domingo, 17 de diciembre de 2017

DONDE LOS ESCORPIONES


Octava entrega de la serie de novelas protagonizadas por Rubén Bevilaqua, apodado Vila, licenciado en psicología y teniente de la Guardia Civil en la UCO de Madrid y Virginia Chamorro, guardia civil en la UCO de Madrid.

De nuevo los "picoletos" más famosos del suelo patrio han llenado mis tardes veraniegas, ya no son una pareja sino que tenemos un cuarteto con muchas posibilidades; Arnau y Salgado complementan a la perfección esa pareja que formaban Chamorro y Bevilacqua.
Dos historias en una novela, lugares tan lejanos como la Cañada Real y Afganistán y esa investigación concienzuda del subteniente Bevilacqua que, con nosotros, ha llegado a cincuentón........
Nos hacemos mayores y nuestros detectives, también (no como Bond detenido en el tiempo per secula seculorum).
Como siempre, me ha gustado Silva aunque en esta ocasión el título no es tan evocador como es habitual en sus novelas.

Sinopsis (Ed. Destino)
Vuelve el guardia más famoso y querido de la literatura y la novela negra: el subteniente Bevilacqua, con su primer caso fuera del territorio español, en el que viajará para investigar un asesinato en la base española de Afganistán.
Madrid, julio de 2014. Pasados los cincuenta, y ya con más pasado que futuro, el subteniente Bevilacqua, veterano investigador de homicidios de la unidad central de la Guardia Civil, recibe una llamada del responsable de operaciones internacionales. Se reclama su presencia inmediata a 6.000 kilómetros de allí, en la base española de Herat, en Afganistán.
Un militar español destinado en la base ha aparecido degollado, y, junto a él, el arma del delito: una hoz plegable de las usadas por los afganos para cortar la amapola de la que se extrae la droga que representa la principal fuente de riqueza del país.
¿Se trata del atentado de un talibán infiltrado? Podría ser, pero también que la muerte tuviera otro origen, porque el ataque no reviste la forma clásica de esa clase de acciones, sino que hace pensar en algún motivo personal.
La misión de Bevilacqua y los suyos no es otra que tratar de desenmascarar a un asesino que forzosamente ha de ser un habitante de ese espacio cerrado. Sus pesquisas, bajo el tórrido y polvoriento verano afgano, les llevarán a conocer a peculiares personajes y a adentrarse en la biografía del muerto, un veterano de misiones bélicas en el exterior que guarda más de un cadáver en el armario, para llegar a un desenlace inesperado y desconcertante.

Donde los escorpiones (fragmento)

1
Os creéis que arregláis algo

El brigada López sacó de improviso su teléfono móvil del bolsillo, lo contempló durante una fracción de segundo y se volvió hacia mí para anunciarme, con aquella sonrisa suya, a la vez astuta y cordial: —El alacrán está en la jaula.
Inmediatamente dio el aviso por la emisora del coche patrulla en el que esperábamos, además de él y yo, uno de sus guardias y la sargento primero Chamorro. Lo había aparcado en un lugar discreto, a poco más de medio minuto de la entrada de la cañada, de forma que no se tropezara con nosotros quien no debía tropezarse y a la vez estuviéramos lo bastante cerca como para intervenir sin demora. De todos modos, no nos correspondía a nosotros ser los primeros, y tampoco éramos quienes llevábamos la voz cantante en aquel baile.
Tras el aviso del brigada, en la radio tomó el mando el oficial responsable de la unidad especial de intervención, que tenía tres equipos apostados en coches camuflados en otros tantos puntos estratégicos. Fueron ellos los primeros en lanzarse dentro del poblado chabolista, quemando el asfalto y levantando a continuación el polvo del camino y de las callejas improvisadas entre los chamizos de tablas y chapas. Varios coches patrulla, entre ellos el nuestro, acudieron segundos después para bloquear todos los accesos e impedir que nadie saliera de la zona. En ese mismo momento, el helicóptero se hizo presente en el aire, con su foco que hendía la oscuridad en busca de posibles fugitivos. La operación era de alto riesgo, porque no se trataba de una casa en la que cupiera irrumpir al modo usual, desde una vía pública a la que pudiera accederse de forma más o menos inadvertida. Sólo acercarse a cien metros de las casuchas implicaba poner sobre aviso a quienes las ocupaban. La única manera de sorprenderlos era aquella, desencadenar una invasión por tierra y aire y cruzar los dedos para que los nuestros, como debía de ocurrir, gracias a su entrenamiento, fueran más rápidos y hábiles que el pájaro al que tratábamos de atrapar.

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