domingo, 8 de julio de 2018

LA ASESINA


Una novela de principios de siglo, un tema tan actual que estremece.
Es verdad que Papadiamantis no logra "meterse" totalmente en la mente de una mujer y la reinterpreta desde su pensamiento masculino decimonónico, pero aún así vale la pena leer está novela corta que relata la dura vida de las mujeres en un pueblo griego que, podría ser cualquier pueblo.
La Asesina es una novela dura, acerada, sin ápice de sentimentalismo y casi sin sentimiento; es la lucha por la vida en su faceta más extrema, es una lección de "anti-sentimiento", un recorrido por lo que no queremos ser....!
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Sinopsis (Ed. Periférica)
Con el telón de fondo de unas islas griegas tan bellas como pobres, Papadiamantis ha logrado sorprender y conmover a varias generaciones de lectores de todo el mundo con esta estremecedora historia: una hábil curandera, viuda y madre experta en todo tipo de artes curativas y ardides, decide librar a varias familias de sus hijas pequeñas o recién nacidas, pues éstas, según ella misma, serán sólo una carga en medio de tanta miseria... Y un infierno sobrecogedor de pesadillas insomnes, sonámbulas y alucinadas atenazará a una conciencia desesperada en medio del hermosísimo paisaje. Una conciencia que apenas puede sobreponerse a las pulsiones más graves que una realidad extrema arroja sobre la existencia. 
Sin embargo, "La asesina" supera el determinismo decimonónico; por eso es tan actual, tan sin época. Porque más allá de cualquier naturalismo hace valer esa alucinación del sujeto desorientado en un mundo shakespeariano casi. Un mundo regido por terribles pulsiones de muerte, lo que convierte esta historia en un acto religioso sobre el ser humano, sobre su capacidad para superar el peso de una realidad miserable y oprimida, transida por la angustia de existir, por la imposibilidad de ninguna justicia, divina o humana, como en la última frase de esta obra maestra. 

La asesina (fragmento)

"Cuando hubo llenado la cesta, el sol estaba ya muy bajo, y al salir de la capilla abandonada la vieja Jadula emprendió el regreso a la ciudad. Bajó de nuevo la cañada en dirección contraria, giró a la derecha, y empezó a subir la colina de San Antonio, por donde había venido. Pero antes
de llegar a la cima, donde está la ermita, y desde donde hay una vista panorámica del puerto y de la ciudad, vio a la derecha el amplio y bien cultivado jardín de Yanis el Hortelano, en lo profundo del pequeño valle conocido como la cañada de Mamús, que forma una curva al encontrarse con otro valle profundo, el de Ajilá, y dijo para sí: «Voy a ir al huerto de Yanis, a ver si me da un manojo de cebollas o alguna lechuga, a ver si me convida. Total, ¿qué tengo que perder?».
Al mismo tiempo, le vino a la cabeza algo que había oído unos días antes, que la mujer de Yanis el Hortelano estaba enferma.
Ignoraba si ésta se encontraba ahora en la cabaña dentro del jardín, más allá de la entrada, o si había ido a curarse a la ciudad. Pero como el propio jardinero se encontraría allí de seguro (concluyó, puesto que veía la puerta del huerto abierta de par en par), pensó en ofrecerle sus servicios con las hierbas que llevaba en la cesta, prometiéndole «remedios» para curar a su mujer. Y se dijo de nuevo: «¡Qué servicio puede ofrecerle alguien a la pobreza! La mayor bondad que tendría una es darle la hierba de la esterilidad. (Perdóname, Dios mío.) ¡O al menos la hierba de los niños! Porque nada más que pare niñas, la pobre... Me parece que tiene ya cinco o seis. No sé si se le ha muerto alguna ¡de ésas con siete vidas!».
El caso era que había buscado, en las montañas y las gargantas, a ver si encontraba «hierba de niños» para su hija, pero la que le había dado no había funcionado; por el contrario, funcionó más bien como «hierba de niñas». Y sin embargo, a ella, cuando se la dio su cuñada, tiempo ha, le hizo efecto, porque tuvo cuatro niños, y sólo tres niñas. En cuanto a la «hierba de la esterilidad», su confesor le había dicho hacía ya mucho que era un pecado muy grande.
Antes de llegar a la puerta del jardín, según bajaba por el sendero de la ladera, vio que Yanis el Hortelano no se encontraba dentro del jardín, sino que estaba en aquellos momentos en el campo vecino, que había alquilado, según parecía, como aparcero. El campo estaba sembrado de cebada, que ya estaba verdeando y creciendo, aunque aún no estaba tan alta como el jardín, que llegaba hasta la rodilla. Yanis, agachado en una esquina del campo, parecía estar quitando las malas hierbas y la cizaña de los cultivos, ahora que aún era pronto y el sol no se había puesto. Se encontraba al otro extremo del jardín, y cuando Yanú se acercó a la puerta del huerto, ya no lo veía, pues lo ocultaba el espeso seto, a bastante distancia como para no poder siquiera gritarle desde allí las buenas tardes. "



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