RESEÑA DE CLARA GLEZ. para LIBROS, 30 de Noviembre de 2017.
Tiempo Muerto - Margarita García Robayo
Novela muy corta, pero densa. El intermedio de una relación que se agota, ese tiempo donde se intenta, pero a la vez se sabe que todo acabó. Que lo mío son costumbres y lo tuyo son manías. Que ya no me hacen gracia tu...s cosas, pero te pido que sonrías con las mías.
Tiempo en que si además hay niños, las cosas se complican. Ese tiempo muerto que no se sabe con qué llenar, cuando te das cuenta que una relación se acaba.
Esto podría ser lo que intenta contar este libro, pero para mí, más que este deterioro, cuenta como el ser madre, o puede que también padre, genera unas expectativas, que después cuando pasa el tiempo no llegan a cumplirse. O quizás , lo que no se cumple es la otra vida que supusiste que tendrías, vida que dejaste olvidada para cumplir con ese roll de madre, que es incompatible para llevarla a buen término. ¿Cómo compaginarlo todo? ¿ Cómo estar de acuerdo en la importancia , en el lugar que ocupan los hijos en una relación? ¿ en su educación? ¿ Cómo afectan los familiares directos en un matrimonio?
Muchas preguntas que empiezas a cuestionarte en ese tiempo muerto. El tiempo muerto, que a medida que va pasando, deja aún más muertos los sentimientos de quienes lo comparten.
Sinopsis (Ed. Alfaguara)
Tiempo muerto es un retrato de la tragedia personal que experimentan Lucía y Pablo,
una pareja cuyo matrimonio ha llegado al fin del enamoramiento.
«Empieza como un síntoma de desinterés, algo minúsculo que después se naturaliza y ambos dejan de preguntarse como es que siguen ahí, adobando la abulia frente al otro, asintiendo a lo que dice como un trámite...»
El matrimonio de Lucía y Pablo es un espejo de la sutil forma que puede llegar a cobrar la violencia cuando llega el fin del amor. Esta es la historia descarnada de ese tiempo muerto, de ese amplio y doloroso espacio que se abre, muchas veces de manera inexplicable, entre dos seres que se aman.
Tiempo muerto (fragmento)
1
Lucía y los niños están echados en la arena.
Tomás encajado a un costado de su cuerpo, y Rosa en el otro. Como dos órganos blandos de fácil remoción.
Huelen a sal y a mazorca asada.
Tomás se queja del libro que Lucía le compró: «Benjamín sale a pasear en su nave y se queda sin combustible. Improvisa un aterrizaje de emergencia en un asteroide y se sienta a esperar…».
No le gusta nada, dice.
—¿Pero por qué? —le pregunta Lucía.
Él se encoge de hombros y frunce el entrecejo. Es un tic, lo repite muchas veces a lo largo del día. Un movimiento mínimo pero vital, como el de plegar y soltar el diafragma en cada respiración.
Ya se terminaron los fuegos artificiales. Sólo quedan los rusos, sus voces ríspidas perdiéndose en el aire, intentando rescatar unos cohetes que se elevan poco más de un metro y que, en vez de explotar, sueltan una humareda negra y espesa. Hace un rato los niños empezaron a toser y Lucía tuvo que moverse a la playa de al lado, donde encontraron una pequeña colina de arena que debía haberse formado tras el paso insistente de una cuatrimoto. En ese mojón, Lucía apoyó su espalda.
Ahora está a punto de dormirse.
Los últimos cohetes caen en la arena con un sonido melancólico, rotos y sin gracia.
Tomás dice que él puede contar una historia mejor que la del libro. Lo abre y hace como que lee:
—Benjamín salta al vacío. Se hunde en un hueco negro de agua helada y se queda tieso y entumecido.
—¿Quién te enseñó la palabra entumecido? —le pregunta Lucía.
¿Y Tomás qué hace? Se encoge de hombros.