jueves, 9 de noviembre de 2017

EL HOMBRE DE LA MÁSCARA DE ESPEJOS


Tercera entrega de la serie de novelas protagonizadas por la Inspectora de policía Valentina Negro y el criminólogo Javier Sanjuán.

Anunciada como la última entrega de la trilogía protagonizada por Valentina Negro y Javier Sanjuan, quizás la cosa no termine aquí....¡
Creo que me gustan estos libros porque desde que los leo miro mi ciudad con otros ojos....más oscuros, menos inocentes.
No voy a contar nada sobre la novela porque cualquier dato sería spoiler, sólo decir que, salvo algunos "errores lingüísticos y geográficos" banales, he disfrutado con las investigaciones de la inspectora Negro y el criminólogo Sanjuan y que pronto La Coruña podrá incorporarse a la "ruta negra" de ciudades europeas, lo espero porque significará que las andanzas de los protagonistas no han terminado.
Recomendable para un fin de semana (o un poco más) de tormenta¡

Sinopsis (Ediciones B)
La inspectora Valentina Negro lucha por superar los traumáticos recuerdos de su último caso, cuando estuvo cerca de perder la vida a manos de un asesino en serie. Pero la maldad no da tregua: pronto se ve envuelta en una nueva cadena de muertes. La ayuda del criminólogo Javier Sanjuán será clave para desentrañar una compleja trama relacionada con la desaparición de varias chicas y el rodaje de unas terroríficas películas snuff que recuerdan al cine expresionista de Fritz Lang.
El dolor, la belleza y la locura se dan la mano en las páginas de esta adictiva novela negra, que es al mismo tiempo un excelente retrato de la mente del psicópata firmado por dos expertos criminólogos. Las páginas de El hombre de la máscara de espejos son una invitación a asomarse al abismo a través de una historia trepidante que engancha y estremece desde la primera página.

El hombre de la máscara de espejos (fragmento)

[primera parte]: Las trompetas del ángel

Viernes, 22 de marzo de 2013. A Coruña, colegio de las Madres Franciscanas, en la zona de A Zapateira.

Andrea salió de su escondrijo detrás del enorme hórreo de piedra, caminó hasta la verja y movió con cuidado la puerta. Apenas miró hacia atrás, temerosa de
que alguna profesora o incluso la portera del colegio estuviese mirando en aquel justo momento. Con rapidez, casi con pánico a que su huida fuese descubierta y sin atreverse a cerrar la verja, corrió unos metros camino abajo, apretando los libros contra su abrigo azul marino. Jadeando, se dio la vuelta con excitación y constató que nadie la había visto, así que se subió la falda de tablas hasta dejar a la vista los calcetines largos y reanudó su camino hacia el Campus de Elviña. Había quedado con dos amigas, mayores que ella, que le iban a presentar a un chico que estudiaba primero de Derecho. Era víspera de Semana Santa y prefería tomarse unas cervezas y fumarse unos porros con ellas y otros chicos antes que tener que tragarse todas las misas y celebraciones tediosas que rodeaban siempre las vísperas de la crucifixión de Jesús. Andrea creía en Dios, sí, pero estaba segura de que a Él no le importaría que se saltase un par de obras de teatro insufribles y luego la misa de todos los años, con la asistencia de los padres de las más pequeñas, y la pelea por los canapés y los vinos baratos de después en el pabellón de deportes.
Siguió caminando un buen rato por la calle Castro de Elviña hasta divisar el Campus. El sol le picaba cuando salía entre las nubes y le hacía entrecerrar los ojos. Se revolvió, incómoda, dentro del abrigo de lana con cuello de terciopelo. Al fondo, el cielo perlado de nubes blancas como sábanas recién tendidas enmarcaba una hermosa vista de toda la ciudad de A Coruña, que contrastaba con el azul marino, muy oscuro, del océano en calma. Miró el reloj: llegaba tarde, sus amigas debían de estar ya en la cafetería. ¿Sería mejor esperar el autobús? La parada no estaba lejos, así que sacó el móvil y consultó los horarios de paso. No tardaría más de diez minutos… Sopesó lo que podía tardar andando y se decidió a esperar sentada en la marquesina. Andrea, sofocada por el calor, se quitó el abrigo del uniforme y lo dejó a un lado del asiento, doblado sobre los libros.

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