lunes, 6 de noviembre de 2017

EL UMBRAL DE LA ETERNIDAD


He pasado un poco más de una semana sumergida en una ración cuádruple de "palomitas históricas" firmadas por Ken Follett, he revivido a través de las vidas de las cinco familias originales (Gales, Inglaterra, Rusia, Alemania y USA) los avatares del último tercio del siglo XX y el principio del siglo XXI.
Casi 1100 páginas de aventuras, espionaje, amor, desamor, política, derechos civiles, más amor..., más desamor, un poco de sexo, drogas y rock&roll......es decir, Follett en estado puro, bestseller puro y duro.
Que puedo decir, entretenido y previsible, fácil de leer y absorbente, "un Ken Follett al año no hace daño".
Os dejo un enlace con los tres primeros capítulos por si os apetece "catar el producto"
http://www.abc.es/cultura/libros/20140914/abci-follett-umbral-eternidad-201409131212.html

Sinopsis (Ed. Plaza y Janés)
Después de La caída de los gigantes y El invierno del mundo llega el final de la gran historia de las cinco familias cuyas vidas se han entrelazado a través del siglo XX.
En el año 1961 Rebecca Hoffman, profesora en Alemania del Este y nieta de lady Maud, descubrirá que la policía secreta está vigilándola mientras su hermano menor, Walli, sueña con huir a Occidente para convertirse en músico de rock.
George Jakes, joven abogado que trabaja con los hermanos Kennedy, es un activista del movimiento por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos que participará en las protestas de los estados del Sur y en la marcha sobre Washington liderada por Martin Luther King.
En Rusia las inclinaciones políticas enfrentan a los hermanos Tania y Dimka Dvorkin. Este se convierte en una de las jóvenes promesas del Kremlin mientras su hermana entrará a formar parte de un grupo activista que promueve la insurrección.
Desde el sur de Estados Unidos hasta la remota Siberia, desde la isla de Cuba hasta el vibrante Londres de los años sesenta, El umbral de la eternidad es la historia de aquellas personas que lucharon por la libertad individual en medio del conflicto titánico entre los dos países más poderosos jamás conocidos.

El Umbral de la Eternidad (fragmento)

1

La policía secreta convocó a Rebecca Hoffmann un lunes lluvioso de 1961.
La mañana había empezado como otra cualquiera. Su marido la acompañó al trabajo en su Trabant 500 color canela. Las antaño elegantes calles del centro de Berlín aún conservaban solares arrasados por los bombardeos de la guerra, salvo allí donde se habían construido nuevos edificios de hormigón que se alzaban erguidos como dientes falsos y mal emparejados. Hans iba pensando en su trabajo mientras conducía.
—Los tribunales están al servicio de los jueces, de los abogados, de la policía, del gobierno… de todo el mundo menos de las víctimas de la delincuencia —comentó—. Algo así es de esperar en los países capitalistas occidentales, pero bajo el comunismo los tribunales deberían estar claramente al servicio del pueblo. Mis colegas no parecen darse cuenta de ello. —Hans trabajaba en el Ministerio de Justicia.
—Llevamos casi un año casados y te conozco desde hace dos, pero nunca me has presentado a ninguno de tus colegas —repuso Rebecca.
—Te aburrirían —adujo él de inmediato—. Son todos abogados.
—¿Hay alguna mujer entre ellos?
—No. En mi sección, por lo menos, no.
Hans ocupaba un puesto administrativo: designaba jueces, programaba juicios, gestionaba los tribunales.
—De todas formas me gustaría conocerlos.
Su marido era un hombre fuerte que había aprendido a controlarse. Mientras lo miraba y ante su insistencia, Rebecca percibió en sus ojos un conocido destello de rabia, y vio que la reprimía echando mano de su fuerza de voluntad.
—Ya quedaré con ellos —dijo Hans—. Quizá podríamos ir todos a un bar alguna tarde.
De los hombres que había conocido Rebecca, Hans era el primero que estaba a la altura de su padre. Era seguro y autoritario, pero siempre la escuchaba. Tenía un buen trabajo; no mucha gente disponía de coche propio en la Alemania Oriental. Los hombres que trabajaban para el gobierno solían ser comunistas de la línea dura, pero Hans, por sorprendente que fuera, compartía el escepticismo político de Rebecca. Igual que su padre, era alto, apuesto y vestía bien. Era el hombre al que había estado esperando.
Durante su noviazgo solo dudó de él en una ocasión, y de forma muy breve. Habían sufrido un accidente de tráfico sin importancia. La culpa fue del otro conductor, que había salido de una calle lateral sin detenerse. Cosas como esa sucedían todos los días, pero Hans se puso hecho una furia. Aunque el daño sufrido por ambos coches era mínimo, llamó a la policía, les enseñó su carnet del Ministerio de Justicia y consiguió que detuvieran al otro hombre por conducción temeraria y lo llevaran a la cárcel.
Después se disculpó con Rebecca por haber perdido los estribos. Ella, asustada ante su afán de venganza, había estado a punto de poner fin a la relación, pero Hans le explicó que ese día no era dueño de sí mismo por culpa de las presiones del trabajo, y ella decidió creerlo. Su fe se había visto justificada: Hans nunca volvió a hacer nada semejante.
Cuando llevaban un año saliendo, y seis meses durmiendo juntos casi todos los fines de semana, Rebecca se preguntó por qué no le proponía matrimonio. Ya no eran unos niños: ella tenía entonces veintiocho años y él treinta y tres, así que fue ella quien se lo pidió. A Hans le sorprendió la proposición, pero aceptó.
En ese momento detuvo el coche frente a la escuela donde trabajaba Rebecca. Era un edificio moderno y bien equipado: los comunistas se tomaban muy en serio la educación. Frente a las puertas de la verja, cinco o seis chicos mayores esperaban fumando cigarrillos junto a un árbol. Rebecca no hizo caso de sus miradas insistentes y besó a Hans en los labios. Después bajó del coche.
Los chicos la saludaron con educación, pero ella sintió la avidez con que esos ojos adolescentes devoraban su figura mientras cruzaba el patio de la escuela sin esquivar los charcos.
Rebecca pertenecía a una familia con inclinaciones políticas. Su abuelo había sido socialdemócrata y miembro del Reichstag, el Parlamento alemán, hasta que Hitler llegó al poder. Su madre, concejala del ayuntamiento durante el breve período de democracia que vivió el Berlín oriental tras la guerra, también por el Partido Socialdemócrata. Sin embargo, la Alemania Oriental se había convertido en una tiranía y Rebecca no le veía ninguna utilidad a meterse en política, por lo que había canalizado su idealismo hacia la educación con la esperanza de que la siguiente generación fuese menos dogmática, más compasiva, más lista.

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