domingo, 8 de julio de 2018

ÁNGELES EN LLAMAS


Thriller rural protagonizado por una jefa de policía cincuentona, con nombre de jabón (sic) que arrastra un pasado negro-negrísimo y tiene que resolver un crimen que literalmente "huele fatal".
Es la primera novela que leo de esta autora y debo decir que domina el country noir a la perfección, su descripción del modo de vida de eso que en USA llaman "white trash" es genial e inquietante.
Me ha gustado mucho.

Sinopsis (Ed. Siruela)
«Ángeles en llamas está a la altura de lo que promete. Es un thriller tan bien armado que hasta el final, uno de los más impactantes que el lector pueda recordar, todo parece posible». Library Journal


A sus cincuenta años, la comisaria de policía Dove Carnahan haría cualquier cosa por proteger la pequeña población de Pensilvania donde ha pasado toda su vida. Aunque Dove es una figura muy querida y respetada por la comunidad, esconde tras su placa un carácter autodestructivo, alimentado por un secreto que guarda desde la adolescencia. Cuando el cadáver de una joven, perteneciente a uno de los clanes más conflictivos de la región, aparece medio quemado en una zanja, la comisaria se enfrentará al peor crimen de su carrera, un asesinato que revelará además el inquietante paralelismo entre los traumas de dos familias: la de la chica muerta y la suya propia.
En este intenso y feroz thriller psicológico, Tawni O’Dell nos ofrece una sobrecogedora historia sobre los abismos que se originan cuando presente y pasado colisionan con virulencia, al tiempo que reflexiona sobre esas misteriosas pulsiones que a menudo empujan a los hombres a cruzar la línea de sombra e, irreversiblemente, adentrarse de lleno en la oscuridad…

Ángeles en llamas (fragmento)

Capítulo 1
La última vez que lo tuve así de cerca, Rudy Mayfield estaba echado sobre el asiento de la camioneta de su padre, intentando manosearme unos pechos que acababan de madurar. 
Cierro los ojos y, por un instante, lo que huelo es el deseo calenturiento y sudoroso de un adolescente, apenas disimulado por el jabón Dial, en lugar del hedor ahumado y dulzón a carne quemada, entremezclado con el acre del azufre que siempre está presente en este emponzoñado pueblo fantasma. 
—¿Quién haría algo así? —pregunta Rudy por décima vez en lo que va de minuto. 
Se ha convertido en su mantra, un cántico aletargador con el que poder hacer frente a algo tan inconcebible como lo que ha encontrado esta mañana en su caminata diaria por esta carretera abandonada. 
Su perro Buck, un cruce de pastor, blanco y peludo, levanta la cabeza mientras sigue echado a sus pies y lo mira comprensivo. 
—¿Estás totalmente seguro de que no has visto a nadie? —vuelvo a preguntar. 
Los dos echamos un vistazo alrededor, vemos los caminos de acceso serpenteantes que llevan a los cimientos asolados de una docena de casas derribadas y los árboles, retorcidos y deshojados, que escarban una tierra que se cuece a fuego lento, para salir de ella, como si fueran las gigantescas manos de unos muertos vivientes. El óxido naranja y brillante que cubre el guardabarros de una bicicleta de niño volcada es la única nota de color en todo el desolado paisaje.






ESPERANDO A MISTER BOJANGLES


Conocí a un hombre, Bojangles,
que bailaría para ti,
con zapatos gastados.

Pelo plateado, camisa raída

y pantalones holgados.
Se calzaría aquellos zapatos viejos...

Saltaría tan alto, saltaría tan alto.
Para volver a caer con elegancia.

¡Señor Bojangles,
señor Bojangles,
baile!”


Canción de Niña Simone que inspira el título de este novela corta, surrealista y divertida en ocasiones, muy realista y desoladora en otras. La voz de un niño y la de su padre narran la historia de una familia atípica que hace de su día a día una aventura, rodeados de amigos y hasta de una cigüeña "domestica" consumen sus días sin pensar en el mañana.
Digo que es una novela corta y, sin embargo sus primeros capítulos se me hicieron tremendamente largos, las farragosas descripciones y el embrollo de sentimientos no contribuyen a hacerla amena. 
A partir del tercer o cuarto capítulo, las cosas cambian y con la caída en desgracia de la familia, todo se torna más interesante.
No puedo decir que sea una obra maestra, pero si un buen inicio novelístico, original y prometedor.
La recomiendo.

