jueves, 11 de enero de 2018

LA LUZ DEL DIABLO


Cuarta entrega de la serie de novelas protagonizadas por el inspector Konrad Sejer, policía en una ciudad cercana a Oslo (Noruega).

Esta autora me la recomendó, hace mucho tiempo, mi querida Amelia Ruiz, esta novela también me la recomendó ella.
Oscura.... muy oscura¡
En esta entrega no está tan presente Konrad Sejer como es habitual en las novelas de Fossum, su presencia y su intervención es tangencial porque todo lo inunda un mal presentimiento, una serie de casualidades encadenadas que conducen inevitablemente al desastre.
Otra vez Fossum nos muestra la cara B del estado del bienestar noruego, la juventud perdida, la soledad, la enfermedad....todo lo que se "esconde" tras la bonanza económica y el desarrollo de una sociedad que, a veces, parece una colección de soledades.
Me ha gustado mucho¡¡¡

Sinopsis (Ed. Debolsillo)
La cuarta entrega de la serie protagonizada por el inspector Konrad Sejer es una de las novelas más oscuras y siniestras de Karin Fossum, autora destacada de la nueva narrativa policíaca escandinava.
Dos adolescentes roban el bolso a una mujer desprevenida. Sin saberlo, provocan accidentalmente la muerte de su hijo. Sin embargo, desconocedores de la gravedad de su crimen e insatisfechos con el botín obtenido, Andreas y Zipp se disponen a cometer otro delito. Es de noche, y las desiertas calles de la ciudad han descubierto ya a su próxima víctima: Irma, una mujer mayor que vuelve a casa tras una velada en el teatro. Los dos delincuentes la siguen hasta su residencia, en la que Andreas se cuela mientras Zipp lo espera afuera. Pero Andreas no regresa.
El inspector Konrad Sejer y su compañero Jacob Skarre no encuentran conexión alguna entre la muerte de un niño y la denuncia por desaparición de un delincuente juvenil. Así, mientras la confusión y los misterios se acumulan en el mundo exterior, la terrible verdad se esconde tras la puerta cerrada de una casa cuya llave guarda celosamente una aparentemente apacible anciana.

La luz del diablo (fragmento)

Edificio del Juzgado. 4 de septiembre. 16.00 h.
Jacob Skarre miró el reloj. Había acabado su turno, pero sacó con cuidado un libro de su bolsillo interior y leyó el poema de la primera página. «Como jugar en realidad virtual —pensó—. ¡Chas! Y estás en otro paisaje.» La puerta estaba abierta, y de repente se percató de que alguien lo observaba. La mujer quedaba fuera de su entorno, pero la magnífica visión periférica de Skarre la captó. No era más que otra conciencia que tocaba la suya. Una vibración ligerísima, casi imperceptible, que al final lo alcanzó. Cerró el libro.
—¿Puedo ayudarla en algo?
La mujer no se movió, seguía observándolo con una extraña mirada. Skarre contempló ese rostro tenso y de repente le resultó conocido. La mujer ya no era joven, estaría rozando los sesenta, llevaba un vestido y unas botas oscuras. Un pañuelo al cuello. Parte de la razón de por qué lo llevaba se veía debajo de su barbilla, en contraste con lo que la mujer probablemente tuviera de rapidez y elegancia. Caballos de carreras con vistosos jinetes sobre un fondo azul. Su cara era ancha y con los rasgos muy marcados, echada hacia delante por la prominente barbilla. Las cejas eran oscuras y casi continuas. Contra la tripa apretaba un bolso. Pero sobre todo destacaban sus ojos. Dentro del pálido rostro había un par de luminosos ojos que miraban tan fijamente a Skarre que él no podía apartar su vista de ellos. Entonces se acordó. «Una curiosa coincidencia», pensó expectante. Estaba como atornillado en ese silencio interrogante. Cada segundo saldría algo importante de la boca de esa mujer.
—Se trata de una persona desaparecida —dijo ella.
Su voz era tosca. Una herramienta oxidada y crujiente que se estaba poniendo en marcha tras un largo descanso. Detrás de la frente blanca ardía un fuego. Skarre vio el fulgor en el iris de su ojo. No quería sacar conclusiones anticipadas, pero la mujer estaba obviamente obsesionada por algo. Poco a poco fue cayendo en la cuenta del tipo de caso de que se trataba. Repasó mentalmente los informes del día, pero no recordaba que hubiera pacientes desaparecidos de instituciones psiquiátricas en su zona. La mujer respiraba con dificultad, como si le hubiese costado mucho llegar. Pero había tomado la decisión, era como si algo definitivo la empujara. Skarre se preguntó cómo había conseguido sortear la recepción y la mirada de halcón de la señora Brenningen y llegar hasta su despacho sin que nadie la hubiese parado.
—¿A quién busca? —preguntó con amabilidad.
La mujer seguía mirándolo fijamente. Él la miró con la misma intensidad para ver si ella desviaba los ojos. De repente parecía confundida.
—Sé dónde está.

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