Reseñado por AMELIA RUIZ para LIBROS el 23 de Enero de 2018
Anoche terminé “La mala hierba” de Agustín Martínez. Una novela trepidante, sobre el crimen de una madre encargado supuestamente por su hija adolescente. Está llena de sorpresa y sobresaltos y no deja respiro al lector. Interesante la descripción agobiante del ambiente rural de una localidad andaluza, del calor asfixiante que parece transmitir a quien lo lee, de las relaciones perversas entre los personajes, padres e hijos, cónyuges, vecinos, caciques y trabajadores sumisos y crueles a la vez. Muy, muy recomendable.
Sinopsis (Ed. Plaza y Janés)
La segunda novela del autor de Monteperdido alcanza nuevas cotas de suspense e intensidad que no dan tregua al lector, y lo atrapan en un envolvente thriller lleno de ritmo, dramatismo, giros inesperados y un desenlace sorprendente.
Nada crece sano en esta tierra enferma.
Pero la verdad siempre resurge, como la mala hierba.
Tras perder su empleo, Jacobo se ve obligado empezar una nueva vida junto a Irene, su esposa, y Miriam, la hija adolescente de ambos, en las afueras de Portocarrero, un pueblo en pleno desierto de Almería donde no crece nada salvo la mala hierba. Jamás pensó que el tiempo que pasan allí podía terminar de forma tan dramática: unos desconocidos irrumpen en su viejo cortijo. Irene es asesinada. Jacobo, herido, cae en coma.
Sin embargo, el infierno no ha hecho más que empezar. Meses después, cuando Jacobo despierta, la Guardia Civil le pone al tanto de los avances en la investigación. Tienen a un culpable. Al responsable que ordenó su asesinato. Y no es otro que su propia hija de catorce años: Miriam.
Con la ayuda de Nora, la singular abogada de Miriam, que cree firmemente en la inocencia de su cliente, Jacobo intentará descubrir qué sucedió realmente esa noche. Pero a medida que avanza la investigación, saldrán a la luz nuevos interrogantes que afectan a la cerrada comunidad de Portocarrero, donde nadie parece inocente.
Con sus novelas traducidas en más de diez países, entre ellos Reino Unido, Alemania, Francia e Italia, Agustín Martínez se ha convertido ya en una de las mejores voces del thriller internacional.
La segunda novela del autor de Monteperdido alcanza nuevas cotas de suspense e intensidad que no dan tregua al lector, y lo atrapan en un envolvente thriller lleno de ritmo, dramatismo, giros inesperados y un desenlace sorprendente.
Nada crece sano en esta tierra enferma.
Pero la verdad siempre resurge, como la mala hierba.
Tras perder su empleo, Jacobo se ve obligado empezar una nueva vida junto a Irene, su esposa, y Miriam, la hija adolescente de ambos, en las afueras de Portocarrero, un pueblo en pleno desierto de Almería donde no crece nada salvo la mala hierba. Jamás pensó que el tiempo que pasan allí podía terminar de forma tan dramática: unos desconocidos irrumpen en su viejo cortijo. Irene es asesinada. Jacobo, herido, cae en coma.
Sin embargo, el infierno no ha hecho más que empezar. Meses después, cuando Jacobo despierta, la Guardia Civil le pone al tanto de los avances en la investigación. Tienen a un culpable. Al responsable que ordenó su asesinato. Y no es otro que su propia hija de catorce años: Miriam.
Con la ayuda de Nora, la singular abogada de Miriam, que cree firmemente en la inocencia de su cliente, Jacobo intentará descubrir qué sucedió realmente esa noche. Pero a medida que avanza la investigación, saldrán a la luz nuevos interrogantes que afectan a la cerrada comunidad de Portocarrero, donde nadie parece inocente.
Con sus novelas traducidas en más de diez países, entre ellos Reino Unido, Alemania, Francia e Italia, Agustín Martínez se ha convertido ya en una de las mejores voces del thriller internacional.
