martes, 9 de enero de 2018

EL JUEGO DE LA LUZ


Séptima entrega de la serie de novelas protagonizadas por Armand Gamache, inspector jefe del Departamento de Homicidios de la  Sûreté du Quebec.

Sin prisa y sin pausa, esta autora y sus personajes van convirtiéndose en imprescindibles en mi vida de lectora de novela negra.
Ese pueblo que no figura en los mapas de Canadá, un inspector jefe que es como un padre pero puede ser duro y frío como el hielo, su segundo en el mando que me encanta, desde ese nombre romántico Jean-Guy hasta el sufrimiento que arrastra y los habitantes del pueblo, pareja gerente del bed and breakfast, pareja de pintores siempre en el centro del crimen, librera flower-power y esotérica, poeta eximia pero borracha y malhablada.....podría seguir pero algo tendréis que descubrir vosotros...jeje
En esta novela que, cronológicamente, haría el número 7 de la serie, aunque nuestra "querida editorial" sólo haya publicado cuatro y no consecutivos, los personajes están recuperándose de la debacle sufrida en el caso anterior, no han logrado todavía curarse de lo ocurrido y ya se ven envueltos en otra muerte que, como no, tiene como escenario Three Pines y como no, el jardín de los Morrow. El pasado vuelve y no hay perdón¡
Me ha encantado¡¡¡¡

Sinopsis (Ed. Salamandra)
Tras Una revelación brutal y Enterrad a los muertos, este nuevo caso del inspector Armand Gamache es la tercera obra publicada en castellano de una de las series policíacas más galardonadas y celebradas por la crítica internacional. Ganadora de un Anthony Award y elegida mejor novela negra del año por The New York Times Book Review, El juego de la luz es una nueva lección magistral de la gran dama canadiense del crimen.
Clara Morrow lleva muchos años trabajando en el más absoluto anonimato como pintora aficionada en Three Pines, un tranquilo pueblecito de las afueras de Montreal. Así que, cuando el Musée d’Art Contemporain de la capital decide acoger una exposición sobre su obra, Clara no da crédito a la noticia. La sensación de irrealidad y los nervios que la atenazan la noche del vernissage se prolongan en la cena que ofrece en su casa para amigos y miembros del mundillo artístico. Sin embargo, este torbellino de emociones sólo será el preludio de una velada dramática: al día siguiente de la celebración, aparece el cadáver de una mujer en un rincón del jardín. Y no es una persona cualquiera: se trata de Lillian Dyson, quien no sólo es una reconocida crítica de arte capaz de arruinar una carrera, sino que también había sido la mejor amiga de Clara desde la infancia, hasta que una fuerte disputa las separó durante años. ¿Qué hacía en esa fiesta a la que no había sido invitada? ¿Por qué y quién la ha matado? Son preguntas elementales con las que Armand Gamache inicia la investigación, acompañado de Jean-Guy Beauvoir e Isabelle Lacoste, sus dos ayudantes más próximos.

El juego de la luz (fragmento)

UNO«¡Pero no! ¡No y no!», pensó Clara Morrow mientras caminaba hacia las puertas cerradas.
Veía las sombras y siluetas moviéndose de un lado a otro como espectros, de aquí para allá, de aquí para allá tras el cristal esmerilado. Aparecían y desaparecían. Distorsionadas, pero humanas. «Seguía lamentándose el difunto.»
Llevaba todo el día con esas palabras en la cabeza: aparecían y desaparecían. Un poema a medio recordar. Palabras que flotaban hacia la superficie y volvían a hundirse. El cuerpo del poema, más allá de su alcance.
¿Cómo era el resto?
Le parecía importante.
«¡Pero no! ¡No y no!»
Las siluetas borrosas que había al otro extremo del largo pasillo parecían líquidas, o vaporosas. Presentes, pero sin sustancia. Fugaces. Huidizas.
Ella también deseaba huir.
Había llegado: allí terminaba su viaje. Y no sólo el que habían hecho ese día. Ella y su marido, Peter, habían conducido desde su pueblecito de Quebec hasta el Musée d’Art Contemporain de Montreal, un lugar que conocían muy bien. De forma íntima. ¿Cuántas veces habían acudido al mac para maravillarse ante alguna exposición nueva o para apoyar a algún amigo también artista? O sólo para sentarse en silencio en el centro de la elegante galería un día cualquiera, entre semana, cuando el resto de la ciudad estaba en el trabajo.
Para ellos el arte era su trabajo

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