viernes, 11 de agosto de 2017

ROSA CÁNDIDA


No todo lo que viene del frío es negra-nórdica, como paso previo a las novedades de otoño (que traen una nueva novela de Auður Ava Ólafsdóttir) decidí leer la primera de la autora, publicada en castellano, y me he encontrado una fábula cándida de un joven, supuestamente islandés, y claramente ingenuo que viaja por unos cuantos países desconocidos (claramente nórdicos) en busca del jardín soñado, aderezada con paternidad sorpresiva, muerte de la progenitora, hermano autista......
La novela conforma un mosaico extraño que, sin embargo, engancha por su prosa sencilla y por que uno desea saber, de una vez, que pretenden la escritora y su protagonista¡
La recomiendo, sobre todo, por su prosa poética, la originalidad del argumento y la sensibilidad con la que está construida.

Un fragmento será mucho más ilustrativo que todo lo que yo pueda decir.

Rosa cándida (fragmento)

Uno"Como me voy del país y es difícil prever cuándo volveré, mi padre, de setenta y siete años de edad, quiere convertir nuestra última cena en algo memorable y cocinar algo sacado de la carpeta de recetas manuscritas de mamá, algo que ella habría podido cocinar en una ocasión parecida.
—He pensado —dice— hacer eglefino empanado y de postre natillas de chocolate con nata montada. Voy a recoger a Jósef en el Saab, que ya tiene diecisiete años, a su alojamiento asistido, mientras papá intenta averiguar lo de las natillas de chocolate; está preparado desde hace rato en la acera y es evidente que se alegra de verme. Se ha puesto la ropa de los domingos porque es mi despedida, lleva la última camisa que le compró mamá, violeta con mariposas estampadas. Mientras papá rehoga la cebolla y los trozos de pescado están ya preparados sobre el lecho de pan rallado, salgo al invernadero a buscar los esquejes de rosal que me pienso llevar. Papá viene detrás de mí con las tijeras, en busca de cebolletas para el eglefino, Jósef sigue silencioso sus pasos, aunque no llega a entrar en el invernadero desde que se rompieron los cristales con las tormentas de febrero, cuando se hicieron añicos muchísimos cristales, así que se queda fuera, delante de la entrada, y se dedica a mirarnos. Papá y él llevan chalecos parecidos, de color marrón nuez con cuadraditos amarillos.
—Tu madre solía ponerle cebolletas al eglefino —dice papá, y le cojo las tijeras y me inclino sobre el arbusto siempre verde de un rincón del invernadero, corto unas hojas y se las doy.
Yo soy el único heredero del invernadero de mamá, como papá suele recordarme con frecuencia, aunque no es un invernadero de cultivo en plan industrial, no se trata de trescientas cincuenta tomateras ni cincuenta plantas de pepino lo que ha pasado de madre a hijo; en realidad solamente las rosas, que se cuidan solas sin necesidad de dedicarles excesiva atención, y quizá diez tomateras que pueden quedar. Papá regará mientras yo esté fuera."

No hay comentarios:

Publicar un comentario