sábado, 18 de noviembre de 2017

MALINCHE


RESEÑADO por Rossana Cabrera para LIBROS,  el 28 de Septiembre de 2014.
Lo tenía para leer, pero dos cosas me repelían: la autora, no me había gustado lo que antes había leído, y el nombre y la historia. Malinche, por estas tierras es un insulto, una maldición.
Pero ayer, después de cerrar Lupita, aproveché el envión con el que venia y me puse a ello.
No me aburrió, ni lo cerré y me dije ¡qué pérdida de tiempo! Pero tampoco lo cerré y me dije ¡wow, que grata sorpresa!
Ni entre los primeros diez del año, ni entre los peores diez del 2014.
Una cosita entretenida y merengada para un fin de semana al solcito.

Sinopsis (Ed. Suma de Letras)
En este libro, fruto del diálogo entre el trabajo de la imaginación y el de la reconstrucción histórica, Laura Esquivel narra con su estilo intenso y cálido la aventura vital de la mujer que creyó que el extranjero Hernán Cortés pondría fin a los terribles sacrificios humanos  de la religión azteca, pero acabaría en cambio descubriendo la crueldad no menos sangrienta de los conquistadores en su ambición y codicia. Desde la recreación de toda una cultura perdida, con sus rituales y sus costumbres, hasta su destrucción casi total a manos de quienes por momentos creyeron que eran dioses, este relato explora las relaciones entre pueblos y razas e indaga las causas que tantas veces los llevan a enfrentarse.
Un relato inolvidable, que penetra con la misma profundidad en el atribulado corazón de su protagonista y en el complejo corazón de México. Malinche es tal vez la mirada más abarcadora de su autora sobre dos de sus temas esenciales: la tierra mexicana y la condición femenina. 

Malinche (fragmento)

Al Viento.

Uno.


Primero fue el viento. Más tarde, como un relámpago, como una lengua de plata en el cielo, fue anunciada en el valle del Anáhuac la tormenta que lavaría la sangre de la piedra. Fue después del sacrificio que la ciudad se oscureció y se escucharon atronadoras descargas, luego apareció en el cielo una serpiente plateada que se vio con la misma fuerza en muy distintos lugares. Enseguida comenzó a llover de una manera pocas veces vista. Llovió toda la tarde y toda la noche y al día siguiente también. Durante tres días no cesó de llover. Llovió tanto, que los sacerdotes y sabios del Anáhuac se alarmaron. Ellos estaban acostumbrados a escuchar y a interpretar la voz del agua pero en esa ocasión sintieron que Tláloc, el dios de la lluvia, no sólo trataba de decirles algo sino que, por medio del agua, había dejado caer sobre ellos una nueva luz, una nueva visión que daría otro sentido a sus vidas, y aunque aún no sabían claramente cuál era, así lo sentían en sus corazones. Y antes de que sus mentes interpretaran correctamente la profundidad del mensaje, que el agua explicaba cada vez que se dejaba caer, la lluvia cesó y el sol resplandeciente se reflejó en la multitud de espejos, de pequeños lagos, ríos y canales que las lluvias habían dejado repletos de agua.
Ese día, lejos del valle del Anáhuac, en la región de Pai-nala, una mujer luchaba por dar a luz a su primogénito. La lluvia ahogaba sus pujidos. Su suegra, que actuaba como partera, no sabía si prestar oídos a su parturienta nuera o al mensaje del dios Tláloc.
No le costó trabajo decidirse por la esposa de su hijo. El parto era complicado. A pesar de su larga experiencia nunca había asistido a un alumbramiento como ése. Durante el baño en temascal —inmediatamente anterior al parto— ella no había detectado que el feto viniera mal acomodado. Todo parecía estar en orden. Sin embargo, el esperado nacimiento se tardaba más de lo común.


 


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