miércoles, 23 de agosto de 2017

EL HÉROE DISCRETO


Después de saltarme la penúltima novela de Vargas Llosa, he llegado a la primera tras la concesión del Nobel de Literatura, y.... pues la verdad me ha gustado, aún sin estar a la altura de sus grandes obras.
Resumiendo, Vargas escribe un auténtico culebrón con final feliz, pero que placer leer un culebrón con auténtica riqueza literaria, un culebrón en el que hay amor, desamor, traición, matrimonios inconvenientes, paternidades dudosas, ricos y pobres, mafias, pistolas y hasta arañitas. Todo ello con ritmo narrativo, uso magnífico del lenguaje, humor e ironía, mucha ironía¡¡¡¡
Seguramente no gustará a los puristas, pero yo he disfrutado mucho y me lo he terminado en un abrir y cerrar de libro.
Recomendable¡¡¡

Una opinión autorizada es la de nuestra amiga Rossana Cabrera:

RESEÑADO por Rossana Cabrera para LIBROS,  el 2 de Agosto de 2014.
Vargas Llosa tiene la habilidad de escribir grandes novelas y "novelitas", y en todas ellas, mezcla personajes que se te quedan, que se pegotean en tus pensamientos aunque estén lejísimo de la playa en la que vives.
En ésta, sacó del tintero a varios de esos personajes, para construir una novela que ni es un novelón, ni puede ser novelita.
Agradezco que Rigoberto no haga sus abluciones y que Lituma, aunque desdibujado, siga siendo Lituma.
Tiene casi el ritmo de un thriller ¿estará leyendo negras nórdicas también Vargas Llosa?


Sinopsis (Ed. Alfaguara)
El héroe discreto, de Mario Vargas Llosa, autor de obras de la narrativa hispanoamericana como Travesuras de la niña mala o El hablador, es una novela en la que dos hombres puestos a prueba por la vida descubren el verdadero sentido del coraje y la lealtad. Un libro lleno de humor, con elementos propios del melodrama, donde Piura y Lima ya no son espacios físicos, sino reinos de la imaginación poblados por los personajes de este gran escritor. Vargas Llosa ha obtenido los más importantes galardones literarios, como el Premio Nobel de Literatura, el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias, el PEN/Nabokov y el Grinzane Cavour.
El héroe discreto narra la historia paralela de dos personajes: el ordenado y entrañable Felícito Yanaqué, un pequeño empresario de Piura, que es extorsionado; y de Ismael Carrera, un exitoso hombre de negocios, dueño de una aseguradora en Lima, quien urde una sorpresiva venganza contra sus dos hijos holgazanes que quisieron verlo muerto. Ambos personajes son, a su modo, discretos rebeldes que intentan hacerse cargo de sus propios destinos, pues tanto Ismael como Felícito le echan un pulso al curso de los acontecimientos. Mientras Ismael desafía todas las convenciones de su clase, Felícito se aferra a unas pocas máximas para sentar cara al chantaje. No son justicieros, pero están por encima de las mezquindades de su entorno para vivir según sus ideales y deseos. Viejos conocidos del mundo vargasllosiano aparecen en estas páginas: el sargento Lituma y los inconquistables, don Rigoberto, doña Lucrecia y Fonchito, todos moviéndose ahora en un Perú muy próspero.

El héroe discreto (fragmento)

I
"Felícito Yanaqué, dueño de la Empresa de Transportes Narihualá, salió de su casa aquella mañana, como todos los días de lunes a sábado, a las siete y media en punto, luego de hacer media hora de Qi Gong, darse una ducha fría y prepararse el desayuno de costumbre: café con leche de cabra y tostadas con mantequilla y unas gotitas de miel de chancaca. Vivía en el centro de Piura y en la calle Arequipa había ya estallado el bullicio de la ciudad, las altas veredas estaban llenas de gente yendo a la oficina, al mercado o llevando los niños al colegio. Algunas beatas se encaminaban a la catedral para la misa de ocho. Los vendedores ambulantes ofrecían a voz en cuello sus melcochas, chupetes, chifles, empanadas y toda suerte de chucherías y ya estaba instalado en la esquina, bajo el alero de la casa colonial, el ciego Lucindo, con el tarrito de la limosna a sus pies. Todo igual a todos los días, desde tiempo inmemorial.
Con una excepción. Esta mañana alguien había pegado a la vieja puerta de madera claveteada de su casa, a la altura de la aldaba de bronce, un sobre azul en el que se leía claramente en letras mayúsculas el nombre del propietario: DON FELÍCITO YANAQUÉ. Que él recordara, era la primera vez que alguien le dejaba una carta colgada así, como un aviso judicial o una multa. Lo normal era que el cartero la deslizara al interior por la rendija de la puerta."

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