Sinopsis (Ed. Salamandra)
Celebrada con un entusiasmo desbordante por la crítica y los libreros franceses, que la catapultaron al primer puesto en las listas de libros más vendidos en 2016, esta hermosa novela hipnotiza al lector no sólo con sus imágenes de tintes surrealistas, sino también por el sentido del humor y una sutil melancolía que emana de sus páginas acorde con la canción que ha inspirado el título. Un texto que arranca con un tono de engañosa frivolidad y que, conforme avanza el relato, casi imperceptiblemente, va calando en las zonas más sensibles del espíritu hasta culminar con una emoción intensa y profunda.
Ante la mirada absorta de su hijo, una pareja embriagada de amor baila al son de Mr. Bojangles, de Nina Simone. La escena, mágica, vertiginosa, sólo es un recuerdo más de los muchos que brotan de la memoria del protagonista de la historia, que rememora una infancia marcada por la excentricidad de unos padres adscritos a un estilo de vida ajeno a toda convención social. El padre, la vitalidad hecha persona, no concibe una vida sosegada y monótona —hasta el punto de «rebautizar» a su mujer con un nombre diferente cada día—, y la madre, capaz de interpretar todo tipo de papeles con la convicción del ilusionista más avezado, hace de la rutina familiar una fiesta perpetua, un espacio donde sólo caben el gozo, la fantasía y la amistad. Sin embargo, poco a poco, empieza a entreverse que este universo lleno de poesía, de quimeras, de momentos maravillosos, se asienta sobre un precario sentido de la realidad, y que, cuando las canciones y los sueños toquen a su fin, el despertar puede ser muy doloroso.


Esperando a Mister Bojangles (fragmento)

1

Mi padre me había contado que, antes de que yo naciera, se dedicaba a cazar moscas con un arpón. Me enseñó el arpón y una mosca aplastada. 
— Lo dejé porque era muy difícil y estaba muy mal pagado — me explicó mientras volvía a guardar su antiguo material en una caja lacada— . Ahora monto talleres mecánicos. Trabajas mucho, pero te ganas muy bien la vida. 
Al comienzo del curso escolar, durante las presentaciones que se hacen en las primeras clases, yo hablé, no sin orgullo, de los oficios de mi padre, pero sólo conseguí que me regañaran cariñosamente y se rieran un montón de mí. 
«La verdad está mal considerada — pensé decepcionado— . Para una vez que era tan divertida como una mentira...» 
En realidad, mi padre era un hombre de leyes. — ¡La ley nos da de comer! — decía, partiéndose de risa, mientras llenaba su pipa.
No era juez, ni diputado, ni notario, ni abogado ni nada por el estilo. Ejercía su actividad gracias a un amigo senador.

LABERINTOS DE LA NOCHE


Vigésimoprimera entrega de la serie de novelas protagonizadas por William Monk, que comenzó como detective en la Policía Metropolitana de Londres a principios del siglo XIX y ahora es el jefe de la Policía Fluvial de la ciudad y su esposa Hester Latterly enfermera diplomada que ejerció su profesión en la Guerra de Crimea a las ordenes de la formidable Florence Nightingale y en la actualidad dirige un dispensario en el que trata de atender a las capas más desfavorecidas de la sociedad.

La enfermera Hester Latterly, en mi opinión verdadera protagonista de esta serie de novelas, y su esposo el Comandante de la Policía Fluvial William Monk, se enfrentan a la corrupción del sistema médico victoriano,  con el subterfugio del avance de la medicina y la curación de enfermedades graves.
Como siempre, una novela entretenida y ágil, aunque últimamente a Perry se le desdibuja algunos personajes y el final de las tramas es demasiado abrupto para mi gusto.
Crimen y castigo en el Londres Victoriano con toques sociales que me encanta.

Sinopsis (Ediciones B)
William Monk y su inseparable compañera Hester, enfrentados a dos científicos convertidos en asesinos.
Los hermanos Rand -Magnus, un médico astuto, y Hamilton, un genio de la química- buscan obsesivamente una cura para lo que por entonces se conoce como la «enfermedad de la sangre blanca».
En un anexo del Hospital de Greenwich, la enfermera Hester Monk está atendiendo al adinerado Bryson Radnor, uno de los pacientes moribundos de los hermanos Rand, cuando topa con tres niños débiles y aterrorizados, y se da cuenta con horror de que los dos científicos los han comprado para realizar experimentos con ellos. Los Rand están a punto de conseguir una cura milagrosa, y no pueden correr el riesgo de que se conozcan sus experimentos...
Antes de que Hester pueda revelar el secreto, ella también cae prisionera. Mientras el comandante Wiliam Monk y sus fieles buscan a Hester en las oscuras calles londinenses y la bella campiña inglesa, el tiempo se agota para la valiente enfermera y los niños a los que intenta proteger.

