martes, 5 de septiembre de 2017

VERANO EN ROJO



Primera entrega de la serie de novelas protagonizada por la comisaria María Ruiz.

Prometedor inicio de la periodista Berna González Harbour, en el mundo de la novela negra patria. Verano de 2010, el verano del Mundial, Madrid muere al sol y un cadáver aparece en un parque..... Con estos mimbre se urde el primer caso de la comisaria María Ruíz y he dicho prometedor inicio, porque creo que hay mucho que pulir en este personaje femenino y su compañero periodista. Una alianza muy clásica, comisaria y periodista de sucesos que investigan a la par.
Me gusta la estructura clásica de la novela, me pueden llegar a gustar los personajes, pero.....puliría un poquito ese exceso de frases grandilocuentes que quieren ser originales, ¡no lo son! y en una novela negra están de más.
Si los diálogos son increíbles, la novela se torna increíble¡¡¡
A pesar de todo me ha resultado entretenida y la autora tendrá una segunda oportunidad, pero una cada vez es más exigente en lo que a novela negra se refiere.....¡¡¡¡

Sinopsis (Ed. RBA)
Madrid, verano de 2010. Corren los días del Mundial de fútbol y, mientras los ojos de todos están puestos en los tortuosos avances del equipo de España en Sudáfrica, la comisaria María Ruiz se enfrenta a un tenebroso crimen: un joven ha aparecido asesinado. Sin identidad visible. Sin pistas aparentes. Sin móvil. Mujer atractiva, concienzuda y tenaz, María iniciará una investigación que se complicará cada vez más.

Verano en rojo (fragmento)

"El todoterreno dejó atrás la circunvalación, sorteó la gran rotonda con una gasolinera mal iluminada y enfiló impaciente hacia los primeros semáforos de la ciudad. Un badén le obligó a ralentizar de nuevo y volver a acelerar; otro más y el traqueteo despertó a su copiloto, sumergido desde hacía rato en el sueño profundo de la medianoche. En el tercero, un Ford Fiesta rebosante de adolescentes y música los adelantó entre risas, con las ventanas abiertas y sin la menor piedad hacia la amortiguación.
«Otros malditos cretinos», pensó, demasiado cansado como para dedicarles poco más que una fugaz mirada de desprecio.
Había conducido demasiadas horas y faltaba poco para dejar a su acompañante, para poner rumbo a su residencia, a su habitación, para quitarse la ropa y los zapatos polvorientos, para abrir los grifos, contener la respiración y sumergirse como siempre —treinta, cuarenta, cincuenta segundos, todos los que fuera capaz de soportar— bajo el agua de un baño helado que le aplacara los nervios antes de emerger de nuevo, de restablecer el flujo de oxígeno en la sangre y de recobrar paulatina pero ineludiblemente el pulso vital. Después, cerraría los ojos entre las sábanas ásperas e intentaría dormitar hasta que el despertador marcara el comienzo de un día diferente, al fin. El calor era abrasivo desde junio y el aire acondicionado del coche solo acentuaba esa sensación agobiante de vivir bajo estado de excepción. 
Rodeó pausadamente otra rotonda y, cuando apenas le faltaban unos metros para llegar a su destino, unas luces azuladas, unos coches policiales cruzados y unos focos lentos, rotatorios y mudos en la calle Arturo Soria le sobresaltaron, le hicieron pisar de nuevo el freno, aminorar la marcha, encauzarse por el único carril que quedaba disponible y avanzar despacio bajo la severa mirada de unos agentes que señalaban el paso con indicadores luminosos. Uno de ellos le dio el alto indiscutible con una mano mientras con la otra le indicaba el lado del arcén en el que debía aparcar. Y soplar."

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