La mala hierba (fragmento)
Jacobo
Quiero recordarte descansando sobre mi pecho, exhausta después de hacer el amor, y no como el barco que se hunde en un charco de sangre a mis pies.
Lo intento con todas mis fuerzas; juro que lo intento.
Quiero volver a aquella playa. A tu espalda desnuda; a los reflejos de un mar bravo que te dibujaba olas en la piel, una caricia. Y después, cuando me perseguiste hasta el piso de estudiantes en el extrarradio de la ciudad, rodeados por la estridencia de los coches que atravesaban la autovía.
Quiero verte, Irene, cómo dejabas caer tus ojos hacia mí y me sonreías. Quiero volver a pensar que íbamos a comernos la vida. Que íbamos a crecer salvajes.
Pero el tiempo me zarandea y me impide quedarme allí, en aquella playa o en el piso de estudiantes.
Atravieso los años, la universidad, los primeros trabajos, noches de demasiadas cervezas y risas de amigos que también fueron quedando atrás, borrosos: ¿quién puede recordar hoy sus rostros? El frigorífico vacío y el pánico interno, tal vez sólo mío, a la vida que empezaba a formarse dentro de ti, Irene, que amenazaba con salir y devorarnos. Nuestra hija. Miriam y la boda.
Un trabajo estable. La tarjeta de El Corte Inglés y el amor perfecto por ese bebé que nos sonreía desde su cuna, segura de que sus padres sabrían protegerla de cualquier mal.
Quiero detenerme pero es imposible. Quiero parar, te juro que quiero parar.
Pero sigo avanzando hacia el desastre como un proyectil.
¿Te acuerdas de esas otras noches, Irene, cuando nos abrazábamos derrotados? La piel de tu espalda ya no era una playa tersa. No me importaba. Habría hundido mi cara en ella igual que la primera noche junto al mar. ¿Por qué no puedo volver atrás?
Nos mentimos. Nos dijimos que podíamos retomar la marcha después de que todo saltara por los aires.
Jacobo
Quiero recordarte descansando sobre mi pecho, exhausta después de hacer el amor, y no como el barco que se hunde en un charco de sangre a mis pies.
Lo intento con todas mis fuerzas; juro que lo intento.
Quiero volver a aquella playa. A tu espalda desnuda; a los reflejos de un mar bravo que te dibujaba olas en la piel, una caricia. Y después, cuando me perseguiste hasta el piso de estudiantes en el extrarradio de la ciudad, rodeados por la estridencia de los coches que atravesaban la autovía.
Quiero verte, Irene, cómo dejabas caer tus ojos hacia mí y me sonreías. Quiero volver a pensar que íbamos a comernos la vida. Que íbamos a crecer salvajes.
Pero el tiempo me zarandea y me impide quedarme allí, en aquella playa o en el piso de estudiantes.
Atravieso los años, la universidad, los primeros trabajos, noches de demasiadas cervezas y risas de amigos que también fueron quedando atrás, borrosos: ¿quién puede recordar hoy sus rostros? El frigorífico vacío y el pánico interno, tal vez sólo mío, a la vida que empezaba a formarse dentro de ti, Irene, que amenazaba con salir y devorarnos. Nuestra hija. Miriam y la boda.
Un trabajo estable. La tarjeta de El Corte Inglés y el amor perfecto por ese bebé que nos sonreía desde su cuna, segura de que sus padres sabrían protegerla de cualquier mal.
Quiero detenerme pero es imposible. Quiero parar, te juro que quiero parar.
Pero sigo avanzando hacia el desastre como un proyectil.
¿Te acuerdas de esas otras noches, Irene, cuando nos abrazábamos derrotados? La piel de tu espalda ya no era una playa tersa. No me importaba. Habría hundido mi cara en ella igual que la primera noche junto al mar. ¿Por qué no puedo volver atrás?
Nos mentimos. Nos dijimos que podíamos retomar la marcha después de que todo saltara por los aires.