sábado, 7 de julio de 2018

EL ÚLTIMO ACTO


Décima entrega de la serie de novelas protagonizadas por Anders Knutas que trabaja en la Policía Judicial de Visby en la isla de Gotland (Suecia).

Lo que tienen los libros de Jungstedt es que son un entretenimiento fácil y rápido. El inspector Knutas en crisis, Karin enamorada y esa pareja conflictiva formada por Emma y Johan, como siempre, raritos.
Una historia de celos y amor, de intriga y muerte, con la que me lo he pasado muy bien.



Sinopsis (Ed. Maeva)
Anders Knutas, Karin Jacobson y Johan Berg tendrán que indagar en la cara más oculta de la víctima para desenmascarar a su asesino.


Cuando el cuerpo sin vida de Erika Malm, la polémica editora de uno de los principales periódicos de Suecia, es hallado en una habitación de hotel en Visby, despierta gran interés mediático. El asesinato se ha cometido durante una campaña electoral en la ciudad de Almedal. La investigación es compleja y las pistas apuntan en diferentes direcciones: hacia una carta amenazante de un grupo neonazi, hacia una misteriosa visita a un teatro y hacia las huellas de un amante secreto. El inspector Anders Knutas y su colega Karin Jacobsson aceptan el caso. Pero no solo la investigación les causa dolores de cabeza, ¿cómo manejarán Knutas y Karin los sentimientos que han surgido entre ellos? ¿Se dejarán llevar o seguirán manteniendo una relación meramente profesional? Por su parte, el periodista Johan Berg está trabajando en paralelo con la Policía al mismo tiempo que intenta recuperar su vida después de la tragedia que golpeó a su familia. Mientras le siguen la pista, el asesino se mueve rápido y está decidido a dirigir su último acto.

El último acto (fragmento)

La oscuridad había descendido sobre las ruinas del monasterio medieval, en el campo de Gotland. Era una noche calurosa y tranquila de final de verano. A lo lejos se oía el graznido de los cuervos. El público, impaciente, aguardaba en silencio absoluto. Un resplandor de color azul iluminó los arcos enormes de piedra caliza. Las sombras danzaban en dirección a los muros. Macbeth, la tragedia de Shakespeare, llegaba a su fin. Poco a poco desaparecían del suelo del escenario las hileras de humo blanco que flotaban entre los setos y los olmos robustos. 
De pronto surgió una figura esbelta de la cortina de humo. Ella estaba en medio de la tercera fila, él se colocó justo enfrente. Su presencia la dejó sin aliento. Allí estaba, solo, con su abrigo de cuero negro y vestimenta propia de la Edad Media aunque, al mismo tiempo, con un toque futurista un tanto peculiar. Tenía la espalda firme y recta. Llevaba los ojos pintados de negro y las manos manchadas de sangre. Las alzó hacia el cielo y miró a lo lejos. Los labios se movían, pero, a pesar de oír la voz cálida y profunda, ella no entendía ni una palabra. Los versos de Shakespeare le pasaron inadvertidos. La gente de alrededor desapareció, adentrándose en la oscuridad. Su marido, que estaba a tan solo unos centímetros de ella, en el asiento de al lado, se alejó y se fundió con los muros macizos. A ella le resultaba tan inerte e insignificante como aquella rígida piedra caliza.
En las tres horas que duró la función no la miró ni una sola vez. Sin embargo, su embrujo misterioso llegó a colarse en los ojos de ella y fue deslizándose por la sangre que le fluía por las venas. Lo último que recordaba de él la hizo temblar. Aquellos ojos se clavaron con una mirada profunda justo antes de que se atreviera a penetrarla con fuerza. Notó el calor de los labios y su lengua en la boca. Al sentarse entre la multitud pudo sentir cómo él se retorcía dentro de ella. A partir de entonces supo que siempre añoraría aquello.


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