miércoles, 16 de agosto de 2017

LA TRISTEZA DEL SAMURÁI



RESEÑADO POR LOS RELATOS DE PATRI para LIBROS
8 de Febrero de 2013
He terminado "La tristeza del samurái" de Víctor de Árbol.
Un libro que aúna dos historia, de dos mujeres, en diferentes épocas. Comienza con el inicio de una historia y el final de la otra, una está situada en la Posguerra de la Guerra Civil española y la otra en la época de la transición. Las historias se van entrelazando y las piezas van encajando como en un puzzle. Asesinatos, guerra, tortura,... vemos toda la miseria humana, lo que se llega a hacer para conseguir poder, la oscuridad, la tristeza, y la profundidad del alma humana.
La novela empieza de forma magistral y la primera mitad a mí me enganchó y me encantó, en cambio, para mí, la segunda mitad baja de nivel, se vuelve algo más confusa y, a veces, menos creíble, con lo cual la impresión que me causó la novela ha sido desigual.
Aun así he de decir que es una buena novela.

RESEÑADO por Noelia Vallina para LIBROS, el 22 de Diciembre de 2014.
De una sentada terminé "La tristeza del samurái" de Víctor del Árbol, es estupendo, me gustó tanto como el anterior que leí suyo....

Yo, sin embargo, he de reconocer que Víctor del Árbol, es un autor que me "satura"......LIBROS

Sinopsis (Ed. Alrevés)
Extremadura 1941 / Barcelona 1981 Dos tramas se desarrollan de forma paralela; una en Extremadura en el año 1941; la otra en Barcelona en 1981. Un crimen cometido durante la posguerra española produce consecuencias en tres generaciones de la familia Alcalá y en aquellos que se han cruzado en sus vidas durante cuarenta años. Complots, secuestros, asesinatos, torturas, violencia machista, son algunos ingredientes de esta fantástica novela. Con un estilo descriptivo pero no por ello lento, el autor narra los acontecimientos ocurridos y poco a poco va entrelazando los personajes de ambas tramas, entrando en la psicología de cada uno de ellos. El resultado es una magnífica novela de intriga e investigación, de sentimientos y rencores, de amor y odio, de ambición y dolor, de hipocresía y sobre todo de culpa, una lacra que se transmite de generación en generación, donde los hijos heredan los delitos de los padres y los nietos los de sus abuelos.
Una novela que atrapa al lector desde el primer momento.

La tristeza del samurái (fragmento)

Capítulo 1

"Mérida. 10 de diciembre de 1941
Hacía frío y un manto de nieve dura cubría la vía del tren. Una nieve sucia, manchada de hollín. Blandiendo su espada de madera en el aire, un niño contemplaba hipnotizado el nudo de raíles.
La vía se dividía en dos. Uno de los ramales llevaba hacia el oeste y el otro se dirigía hacia el este. En medio del cambio de agujas, una locomotora estaba parada. Parecía desorientada, incapaz de tomar cualquiera de los dos caminos que se le planteaban. El maquinista asomó la cabeza por la ventanilla estrecha. Su mirada se encontró con la del niño, como si le preguntase a este qué dirección tomar. Así lo creyó el pequeño, que alzó la espada y le señaló el camino del oeste. No por nada. Solo porque era una de las dos opciones posibles. Porque estaba allí.
Cuando el jefe de la estación alzó la bandera verde, el maquinista lanzó por la ventanilla el cigarrillo que estaba fumando y desapareció dentro de la locomotora. Un pitido estridente espantó
a los cuervos que descansaban sobre los postes de la catenaria. La locomotora se puso en marcha, escupiendo grumos de nieve sucia de los raíles. Lentamente tomó el camino del oeste.
El niño sonrió, convencido de que era su mano la que había decidido el destino de aquel viaje. Él sabía a sus diez años, todavía sin palabras para explicarlo, que cualquier cosa que se propusiera podía conseguirla.
—Andrés, vamos.
Era la voz de su madre. Una voz suave, llena de matices que solo podían descubrirse si se le prestaba atención. Se llamaba Isabel.
—Mamá, ¿cuándo tendré una espada de verdad?
—No necesitas ninguna espada.
—Un samurái necesita una catana de verdad, no un palitroque de madera — protestó ofendido el niño.
—Lo que necesita un samurái es protegerse contra el frío para no coger la gripe —le replicó su madre colocándole bien la bufanda.
Aupada en unos zapatos de tacón inverosímil, Isabel sorteaba las miradas y los cuerpos de los pasajeros en el andén. Se movía con la naturalidad de una funambulista en el alambre. Esquivó un pequeño charco en el que flotaban dos colillas y evitó pisar con un quiebro una paloma agonizante que daba vueltas sobre sí misma, ciega."

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