sábado, 23 de septiembre de 2017

EL SECRETO DE GAUDLIN HALL


No se si es que yo no acabo de pillar el tono literario de Boyne, el caso es que con este escritor voy "un paso para adelante y tres o cuatro pasos para atrás", ahora ha tocado para atrás.
Esta novela de sugerente título es como una especie de "re-mix" imitativo de la novela victoriana de misterio y para escribir bien una novela de misterio hay que escribir muy-muy bien, pues de lo contrario lo escrito causa risa en lugar de pavor.
No es que esta novela sea cómica, pero miedo-miedo no da y claro, siendo esa su única pretensión pues se queda en......casi nada¡

Sinopsis (Ed. Salamandra)
Después de perder a su anciano padre, la joven Eliza Caine no tiene más opción que aceptar un puesto de institutriz en la mansión de Gaudlin Hall, en Norfolk. Pero lo que debería ser un trabajo digno y sencillo se convierte en una experiencia espeluznante. En cuanto se apea del tren, un par de manos invisibles intentan arrojarla a la vía, y cuando finalmente llega al caserón, los únicos que salen a recibirla son dos niños, Isabella y Eustace, que aparentemente viven solos. Eliza no sabe quién la ha contratado, y una serie de extraños sucesos la convencen de que algo muy grave está ocurriendo en la casa. Es como si una presencia maligna, que parece querer proteger a los pequeños, se manifestara continuamente, por lo que Eliza comprende que deberá desvelar los secretos que Gaudlin Hall guarda celosamente.
Autor de éxitos mundiales como El niño con el pijama de rayas y La casa del propósito especial, John Boyne ha escrito una novela inquietante que cautiva al lector hasta la última página. Como un homenaje a la novela gótica del siglo XIX, con abundantes guiños a Charles Dickens y Wilkie Collins, el relato gira en torno a Eliza Caine, su valerosa e inteligente heroína, que logra superar el miedo a lo desconocido con una fortaleza de espíritu encomiable.

El Secreto de Gaudlin Hall (fragmento)

1Londres, 1867
"Charles Dickens fue el culpable de la muerte de mi padre.

Cuando trato de esclarecer el momento en que mi vida pasó de la serenidad al horror, en que lo natural se convirtió en inenarrable, me veo sentada en el saloncito de nuestra pequeña casa cerca de Hyde Park, observando los bordes deshilachados de la alfombra ante la chimenea y preguntándome si ya era hora de comprar una nueva o de intentar remendarla. Pensamientos sencillos, domésticos. Aquella mañana caía una llovizna continua. Al apartar la vista de la ventana para contemplarme en el espejo sobre la chimenea, mi aspecto se me antojó descorazonador. Es cierto que nunca he sido atractiva, pero estaba más pálida de lo habitual y tenía el cabello encrespado y despeinado. Me hallaba allí sentada, con los codos sobre la mesa y una taza de té en las manos. Traté de relajarme y corregir la postura. Entonces hice algo ridículo: sonreí, esperando que la manifestación de cierta alegría mejorase mi imagen, y en ese instante me sobresalté al advertir un segundo rostro, mucho más pequeño que el mío, que me miraba fijamente desde una esquina inferior del espejo.
Con un grito sofocado, me llevé una mano al pecho, para acabar riéndome de mi propia insensatez: aquella imagen no era más que un retrato de mi difunta madre que pendía en la pared detrás de mi silla. El espejo nos captaba a ambas, una junto a la otra, aunque yo no salía bien parada de la comparación, pues mi madre era una mujer muy hermosa, de ojos grandes y brillantes, mientras que los míos eran pequeños y apagados; la curva de su mandíbula era femenina, pero la mía se veía dura y algo masculina, y ella era una mujer esbelta, en tanto que yo siempre me había sentido grandota y ridícula."

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