sábado, 12 de agosto de 2017

RONDA NOCTURNA


La vida de cuatro londinenses, durante la II Guerra Mundial e inmediata postguerra. Un libro de amor, muerte, celos y traición, bajo las bombas alemanas y bajo la paz¡
Todo lo prohibido vuelve y tras la ronda nocturna, amanece, lo que se vivió en las trincheras no puede vivirse bajo la luz del sol¡¡
Un libro que me atrajo por su portada y por la sinopsis de la contracubierta, no había leído nada de Sarah Waters y, la verdad, no me ha convencido, en ocasiones se hace muy largo y tedioso, y la estructura narrativa, seguramente le parece muy original a la autora pero, en mi opinión, sólo contribuye a la confusión general.
Desde luego, pienso, que con estos mimbres podría haberse hecho un cesto fantástico y se ha quedado en una cestilla corriente.

Un fragmento del principio de la novela:

1947
1
"Así que te has convertido en esto, se dijo Kay a sí misma: en una de esas personas a las que se les han parado los relojes de pared y de pulsera, y que saben la hora por el tipo de lisiado que llama a la puerta de su casero.
Estaba, en efecto, de pie junto a la ventana abierta, con una camisa sin cuello y unas bragas grisáceas, fumando un cigarrillo y observando las idas y venidas de pacientes del señor Leonard.
Llegaban puntuales; tanto, que en realidad sabía la hora gracias a ellos: la mujer jorobada, los lunes a las diez; el soldado herido, los jueves a las once. Los martes a la una venía un anciano, acompañado de un chico con aire visionario: a Kay le gustaba acechar su llegada.
Le gustaba verles subir despacio la calle: el hombre, pulcro y vestido con un traje oscuro de dueño de funeraria; el chico, paciente, serio, guapo: le recordaba una alegoría como las de Stanley Spencer o algún remilgado pintor moderno de similar cuerda. Tras ellos llegaba una mujer con su hijo, un niño cojo y con gafas; después, una vieja india con reúma. El muchachito cojo a veces se entretenía revolviendo con la botaza el musgo y la tierra del camino quebrado que llevaba a la casa, mientras su madre hablaba con Leonard en la entrada. Una vez, hacía poco, él había levantado la vista y había visto a Kay mirando; y ella le había oído armar jaleo en la escalera porque no quería subir solo al cuarto de baño.
—¿Son ángeles los de la puerta? — oyó decir a la madre—. Cielo santo, ¡sólo son cuadros! ¡Un chico grande como tú!
Kay conjeturó que no eran los chillones ángeles eduardianos los que le asustaban, sino la idea de encontrarse con ella. Debió de suponer que ella merodeaba por el desván como un fantasma o una lunática. En cierto modo, el chico tenía razón, pues a veces Kay deambulaba inquieta, como se decía que hacían los locos. Y otras veces se quedaba horas sin moverse de una silla, más inmóvil que una sombra, porque había visto que las sombras reptaban a través de la alfombra. Y entonces le parecía que bien pudiera ser un fantasma, que quizá se estaba convirtiendo en parte de la estructura descolorida de la casa, disolviéndose en la penumbra que se acumulaba como el polvo en sus disparatados ángulos."


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