domingo, 3 de septiembre de 2017

DÍAS SIN HAMBRE


“… Erase una vez una niña que siempre estaba leyendo, subida en los árboles. Un día la llaman para cenar, no quiere bajar más…La niña no se mueve de allí, durante días y días, la llaman, le suplican, le acercan escaleras… mastica papel… Muy pronto todo su cuerpo se vuelve gris… la dejan desaparecer subida en su rama…”.

Delphine de Vigán fue mi descubrimiento del 2013, y el descubrimiento continúa, en el 2014 leo su primera novela, probablemente autobiográfica y claramente no-autocompasiva, novela corta y magnífica, novela verdadera y realista, una historia tan cruda que no necesita de sentimentalismo para llegar al fondo del alma. Un verdadero descubrimiento, una escritora cuya primera novela es tan magnífica, que asombra lo que ha escrito después.
Muy recomendable¡¡¡¡

Sinopsis (Ed. Anagrama)
Esta primera novela de Delphine de Vigan, publicada en el año 2001 con el pseudónimo de Lou Delvig por razones familiares, cuenta la historia de una joven anoréxica de diecinueve años. El relato que Laure hace en su diario de un cuerpo al borde de la muerte es verosímil y perturbador. Desde las primeras líneas de la novela el lector acompaña a la joven a través de su recuperación y de su aprendizaje: volver a comer pero, ante todo, volver a sentirse poseedora de un cuerpo susceptible de despertar el deseo del otro. Esta novela de trama mínima es en realidad una poderosa bildungsroman, un despertar a la vida y al amor, aunque el viaje de su protagonista es interior y se desarrolla entre las cuatro paredes de un hospital.
«A pesar de tratar un tema particularmente complicado, Días sin hambre es de una destacable sobriedad y halla el tono justo» (Emilie Grangeray, Le Monde).

Días sin hambre (fragmento)

I
"Aceptó la cita debido al frío. La primera vez, cuando él la llamó. Una voz desconocida, nasal, le ofrecía ayuda, una noche de otoño, una noche como otra cualquiera: pegada al radiador. Debido al frío pero no sólo por eso. Al principio se negó. Quién te manda meterte en esto. Él le hizo preguntas sobre su estado físico, no le preguntó cuánto pesaba, ni cuánto comía. No. Más bien preguntas de entendido, incluso de experto, preguntas concretas, directas, para calibrar el grado de urgencia. Mientras ella se prestaba al juego, él iba ganando tiempo. Ese tiempo que ella ya no podía perder, ese tiempo tenue, tenso contra la muerte como un último respiro, frágil.

Le dijo eso antes de todo lo demás, que no quedaba ya mucho tiempo. Ella advirtió que también sabía algo de la soledad, de lo que significa sentirse encerrado. Mientras hablaba y hacía preguntas, ella retorcía con los dedos el cable del teléfono. Minutos antes se había puesto un tercer jersey, se había hecho un ovillo –suponiendo que se pueda hablar de hacerse un ovillo con esos huesos puntiagudos–, contestaba sin meditar, como si recitara una fábula que se supiera desde hacía tiempo, sin pararse a pensar. Simplemente quería ser educada.

Él dijo que era demasiado tarde, sola no podrá salir adelante, yo puedo ayudarla, venga a verme a mi consulta el miércoles, la esperaré. Ella buscó con los ojos los cigarrillos. No se vio con fuerzas para despegar la espalda del radiador para coger el paquete que tenía delante."


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