Sinopsis (Ed. Siruela)
La hora del Dios Rojo, primer caso del detective masai Mollel, es una novela policiaca oscura, emocionante y vívida, con un héroe tan complejo como la misma Nairobi.
Nairobi, Kenia, 2007. En una de las megalópolis de mayor crecimiento de toda África, una pequeña élite goza del poder frente a una mayoría empobrecida e inquieta. Con las elecciones presidenciales en el horizonte, las tensiones en la ciudad han alcanzado su punto álgido.
Una joven prostituta aparece muerta en un parque con el cuerpo mutilado. Con la amenaza del caos que se avecina por las elecciones, pocos se preocuparían en exceso. Sin embargo Mollel, el detective a quien se le asigna el caso, antiguo guerrero masai, lo hace. La chica también era masai, aunque, más allá de eso, el instinto policial de Mollel hace que se sumerja en la investigación sin contemplaciones, como una especie de catarsis personal para empezar a sentirse vivo de nuevo. Rastreando pistas a medida que se aventuran por barriadas pobres y rascacielos, barrios residenciales y cloacas en busca del asesino, Mollel y su compañero kikuyu, Kiunga, se ven obligados a enfrentarse con la terrible certeza de que algunas de las personas más influyentes de Nairobi pueden estar implicadas en el crimen.
La hora del dios rojo (fragmento)
El origen de la muerte
Al principio, no existía la muerte. Esta es la historia de cómo la muerte llegó al mundo.
Había una vez un hombre a quien llamaban Leeyio, que fue el primer hombre a quien Naiteru-kop1 trajo a la Tierra. Naiterukop llamó entonces a Leeyio y le dijo: «Cuando una persona muere y dispones del cuerpo, debes acordarte de decir: “El ser humano muere y regresa, la luna muere y se aleja”».
Pasaron muchos meses hasta que alguien murió. Cuando, finalmente, el hijo de un vecino falleció, mandaron llamar a Leeyio para que dispusiera del cuerpo. Al sacarlo, cometió un error y dijo: «La luna muere y regresa, el ser humano muere y se aleja». De modo que, tras eso, ninguna persona sobrevivió a la muerte.
Transcurrieron unos pocos meses más, y el hijo del propio Leeyio murió. Así que el padre sacó el cuerpo y dijo: «La luna muere y se aleja, el ser humano muere y regresa». Al oírlo, Naiteru-kop le dijo a Leeyio: «Ya es demasiado tarde, pues, por tu propio error, la muerte nació el día en que murió el hijo de tu vecino». Y así es como surgió la muerte, y, por eso, hasta el día de hoy, cuando una persona muere no regresa, pero, cuando muere la luna, siempre vuelve.
Historia tradicional masái
sábado, 22 de diciembre de 2007
El sol cae en vertical, y la sombra escasea tanto como la caridad en Biashara Street. Allí donde existe —frente a las tiendas y en los callejones, como bocas de cuevas y cañones—, la vida se aferra: ojos que parpadean y observan con paciencia.
Ven a un hombre y a un niño andando por la acera, el niño da un brinco cada tres o cuatro pasos, para igualar las zancadas largas de su compañero.
El hombre, a modo de concesión, se ha encorvado ligeramente para ponerse a una altura que les permita conversar. Su postura sugiere que, si cualquiera de los dos alargase la mano, el otro se la cogería; sin embargo, por algún motivo, ninguno lo hará. Son padre e hijo.
—¿Pero dónde vas a montar? —pregunta el padre, de forma cansina.
Es evidente que se trata de una conversación antigua.
—¡En cualquier parte! —contesta el niño—. Podría ir a las tiendas por ti.
—Adam, esto es Nairobi. Si vas por ahí solo en bici, conseguirás que te maten. ¿Te has fijado en cómo conducen aquí?
—Pues entonces alrededor del recinto. En casa de Abuela. Allí no pasa nada. Michael tiene bici. E Imani también; y ella solo tiene siete años.