viernes, 7 de diciembre de 2018

REGRESO A BIRCHWOOD


"Una de las primeras novelas del Man Booker Prize y Príncipe de Asturias de las Letras JohnBanville, en la que indaga sobre la memoria, la familia y el fin de la inocencia.
Novela galardonada con el Allied Irish Bank's Prize y el Irish Arts Council Macaulay Fellowship."
Así nos presenta Alfaguara esta primera edición en castellano de una de las primeras novelas (creo que la primera) de mi admirado John Banville y, a pesar, de que la maestría literaria de Banville esta presente en la narración, de que su prosa magnífica reluce y se adivina un gran escritor tras la caótica trama que nos presenta; esta novela no ha logrado conquistar mi corazón en ningún momento, es más y me duele decirlo, me ha aburrido soberanamente.
«Existo, luego pienso. Eso parece innegable. En esta casa desmadrada dedico las noches a devanar mis recuerdos.» Regreso a Birchwood
Seguiré leyendo a Banville y, como no, a su alter ego Benjamin Black, pero esta no puedo recomendarla.

Sinopsis (Ed. Alfaguara)
«Existo, luego pienso. Eso parece innegable. En esta casa desmadrada dedico las noches a devanar mis recuerdos.»
Cuando Gabriel Godkin regresa a Birchwood tras varios años, la gran casa familiar no es más que una propiedad ruinosa con habitantes enajenados. Hurgando en los recuerdos, rememora sus primeras experiencias de amor y de pérdida, pero los desastres se suceden y el joven decide huir con un circo ambulante para buscar a su hermana gemela, desaparecida tiempo atrás. Pronto descubrirá que el hambre y el malestar acechan el campo y que Irlanda también está arruinada.

REGRESO A BIRCHWOOD (fragmento)
Existo, luego pienso. Eso parece innegable. En esta casa desmadrada dedico las noches a devanar mis recuerdos, los toqueteo cual impotente casanova con sus antiguas cartas de amor, olisqueando el polvoriento aroma de las violetas. Algunos de estos recuerdos están en un idioma que no comprendo, aquellos que podrían figurar bajo el encabezamiento de «el comienzo de la vieja vida». Cuentan la historia que pretendo copiar aquí, toda ella, y no solo su sentido: la historia de la caída y ascensión de Birchwood, y del papel que el Sabatier y yo desempeñamos en la última batalla.
Me llamo Godkin, Gabriel. Tengo la impresión de haber vivido ya un siglo o más, lo que solo puede ser una ventaja. ¿Estoy loco al empezar de nuevo, y de esta manera? He visto cosas terribles. Me asombra que me hayan permitido sobrevivir para contarlas. Desde luego, estoy loco.
Y puesto que, en cierto sentido, pensar es siempre recordar, ¿qué hacía yo, por ejemplo, en el seno materno, nadando en medio de esas sombrías aguas rojizas, con todo mi pasado aún por delante? Los indicios sobreviven. A menudo, un sonido que llega palpitando al crepúsculo desde el otro lado de la colina parece un eco del entrechocar de sus vientres mientras copulaban, inconscientes de los pequeños errores que ya se estaban interponiendo entre ellos. Esto no es nada. En mi época me he bañado dos veces en el mismo río. Cuando abrí los postigos de la casita de verano junto al lago, un trémulo disco de sol se posó en el círculo chamuscado del suelo en el que explotó la abuela Godkin. Eso ha de significar algo, esos momentos extraordinarios en los que el cerdo encuentra la trufa incrustada en el barro.



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