sábado, 5 de agosto de 2017

TODO CUANTO AMÉ


Ser la esposa de Paul Auster y escritora, debe ser una carga casi insoportable, intentar parecerse a el en las novelas, intencionadamente o no, es un imposible.
Esta es la segunda novela de Hustvedt que leo, y al igual que a la primera (El verano sin hombres) le sobran unas cuantas páginas, en este caso casi todas las dedicadas a extensas descripciones artísticas o deslavazadas descripciones científicas. Es indudable que Hustvedt escribe bien, es delicada en la construcción de los personajes y su prosa fluye agradablemente; las tramas de la novela están bien construidas y aceptablemente resueltas, pero.....en mi opinión dos defectos aquejan a esta escritora en general, y alguno más a esta novela en particular.
Los defectos generales son la excesiva extensión injustificada de algunos capítulos de sus novelas, tal pareciera que se las pagan a peso y el tono general depresivo, que contagia al lector hasta límites insospechados.
En cuanto a esta novela, la elección del narrador un historiador de arte de origen judío no acaba de cuajar, Hustvedt construye un personaje tan irreal que acaba "cabreando", toda la historia judía de las familias protagonistas parece calcada de alguna novela de su consorte sin la genialidad y el toque Auster, las relamidas descripciones de arte y medicina, podría habérselas evitado tranquilamente. Ahora dirán ustedes, no te ha gustado, pues la verdad es que si me ha gustado, es una buena novela y bien escrita, pero........Hustvedt no es Auster aunque sea su esposa y haría bien en evitar este tipo de tramas que su marido domina a la perfección.
¿Recomendable????, con reservas.

Todo cuanto amé (Fragmento)

Uno
"Ayer encontré las cartas de Violet a Bill. Su dueño las tenía escondidas entre las páginas de uno de sus libros, y al abrirlo cayeron al suelo. Hacía años que sabía de su existencia, pero ni él ni ella me habían hablado nunca de su contenido. Lo que sí me dijeron es que a los pocos minutos de leer la quinta y última carta, Bill cambió de opinión con respecto a su matrimonio con Lucille, salió del edificio de Greene Street y se dirigió directamente al apartamento de Violet en el East Village.
Yo, mientras las sostenía en la mano, percibí en ellas ese misterioso peso que tienen las cosas que se han visto hechizadas por historias relatadas y vueltas a relatar una y otra vez. Mi vista ya no es tan buena como antes, por lo que tardé largo rato en leerlas, pero al fin conseguí descifrar hasta la última palabra, y cuando terminé con ellas supe que iba a comenzar a escribir este libro hoy mismo.
«Allí, tumbada en el suelo del estudio —decía Violet en la cuarta misiva—, me dediqué a observarte mientras me pintabas. Me fijé en tus brazos y en tus hombros, y especialmente en tus manos mientras trabajabas en el lienzo. Hubiera querido que te volvieras hacia mí y te aproximaras y me frotaras la piel igual que frotabas la pintura. Quería que me oprimieras la carne con el pulgar del mismo modo que hacías con el cuadro, y pensé que si no me tocabas me volvería loca, pero ni me volví loca ni tú me tocaste una sola vez. Ni siquiera me estrechaste la mano.»
La primera vez que vi el cuadro al que se refería Violet fue hace veinticinco años, en una galería del SoHo situada en Prince Street. Por entonces aún no conocía a ninguno de los dos.
La mayor parte de los lienzos de aquella muestra colectiva eran insustanciales obras minimalistas que no me interesaron. El cuadro de Bill pendía en solitario de una de las paredes. Era un cuadro grande, de un metro ochenta de alto por dos y medio de ancho aproximadamente, y mostraba a una joven tendida en el suelo de una habitación vacía. Aparecía reclinada sobre un codo y daba la impresión de estar contemplando algo situado fuera de uno de los bordes del lienzo, desde el que una luz brillante inundaba la estancia y le iluminaba el rostro y el pecho. Su mano derecha reposaba a la altura del pubis, y al aproximarme advertí que sostenía en la mano un taxi diminuto, una versión en miniatura de los omnipresentes taxis amarillos que van y vienen por las calles de Nueva York."

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