habría podido viajar otra vez en el Sleep Bussines Bus, o Class, o Flash o como carajo se llame, que hacía el trayecto en doce horas, y no en esa catramina espasmódica que lleva dieciséis horas entrando en todos los pueblos habidos y por haber en las provincias de Santa Fe, Córdoba y Santiago del Estero.
Pero no. A la tarjeta se la rechazaron. La vendedora de la terminalita de Morón se la devolvió, después de intentar procesar la venta un par de veces, mirándolo con desdén y aprensión, como si tanto la tarjeta como su titular tuviesen lepra. El Ruso tuvo que raspar el fondo de los bolsillos y a duras penas le alcanzó para el Executive Service. “Executive” las pelotas, piensa ahora que son las once y el micro entra en el pueblo número ciento uno.
El Ruso habría querido llegar temprano, ver el entrenamiento completo, desayunar como Dios manda, preparar a Pittilanga de algún modo para decirle lo que ha venido a decir.
No logra hacer nada de todo eso, porque el micro entra a la terminal a las doce treinta y cinco. El Ruso se trepa a un taxi rogándole que lo acerque lo más posible a la cancha de Mitre, hasta la suma de diez pesos porque es todo lo que tiene. Esa, por lo menos, le sale derecha: le toca un taxista compasivo que, cuando el viaje marca diez pesos, apaga el reloj y lo lleva gratis el resto del trayecto.
El Ruso corre desde la entrada del club hasta la cancha. Por suerte el entrenamiento no ha terminado y, exhausto, se deja caer en un escalón de la tribuna. De lejos lo saluda el abuelo del marcador de punta. El Ruso replica el gesto, pero está tan fatigado que no puede articular palabra. Para colmo ha venido corriendo sin quitarse la campera, y ahora que se queda quieto al sol, el sudor empieza a ensoparlo. En su fastidio le ganan los malos pensamientos: todo su capital asciende a tres o cuatro pesos en monedas que guarda en el bolsillo más chico del pantalón. ¿Qué almuerzo podrá comprar con semejante miseria? ¿En qué va a ocupar el tiempo hasta las diez de la noche, cuando salga el maldito Executive Class que lo lleve de vuelta a Morón? ¿Cuánto crédito le queda en el celular como para llamarla a Mónica?
Pero en ese momento, Bermúdez pita el final del partido de entrenamiento y el Ruso sabe que su verdadero problema está a punto de comenzar, cuando le salga al encuentro a Pittilanga, le
sonría con cara de inocente y le proponga sentarse a conversar."

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