domingo, 9 de diciembre de 2018

SELFIES

Séptima entrega de la serie de novelas protagonizadas por Carl Mørck,  subcomisario de la Policía criminal en Copenhague (Dinamarca).

Séptimo caso de ese Departamento Q que desde un sótano de Copenhague bucea en el pasado para resolver todos los casos pendientes, por difíciles que sean.
En esta ocasión Carl Mørck y su equipo se enfrentan a una verdadera maraña de "casualidades" que no puede acabar bien, de ninguna manera.
En una trama paralela, un miembro del Departamento ha de enfrentarse a todo lo que envenena su vida desde hace mucho tiempo y todos sienten la amenaza que se cierne sobre lo que han construido con tanto esfuerzo.
Como en anteriores entregas, la critica social y el funcionamiento del estado del bienestar nórdico ocupa un lugar destacado en una trama que no da tregua al lector hasta la última página.

Sinopsis (Ed. Maeva)El séptimo caso del Departamento Q, un auténtico rompecabezas para Carl Mørck y su asistente Assad

Cuando en un parque de Copenhague aparece el cuerpo sin vida de una mujer mayor, el comisario Carl Mørck recibe el encargo de esclarecer ese asesinato brutal, cuyas circunstancias parecen estar relacionadas con otra muerte sucedida años atrás. Al mismo tiempo, un asesino en serie se dedica a atropellar a mujeres jóvenes. Por si fuera poco, las instancias superiores del
Departamento Q están todo menos contentas con el bajo porcentaje de resolución de casos y se plantean suprimir gran parte de la financiación del departamento. Además, Rose, ayudante de Carl Mørck y pieza fundamental de su equipo, pasa por un mal momento. Vive atormentada por recuerdos de acontecimientos espeluznantes de su pasado que la obligan a ingresar en un hospital psiquiátrico. ¿Qué tienen que ver con todo esto una trabajadora social resentida, Anne-Line Svendsen, y tres jóvenes muy atractivas y obsesionadas con su apariencia, Michelle, Jasmin y Denise, que se conocen en la sala de espera del despacho de Svendsen y para inmortalizar el momento se hacen un selfie?

Selfies (fragmento)

Prólogo 
Sábado 18 de noviembre de 1995
No sabía cuánto tiempo llevaba pateando las pegajosas hojas marchitas, solo que sentía frío en los brazos desnudos y que los gritos de la casa se habían convertido en chillidos y sonaban con tal dureza y furia que le causaban una opresión en el pecho. Había estado a punto de echarse a llorar, pero no quería hacerlo. 
«Te saldrán arrugas en la cara y te pondrás fea, Dorrit», era lo que iba a decirle su madre. Se le daban muy bien esa clase de comentarios. 
Dorrit observó el rastro ancho y oscuro que había abierto entre la hojarasca del jardín y contó otra vez las puertas y ventanas de la casa. Sabía de sobra cuántas había, era solo por pasar el tiempo. Dos puertas dobles, catorce ventanas amplias y cuatro apaisadas en el sótano; si contaba todas las lunas, había ciento cuarenta y dos. 
Sé contar hasta más de cien, pensó, orgullosa. Era la única de la clase capaz de hacerlo. 
Entonces oyó el chirrido de las bisagras de la puerta del sótano del ala lateral; raras veces era una buena señal. 
–No voy a entrar –cuchicheó para sí cuando vio a la sirvienta de la casa salir de la entrada del sótano y dirigirse hacia ella. 
En la parte trasera del jardín había arbustos y penumbra, y era allí donde solía esconderse cuando deseaba estar sola, a veces durante horas, si era necesario; pero aquella vez la sirvienta fue más rápida y la asió de la muñeca con fuerza. 
–¿Estás loca, o qué? ¿Cómo se te ocurre andar por el jardín con tus zapatos finos, Dorrit? La señora Zimmermann va a ponerse furiosa cuando vea lo manchados que están. Bien que lo sabes

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