Laberintos de la noche (fragmento)

1
Las pequeñas lámparas de gas titilaban a lo largo de las paredes del pasillo como si hubiera corriente de aire, pero Hester sabía que, siendo bastante más de las doce de la noche, todas las puertas estaban cerradas. Incluso las ventanas de las salas lo estarían a aquellas horas.
La niña permanecía inmóvil. Tenía los ojos muy abiertos y la piel tan blanca como el camisón que le llegaba por debajo de las rodillas. Sus piernas eran delgadas como palillos y llevaba sucios los pies descalzos. Daba la impresión de estar aterrorizada.
—¿Te has perdido? —le preguntó Hester con delicadeza.
No se le ocurría qué podía estar haciendo allí la chiquilla. Estaban en un anexo del Hospital de Greenwich. Por detrás daba al Támesis, bastante río abajo del inmenso Port de Londres y de la abarrotada ciudad. ¿Sería de alguna de las enfermeras, que la había colado a hurtadillas para no dejarla sola en casa? Eso iba contra las normas. Hester debía asegurarse de que nadie más la encontrara.
—Por favor, señorita —dijo la niña con un susurro ronco—. ¡Charlie se muere! Tiene que venir a ayudarlo. Por favor...
No había otro sonido en la noche, ninguna pisada en los suelos de piedra. El doctor Rand no entraría de turno hasta la mañana.
El miedo de la niña vibraba en el aire.
—Por favor...
—¿Dónde está? —preguntó Hester en voz baja—. Veré qué puedo hacer.
La niña tragó saliva y respiró profundamente.
—Es por aquí. He dejado la puerta atrancada. Podemos regresar, si se da prisa. Por favor...
—Vamos —convino Hester—. Indícame el camino. ¿Cómo te llamas?
—Maggie.
Se volvió y emprendió la marcha deprisa, sus pies descalzos eran silenciosos sobre el frío suelo.
Hester fue tras ella pasillo abajo, giró a la derecha y enfiló otro pasillo todavía peor iluminado. Tan solo podía ver la pequeña figura pálida que iba delante de ella y que cada dos por tres se volvía para asegurarse de que Hester aún la seguía. Se estaban alejando de las salas donde se trataba a los marineros enfermos o malheridos, adentrándose en las zonas administrativas y de almacenamiento. Hester no conocía bien el hospital. Se había ofrecido voluntaria temporal del turno de noche para hacerle un favor a Jenny Solway, una amiga que debía atender a un familiar que había caído enfermo repentinamente. Habían servido juntas a las órdenes de Florence Nightingale en Crimea. De eso hacía ya casi catorce años pero las experiencias que habían compartido —en espantosos campos de batalla, incluido el de Balaclava, y en el hospital de Sebastopol— fraguó una duradera amistad que permanecía inquebrantable aunque pasaran años sin verse.




LA ASESINA


Una novela de principios de siglo, un tema tan actual que estremece.
Es verdad que Papadiamantis no logra "meterse" totalmente en la mente de una mujer y la reinterpreta desde su pensamiento masculino decimonónico, pero aún así vale la pena leer está novela corta que relata la dura vida de las mujeres en un pueblo griego que, podría ser cualquier pueblo.
La Asesina es una novela dura, acerada, sin ápice de sentimentalismo y casi sin sentimiento; es la lucha por la vida en su faceta más extrema, es una lección de "anti-sentimiento", un recorrido por lo que no queremos ser....!
Me ha gustado

Sinopsis (Ed. Periférica)
Con el telón de fondo de unas islas griegas tan bellas como pobres, Papadiamantis ha logrado sorprender y conmover a varias generaciones de lectores de todo el mundo con esta estremecedora historia: una hábil curandera, viuda y madre experta en todo tipo de artes curativas y ardides, decide librar a varias familias de sus hijas pequeñas o recién nacidas, pues éstas, según ella misma, serán sólo una carga en medio de tanta miseria... Y un infierno sobrecogedor de pesadillas insomnes, sonámbulas y alucinadas atenazará a una conciencia desesperada en medio del hermosísimo paisaje. Una conciencia que apenas puede sobreponerse a las pulsiones más graves que una realidad extrema arroja sobre la existencia. 
Sin embargo, "La asesina" supera el determinismo decimonónico; por eso es tan actual, tan sin época. Porque más allá de cualquier naturalismo hace valer esa alucinación del sujeto desorientado en un mundo shakespeariano casi. Un mundo regido por terribles pulsiones de muerte, lo que convierte esta historia en un acto religioso sobre el ser humano, sobre su capacidad para superar el peso de una realidad miserable y oprimida, transida por la angustia de existir, por la imposibilidad de ninguna justicia, divina o humana, como en la última frase de esta obra maestra. 

