domingo, 12 de noviembre de 2017

HISTORIA DE MAYTA


RESEÑADO por Rossana Cabrera para LIBROS, el 6 de Septiembre de 2014.
Cuando una ve entrevistas de Vargas Llosa, o lee sus declaraciones a la prensa y siente que le hierve un poco la sangre y se enfrenta a sus libros con enojo, generalmente, el enojo se disipa. Eso me pasa a mi, al menos, el señor de las entrevistas crea personajes que me pueden y sus palabras están enganchadas entre sí de una manera que me encanta.

Bueno.. pues este libro, es exactamente el libro que uno se imagina escrito por ese hombre hervidor de sangres. Me dejó de mala uva. De muy mala uva.

Sinopsis (Ed. Seix Barral)
Mario Vargas Llosa nos arrastra con su prosa hacia Mayta, protagonista de una intentona revolucionaria trotskista que en la novela acontece en 1958. La reconstrucción de la historia de este personaje se lleva a cabo mediante los testimonios de aquellos que lo conocieron y la posterior confrontación de este relato, cargado de subjetivismo, con la realidad. El resultado sólo podrá tener un claro regusto amargo y tragicómico. Así, aparte de conocer a un hombre, personificación de la marginalidad, hijo de un periodo de pasiones políticas y conflictos ideológicos, sabremos también de un momento clave en el devenir de América Latina, un tiempo sombrío, tiempo de reivindicación violenta de los deseos y los derechos, y, finalmente, comprenderemos las limitaciones de la verdad. Porque la historia procede de las ficciones personales. Y el lenguaje de la ficción traiciona inevitablemente la experiencia real.
A menudo infravalorada, esta novela va mucho más allá de las lecturas políticas que en su momento la redujeron. Hoy, además, nos deleita con toda la altura literaria de
Mario Vargas Llosa.

Historia de Mayta (fragmento)

Londres, junio de 2000

I

Correr en las mañanas por el malecón de Barranco, cuando la humedad de la noche todavía impregna el aire y tiene a las veredas resbaladizas y brillosas, es una buena manera de comenzar el día. El cielo está gris, aun en el verano, pues el sol jamás aparece sobre el barrio antes de las diez, y la neblina imprecisa la frontera de las cosas, el perfil de las gaviotas, el alcatraz que cruza volando la quebradiza línea del acantilado. El mar se ve plomizo, verde oscuro, humeante, encabritado, con manchas de espuma y olas que avanzan guardando la misma distancia hacia la playa. A veces, una barquita de pescadores zangolotea entre los tumbos; a veces, un golpe de viento aparta las nubes y asoman a lo lejos La Punta y las islas terrosas de San Lorenzo y el Frontón. Es un paisaje bello, a condición de centrar la mirada en los elementos y en los pájaros. Porque lo que ha hecho el hombre, en cambio, es feo.
Son feas estas casas, imitaciones de imitaciones, a las que el miedo asfixia de rejas, muros, sirenas y reflectores. Las antenas de la televisión forman un bosque espectral. Son feas estas basuras que se acumulan detrás del bordillo del Malecón y se desparraman por el acantilado. ¿Qué ha hecho que en este lugar de la ciudad, el de mejor vista, surjan muladares? La desidia. ¿Por qué no prohíben los dueños que sus sirvientes arrojen las inmundicias prácticamente bajo sus narices? Porque saben que entonces las arrojarían los sirvientes de los vecinos, o los jardineros del parque de Barranco, y hasta los hombres del camión de la basura, a quienes veo, mientras corro, vaciando en las laderas del acantilado los cubos de desperdicios que deberían llevarse al relleno municipal. Por eso se han resignado a los gallinazos, las cucarachas, los ratones y la hediondez de estos basurales que he visto nacer, crecer, mientras corría en las mañanas, visión puntual de perros vagos escarbando los muladares entre nubes de moscas. También me he acostumbrado, estos últimos años, a ver, junto a los canes vagabundos, a niños vagabundos, viejos vagabundos, mujeres vagabundas, todos revolviendo afanosamente los desperdicios en busca de algo que comer, que vender o que ponerse. El espectáculo de la miseria, antaño exclusivo de las barriadas, luego también del centro, es ahora el de toda la ciudad, incluidos estos distritos —Miraflores, Barranco, San Isidro— residenciales y privilegiados. Si uno vive en Lima tiene que habituarse a la miseria y a la mugre o volverse loco o suicidarse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario