sábado, 18 de noviembre de 2017

A LUPITA LE GUSTABA PLANCHAR


RESEÑADO por Rossana Cabrera para LIBROS,  el 28 de Septiembre de 2014.
Primero pensé en escribir que no es un libro para hombres, es esa llamada "literatura para mujeres", y luego me reí de mi un buen rato, porque ¿qué espécimen con bolas se acercaría a un libro cuyo título fuera a Lupita le gustaba planchar? ¡Ni por curiosidad! Para más inri, los capítulos se llaman: a Lupita le gustaba bordar, a Lupita le gustaba chingar, a Lupita...
En fin, ellos se lo pierden, el libro está muy bien.
Reconozco que si no tuviera testigos reales del México que describe el libro, me costaría asumir que es cierto. Pero como los tengo, el encuadre de la historia me pareció muy bueno y la protagonista-no del todo buena, gordita, alcohólica, adicta, fea, policía y calenturienta, me encantó.

Sinopsis (Ed. Suma de Letras)
Una mujer excepcional, un personaje opuesto a la concepción arquetípica de heroína que se grabará a fuego en la memoria de todos los lectores.
De Laura Esquivel, autora del bestseller internacional Como agua para chocolate.
Una parábola moral sobre un mundo en crisis y la búsqueda del amor universal.
Lupita, la protagonista de esta novela, es una antiheroína fuera de serie: una policía poco agraciada físicamente, con problemas de alcoholismo, que ha padecido violencia y sobrevive en un medio donde reinan las apariencias, el dinero y el poder. En su búsqueda del amor, termina involucrada de forma azarosa en el asesinato de un político y debe desentrañar lo que hay detrás del crimen, pues su propia vida está en riesgo.
Con su característico lenguaje accesible y enganchador, un refrescante humor negro y una profunda mirada espiritual, Laura Esquivel traza un fascinante retrato de una sociedad que ha perdido el rumbo, donde casi todos somos un poco Lupita y buscamos algo que nos salve del desamor.

A Lupita le gustaba planchar (fragmento)

A Lupita le gustaba planchar.
Podía pasar largas horas dedicada a esta actividad sin dar muestras de agotamiento. Planchar le daba paz. Consideraba esa actividad como su mejor terapia y recurría a ella diariamente, incluso después de un largo día de trabajo. La pasión por el planchado era una práctica que había heredado de doña Trini, su madre, quien lavó y planchó ajeno toda su vida. Lupita invariablemente repetía el ritual aprendido de su sacrosanta, mismo que iniciaba con el correcto rociado de la ropa. Las modernas planchas de vapor no requerían que la ropa estuviera humedecida previamente pero para Lupita no existía otra manera de planchar y evitar el rociado representaba un sacrilegio.
Ese día, al entrar a su casa, de inmediato se dirigió a la masa de planchado y comenzó a rociar las prendas. Sus manos temblaban como las de una teporocha en cruda, lo cual facilitó su trabajo. Le urgía pensar en otra cosa que no fuera el asesinato del licenciado Arturo Larreaga, jefe delegacional de su distrito, el cual ella había presenciado a corta distancia hacía sólo unas horas.
En cuanto dejó rociada la ropa, se dirigió al baño. Abrió la regadera y dejó correr el agua fría dentro de una cubeta a la cual le puso abundante detergente. Antes de meterse a la regadera abrió una bolsa de plástico y se asqueó del olor que despedían los pantalones orinados que venían aprisionados en su interior. Los puso a remojar dentro de la cubeta y se dio un regaderazo. El agua la despojó del molesto olor a orines que su cuerpo despedía pero no pudo quitarle la vergüenza que traía incrustada en el alma. ¿Qué habrán pensado de ella todos los que se enteraron de que se orinó? ¿Cómo la iban a ver de ahí en adelante? ¿Cómo hacerlos olvidar la patética imagen de una policía gorda parada en medio de la escena del crimen con los pantalones escurridos?

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