sábado, 16 de diciembre de 2017

EL ATAÚD DE LA NOVIA


Décima entrega de la serie de novelas protagonizadas por los policías Marian Dahle, detective en homicidios, superdotada, adoptada en Corea por una pareja de noruegos y Cato Isaksen. inspector de homicidios, casado y con tres hijos, no es feliz; que trabajan en la comisaría de Grønland en Oslo, Noruega.

Unni Lidell comenzó muy bien con la serie del inspector Cato Isaksen y la detective Marian Dahl, una combinación de investigaciones e historias personales muy interesante, pero en esta última novela ha fracasado en el intento.
Previsible desde la primera página y poco interesante en la trama que se retuerce hasta concluir de una forma más propia de una novelita barata que de una aspirante a negra-nórdica de calidad.
Se agota la saga irremediablemente.

Sinopsis (Ed. Siruela)
En este nuevo caso del inspector Cato Isaksen, Unni Lindell lleva al límite la locura, el horror y el miedo que habitan en el fondo de cada uno de nosotros.

En 1988, Maike Hagg fue encontrada muerta en el sótano del imponente Hospital Psiquiátrico Gaustad. La institución noruega acostumbraba a organizar jornadas de puertas abiertas para que los hijos de los pacientes pudieran conocer a otros niños en su misma situación. Según las conclusiones de la policía, la pequeña habría sido víctima de un desafortunado accidente.
Veinticinco años más tarde, cuando el caso está a punto de ser archivado, Emmy Hammer y Aud Johnsen, que de niñas se vieron envueltas en las extrañas circunstancias que envolvieron la muerte de Maike, se reúnen para esclarecer de una vez lo que realmente ocurrió aquel día. Poco a poco, las escalofriantes prácticas del hospital irán saliendo a la luz, y no tardaremos en descubrir que cuando el recinto se vio obligado a cerrar sus puertas tras la reforma de la Ley de Salud Mental, no todos los internos llegaron a abandonar aquellos muros...

El ataúd de la novia (fragmento)

La casa de la caldera estuvo muchos años cerrada. Me he instalado en la pequeña casa de ladrillo. La madreselva se aferra a sus paredes como yo me aferro al futuro. Aquí lo tengo todo, paz, silencio y oscuridad. No debo distraerme con mis problemas personales, solo llevar a cabo mi tarea. Me siento como el único superviviente de una tragedia espeluznante. La angustia se enrolla en mi cuerpo como los hilos negros de una araña. No he asesinado a nadie, en la práctica no.
Fue aquí donde todo sucedió hace ya mucho tiempo. Fue como desplomarme por un respiradero, pero el tiempo ha pasado y he salido adelante. Todo sigue igual: la escalera metálica cubierta de musgo, los gorriones que picotean el asfalto. Los zorros en la linde del bosque, insectos que en verano zumban y chocan contra las pequeñas ventanas de cristales emplomados. Nadie puede ver el interior, pero en verano, desde dentro, se distinguen las grandes sombras de las copas de los árboles sobre la hierba. Oigo las ratas moviéndose por el sótano y el frío olor de los muros se cuela por las rendijas de la tapa de madera de la alcantarilla. Está nevando. Las paredes huelen a invierno. La parcela está amortajada, cubierta de una capa de hielo blanca entre los edificios. Solo se libra un perímetro de césped de un metro de ancho, el que cubre los túneles subterráneos cuyo calor impide que la nieve cuaje. El pasadizo parte del edificio principal. El vigilante de Securitas cree que puedo estar aquí. No cuestiona nada. A menudo charlamos un rato y luego sigue su ronda. Cuando llegue el momento, me marcharé. Seguramente será esta noche. Ya he introducido la cesta de mimbre en el horno. Cuando su cuerpo se haya quemado, me iré de aquí para siempre.


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