miércoles, 8 de noviembre de 2017

DEMONIOS FAMILIARES



Desde la imagen de portada, el hermoso cuadro de Michael Thompson (Girl with a Hole in Her Stocking), hasta la última frase de la novela "....Como si hubiese aparecido un buen día debajo de una de las coles del huerto, que con tanto mimo trataba Mada”; todo en los Demonios Familiares es puramente literatura de calidad, literatura puramente Matute.
La he encontrado menos autobiográfica de lo que algunos críticos anunciaban, pero tan intima y real como siempre.
La voz de una adolescente nos guía por los prolegómenos de la Guerra Civil en un pequeño pueblo, y al "arrullo" de las balas, las explosiones y los estruendos se teje y desteje la vida de una familia y de todo un pueblo, es verdad que el final es ciertamente abrupto, se nota que no lo interrumpió una salida a tomar café, pero también es verdad que la frase final abre las puertas de la imaginación y me hace pensar en un guiño de la autora para hacer posible la invención de una historia nueva, cada un@ su propia historia¡¡¡
Me ha encantado¡¡

RESEÑADO por Rosi Torres Marino para LIBROS,  el 11 de Noviembre de 2014.
Me gusta tanto Ana María Matute tanto que esta vez esperaba mucho mas. He de ser justa, tenía que haberme echo a la idea de que leía una historia inacabada, interrumpida de forma abrupta, pero me sumergí en los personajes y el punto final me pilló desprevenida y me dio mucho coraje. Me parece que le faltaba mucho a la Matute, que su muerte guardará el secreto de como seguirían y como acabarían aquellos personajes pero también muchas correcciones, muchos mas detalles. Me ha gustado mucho la nota final, acercando un poquito mas la autora al lector...

Sinopsis (Ed. Destino)
Demonios familiares es una historia de amor y culpabilidad, de traiciones y amistad, al más puro estilo de la autora. Transcurre en una pequeña ciudad interior española en 1936, con una protagonista femenina que pronto será inolvidable


Demonios familiares (fragmento)

1Algunas noches el Coronel oía llorar a un niño en la oscuridad. Al principio se preguntaba quién sería, puesto que hacía muchos años que en la casa no vivía ningún niño. Solo quedaba, en la mesilla de noche de Madre, una fotografía sepia, una sonrisa transparente y errática — quién sabía y así de Madre o del niño—, flotando en la noche, como una luciérnaga alada. Ahora sus recuerdos, incluso los tenebrosos fantasmas de la campaña de África, se parecían cada día más a desperdicios, lo que queda, migas de pan en el mantel, de un antiguo festín. Pero su memoria recuperaba una y otra vez la imagen de Fermín, su hermano mayor. Encerrado en su marco de terciopelo malva, vestido de marinero, apoyado en un aro de madera, y siempre niño. Como un fantasma recurrente —«qué raro, es mi hermano mayor, pero yo tengo más años que él» —  , persistía allí, nadie lo había quitado de la mesilla, ni aun cuando Madre ya no estaba, hacía años que él se había casado, había nacido su hija, y Herminia, su mujer, había muerto.
Desde que empezó a anochecer, se había hecho colocar en su silla de ruedas, de espaldas al balcón abierto de la sala. Así quedaba frente al espejo que Madre había hecho colgar inclinado, de forma que quien se mirara en él, o cualquier cosa que se reflejara, parecía que iba a volcarse sobre uno mismo. Todo era entonces, como le gustaba decir a Madre, «un paso más allá de lo que parecía». Cuando él preguntaba por qué el espejo no estaba del todo contra la pared, como los cuadros, repetía ella: « Un paso más allá», con el aire misterioso de alguien que está y no está. Desde su muerte la sentía mucho más cerca que cuando vivía y se deslizaba por la casa sin ruido, siempre en zapatillas, misteriosa, como portadora de secretos y encomiendas guardadas entre algodones de silencio. Y estaba sintiendo más que recordando estas cosas cuando en el ángulo derecho del espejo surgió el resplandor anaranjado, ensanchándose en el cielo.
De pronto Yago estaba a su lado. Como en los tiempos en que aún no era su criado ­sombra (como él lo llamaba), cuando aún era su ordenanza, nunca le oía llegar, y simplemente aparecía a su lado.

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