miércoles, 12 de diciembre de 2018

UNA MÚSICA CONSTANTE

Vikram Seth me conquistó, hace años, con la "monumental" Un buen partido, desde entonces no habia leído nada más del autor (bien es verdad, que sólo ha escrito tres novelas y una de ellas en verso....), por tanto me decidí inmediatamente cuando encontré su "otra" novela en prosa en las estanterías de mi biblioteca. Pues bien, he disfrutado enormemente de la vida del violinista Michael Holme, y de la música, una música constante que Seth describe con tanta maestría como la historia de amor que late al fondo de esta novela, tan musical, como hermosa.
Y ¿qué música inunda la novela?, pues aquí están las palabras del autor para despejar la duda:
"En primer lugar, el Quinteto de Beethoven opus 104, que se refiere al pasado de Michael y Julia. En segundo lugar, La trucha, de Schubert, que es algo que el protagonista puede tocar con Julia y que significa el presente de su relación. En tercer lugar, El arte de la fuga, de Bach, que es algo que Michael piensa que puede tocar el quinteto y que simboliza el futuro".
He leído y he escuchado la música de la novela.
He disfrutado muchísimo!!

Sinopsis (Ed. quinteto)
Después de Un buen partido, su tan celebrado debut novelístico, Vikram Seth confirma su extraordinario talento narrativo con Una música constante, donde de nuevo encontramos su pasión por la música y la poesía, su sutilísima visión de las relaciones personales, y el amor como esa única fuerza capaz de llenar nuestras vidas de sentido y sufrimiento.
Michael Holme es un violinista de gran talento, a quien su maestro auguraba una prometedora carrera como concertista, y que ha acabado como segundo violín en el Cuarteto Maggiore, una posición tan cómoda y sin expectativas como su propia vida, que transcurre gris y melancólica en un Londres igual de triste y
melancólico. Incompetente para el mundo real, sólo dos pasiones le animan: Schubert y su violín, un Tononi que le regaló su primera amiga y mentora, Mrs. Formby, quien de niño le introdujo en los placeres de la música y la poesía. Pero el grueso caparazón que mantiene su fría y rutinaria existencia se ve de pronto roto por el azar: una tarde, en medio del bullicio de la ciudad, cree ver a Julia, una pianista a la que amó y perdió diez años atrás debido a sus dudas y a su incapacidad de enfrentarse a la realidad. A partir de ese momento Michael dedica todas sus fuerzas a reencontrarla, como si ese viaje desesperado al pasado fuera lo único que pudiera dar sentido a su vida. Y al hallarla, Michael descubrirá que el pasado es otra caja de Pandora, y el abrirla le llevará a un viaje interior por los laberintos de la memoria y a otro viaje físico por Venecia y Viena en compañía de Julia, quien le revelará un terrible secreto que afecta a lo más íntimo de su ser y que es la cruel prueba de que nunca hay una segunda oportunidad.
Escrita con un lenguaje transparente y evocador, en el que alternan pasajes de intensa poesía con diálogos rebosantes de viveza e ingenio, y con el conocido virtuosismo del autor a la hora de retratar a sus personajes, Una música constante es probablemente la obra más personal de Vikram Seth hasta la fecha, una novela que no nos deja indiferentes pues nos habla de las armas que utilizamos para derrotar al tiempo, de la ambigüedad del triunfo y del fracaso, de la dificultad de ser nosotros mismos y entregar una parcela de nuestro yo a los demás, de las renuncias que hemos de hacer para transcurrir por el mundo sin sufrimientos, de este lastre ineludible que es el pasado y de la necesidad de soltarlo para sobrevivir. Es también una acerada y sarcástica visión del ambiente musical londinense, lleno de críticos fatuos, agentes histéricas, aficionados enloquecidos y luthiers sabios. Y es, por fin, esa lúcida y desencantada visión de la Europa del fin del milenio que sólo una inteligencia afilada y no-europea podía llevar a cabo.
Una música constante (fragmento)
"Las ramas están desnudas, el cielo esta noche es de un violeta lechoso. El viento riza el agua negra hacia mí. No hay nadie alrededor. Los pájaros están quietos. El ruido del tráfico en Hyde Park llega a mis oídos como un ruido blanco.
Me siento, perdido en mis pensamientos como el día anterior y miro el agua de la Serpentine.
Ayer, mientras caminaba de vuelta por el parque, me detuve en la acera. Tuve la sensación de que alguien se había detenido detrás de mí. Seguí andando. El sonido de los pasos me siguieron a lo largo de la grava. Iba sin prisas, al mismo ritmo que yo. Luego, de repente, mi mente se aceleró. El eco pertenecía a un hombre que llevaba un abrigo negro y espeso, muy alto, de elegante porte, aunque no pude verle bien la cara. Su sentido de la prisa era evidente. No quise cruzar en ese estado Bayswater Road, así que me detuve de nuevo, esta vez en el camino con forma de herradura. Oí un leve sonido. Miré a izquierda y a derecha, pero no había nadie.
Al acercarme a Archangel Court, soy consciente de ser observado. Entro en el pasillo. Hay flores, una mezcla de garberas y follaje en general. Una cámara inspecciona el pasillo. El edificio parece extremadamente seguro.
Hace unos días la joven tras el mostrador del Etienne me dijo que parecía un hombre feliz. Pedí siete croissants. Cuando me dio el cambio, dijo que yo era un hombre feliz. La miré con incredulidad y se explicó diciendo que yo siempre estaba tarareando. Con un cierto rictus de amargura le dije, avergonzado, que en realidad ése era mi trabajo. Otro cliente entró en la tienda y me fui.
Cuando puse mis croissants semanales-todos excepto uno-en el congelador, me di cuenta de que estaba tarareando la misma desafinada melodía de una de las últimas canciones de Schubert:
Veo a un hombre que mira hacia arriba
y se retuerce las manos de dolor.
Me estremezco cuando veo su rostro y lo que la luna me revela.
Puse el agua para el café, y miré por la ventana. Desde el octavo piso pude ver St Paul, Croydon, Highgate. Pude mirar a través del parque marrón ramificado las agujas y torres de las chimeneas de más allá. Londres me perturba en una altura en la que no se percibe campo claro a la vista.
Pero no es Viena. No es Venecia. No es, por lo demás, mi ciudad natal en el norte, al alcance claro de los páramos. "





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