lunes, 8 de enero de 2018

TIERRA DE CAMPOS


RESEÑA DE CLARA GLEZ para LIBROS, 3 de Agosto de 2017.
Tierra de Campos – David Trueba
El traslado de los restos de su padre, hasta el pueblo de donde procedía, es el hilo conductor de esta novela, donde el protagonista va descubriéndose a sí mismo, va descubriendo su vida, sus recuerdos, sus amores, las relaciones con todos los que le rodearon, y todo esto a través de la música, de las canciones que fue componiendo a lo largo de su vida.
Los recuerdos van surgiendo como punteos de la guitarra que desde niño le acompañó en su vida, que lo fue relacionándolo con amigos, familia, amores, amantes…
Todo va volviendo a la memoria, va dando sentido a su vida, a sus raíces. Como dice en una frase que la tomé para mí : “el pasado está posado sobre nosotros como el polvo sobre los muebles".
Hay reseñas magnificas sobre esta novela, casi no me atrevo a escribir sobre ella, leí en un suplemento dominical que el autor sabia explicarnos como colocar nuestros sentimientos en una especie de tablero, a veces los colocamos en casillas acertadas , otras veces en las fallidas, pero , y esto forma parte de mi opinión, jugamos con las cartas que tenemos en la mano en cada momento. Quizás por eso me identifique tanto con ese recorrido emocional. Al fin y al cabo todos tenemos un pasado, y citando otra frase esta vez de Fayad Jamis, “ si no puedes soñar, golpea los baúles polvorientos”
Sinopsis:
El narrador, un célebre cantante llamado Dani Mosca, tiene que cumplir la última voluntad de su difunto padre de ser enterrado en su pueblo, en la comarca castellanoleonesa de Tierra de Campos. El traslado del cadáver, que realiza en un coche fúnebre conducido por un ecuatoriano charlatán, Jairo, la inhumación y el reencuentro con los protagonistas de su infancia (como Jandrón, un hallazgo), funcionan como el cañamazo en el que se va bordando la andadura vital de Dani.
Ese trayecto por carretera comporta un retroceso en el túnel del tiempo, la rememoración desde los años infantiles permite ir configurando la personalidad del narrador alrededor de cuatro líneas de tensión entrecruzadas: su relación con sus padres y el descubrimiento de un secreto bien guardado que sacude sus cimientos, la revelación de la música como un lenguaje liberador, el valor incalculable de la amistad y la fuerza arrebatadora (y destructiva) del amor. Estos nervios se refuerzan entre sí para ir armando una trama densa y verosímil en torno a la banda que forman los tres amigos que se conocieron en la escuela y que, ya famosos, seguirán juntos hasta que la desdicha acuda a su cita: Gus, el gay chispeante que rebosa ingenio y coraje, Animal, el batería tosco y jovial, y el propio Dani.


Esta es la opinión de LIBROS sobre esta novela:

“Papá, y la palabra resonaba al fondo de la cueva de mis recuerdos. Papá, y era mi voz. Papá, despierta, y luego era la voz de mis hijos. Oto, vamos, despierta” Así comienza Tierra de Campos y así, con esa aparente sencillez narrativa, me he sumergido en la vida de Dani Mosca, músico, hijo, padre, pareja, amante.....
Lo mejor que he leído de Trueba, hasta el momento.
Me ha gustado mucho!!


Sinopsis (Ed. Anagrama)
Con el objetivo de enterrar a su padre en el pueblo donde nació, Daniel emprende un viaje en un vehículo muy particular, un coche fúnebre, conducido por un chófer ecuatoriano, pintoresco y charlatán, de la mejor estirpe cómica. ¿Quién es de verdad Dani Mosca? Quizá, como sostiene él mismo, es sólo un tipo que hace canciones, sobre todo canciones de amor. Pero es también el niño que creció en un barrio humilde; que encontró la amistad más profunda de esa manera accidental en que uno encuentra las grandes cosas de la vida; que viajó y disfrutó de su oficio en la música hasta que la tríada clásica de los excesos (sexo, drogas y rock and roll) desintegró el grupo que había formado con sus amigos del alma; y cuya vida se sostuvo en un equilibrio precario pero resistente entre el deseo y la realidad.
Ésta es una novela que a ratos se lee como una canción. Contiene la visión personal de un tiempo y unos lugares en los que Dani Mosca se construyó una identidad propia a fuerza de ideales y sueños, y también de algunos autoengaños y mentiras. Un viaje profundo e intenso, sensible y directo, donde se perciben las huellas y las cicatrices del paso del tiempo. David Trueba vuelve a desplegar, bajo una estructura poderosa y zigzagueante, hecha de hilos que se entrelazan, su prodigioso pulso narrativo para proyectar una mirada aguda y reflexiva sobre las paradojas y las perplejidades que rodean nuestra existencia y adentrarse con lucidez en el laberinto de los afectos y los sentimientos. El resultado es un libro deslumbrante en cada una de cuyas páginas palpita la vida.

Tierra de Campos (fragmento)

todos conocemos el final
Todos conocemos el final. Y el final no es feliz. Es curioso este cuento, porque sabemos el desenlace pero ignoramos el argumento. Somos visionarios y ciegos al mismo tiempo. Sabios y estúpidos. De ahí nace ese malestar que todos compartimos, esa sospecha que nos hace llorar en un día gris, desvelarnos a medianoche o inquietarnos si la espera de un ser querido se alarga. De ahí nace la crueldad desmedida y la bondad inesperada de los humanos. De ahí nace todo, de conocer el final pero no el cuento. Extrañas reglas de juego que ningún niño aceptaría. Ellos piden que no les cuentes el final. Ignoran que conocer el final es lo único que te permite disfrutar del cuento.

Hay un coche de muertos a la puerta de casa.
Papá, y la palabra resonaba al fondo de la cueva de mis recuerdos. Papá, y era mi voz. Papá, despierta, y luego era la voz de mis hijos. Oto, vamos, despierta. Yo dormía. Y cuando duermes te sumerges en un pozo oscuro y profundo donde el tiempo es todos los tiempos acumulados. Eres entonces el niño y el adulto, todo un yo completo sin transcurso, soy Dani Mosca en trescientos sesenta grados a la redonda. Despertar es situarte en el lugar indicado del calendario, volver a la marca. Pierdes entonces el privilegio de abrazar fantasmas, de desplazarte por la autopista invisible de los sueños, donde nadie te multa porque no está limitada la velocidad y las indicaciones llevan a ninguna parte y a todas partes.
Y en la mejilla los besos de mi hijo. Ryo seguía besándome sin importarle cumplir años. Tenía nueve y daba besos de nueve años, dulces, húmedos, largos. Maya se sentó en el colchón, noté su peso cerca de los pies. Ya no me besaba tanto. Para ella los besos empezaban a ser cosa de niños. Y no hay cosa que más deteste una niña de doce años que las cosas de niños. ¿Por qué sucede siempre así, que uno de niño tiene prisa por hacerse mayor? El verano pasado miré a mis hijos jugar felices con la arena de la playa y pensé: ¿cuándo dejamos de hacer castillos al borde del mar? ¿Cuándo cometemos ese error?

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