La asesina (fragmento)

"Cuando hubo llenado la cesta, el sol estaba ya muy bajo, y al salir de la capilla abandonada la vieja Jadula emprendió el regreso a la ciudad. Bajó de nuevo la cañada en dirección contraria, giró a la derecha, y empezó a subir la colina de San Antonio, por donde había venido. Pero antes
de llegar a la cima, donde está la ermita, y desde donde hay una vista panorámica del puerto y de la ciudad, vio a la derecha el amplio y bien cultivado jardín de Yanis el Hortelano, en lo profundo del pequeño valle conocido como la cañada de Mamús, que forma una curva al encontrarse con otro valle profundo, el de Ajilá, y dijo para sí: «Voy a ir al huerto de Yanis, a ver si me da un manojo de cebollas o alguna lechuga, a ver si me convida. Total, ¿qué tengo que perder?».
Al mismo tiempo, le vino a la cabeza algo que había oído unos días antes, que la mujer de Yanis el Hortelano estaba enferma.
Ignoraba si ésta se encontraba ahora en la cabaña dentro del jardín, más allá de la entrada, o si había ido a curarse a la ciudad. Pero como el propio jardinero se encontraría allí de seguro (concluyó, puesto que veía la puerta del huerto abierta de par en par), pensó en ofrecerle sus servicios con las hierbas que llevaba en la cesta, prometiéndole «remedios» para curar a su mujer. Y se dijo de nuevo: «¡Qué servicio puede ofrecerle alguien a la pobreza! La mayor bondad que tendría una es darle la hierba de la esterilidad. (Perdóname, Dios mío.) ¡O al menos la hierba de los niños! Porque nada más que pare niñas, la pobre... Me parece que tiene ya cinco o seis. No sé si se le ha muerto alguna ¡de ésas con siete vidas!».
El caso era que había buscado, en las montañas y las gargantas, a ver si encontraba «hierba de niños» para su hija, pero la que le había dado no había funcionado; por el contrario, funcionó más bien como «hierba de niñas». Y sin embargo, a ella, cuando se la dio su cuñada, tiempo ha, le hizo efecto, porque tuvo cuatro niños, y sólo tres niñas. En cuanto a la «hierba de la esterilidad», su confesor le había dicho hacía ya mucho que era un pecado muy grande.
Antes de llegar a la puerta del jardín, según bajaba por el sendero de la ladera, vio que Yanis el Hortelano no se encontraba dentro del jardín, sino que estaba en aquellos momentos en el campo vecino, que había alquilado, según parecía, como aparcero. El campo estaba sembrado de cebada, que ya estaba verdeando y creciendo, aunque aún no estaba tan alta como el jardín, que llegaba hasta la rodilla. Yanis, agachado en una esquina del campo, parecía estar quitando las malas hierbas y la cizaña de los cultivos, ahora que aún era pronto y el sol no se había puesto. Se encontraba al otro extremo del jardín, y cuando Yanú se acercó a la puerta del huerto, ya no lo veía, pues lo ocultaba el espeso seto, a bastante distancia como para no poder siquiera gritarle desde allí las buenas tardes. "



sábado, 7 de julio de 2018

EL ÚLTIMO ACTO


Décima entrega de la serie de novelas protagonizadas por Anders Knutas que trabaja en la Policía Judicial de Visby en la isla de Gotland (Suecia).

Lo que tienen los libros de Jungstedt es que son un entretenimiento fácil y rápido. El inspector Knutas en crisis, Karin enamorada y esa pareja conflictiva formada por Emma y Johan, como siempre, raritos.
Una historia de celos y amor, de intriga y muerte, con la que me lo he pasado muy bien.



Sinopsis (Ed. Maeva)
Anders Knutas, Karin Jacobson y Johan Berg tendrán que indagar en la cara más oculta de la víctima para desenmascarar a su asesino.


Cuando el cuerpo sin vida de Erika Malm, la polémica editora de uno de los principales periódicos de Suecia, es hallado en una habitación de hotel en Visby, despierta gran interés mediático. El asesinato se ha cometido durante una campaña electoral en la ciudad de Almedal. La investigación es compleja y las pistas apuntan en diferentes direcciones: hacia una carta amenazante de un grupo neonazi, hacia una misteriosa visita a un teatro y hacia las huellas de un amante secreto. El inspector Anders Knutas y su colega Karin Jacobsson aceptan el caso. Pero no solo la investigación les causa dolores de cabeza, ¿cómo manejarán Knutas y Karin los sentimientos que han surgido entre ellos? ¿Se dejarán llevar o seguirán manteniendo una relación meramente profesional? Por su parte, el periodista Johan Berg está trabajando en paralelo con la Policía al mismo tiempo que intenta recuperar su vida después de la tragedia que golpeó a su familia. Mientras le siguen la pista, el asesino se mueve rápido y está decidido a dirigir su último acto.

El último acto (fragmento)

La oscuridad había descendido sobre las ruinas del monasterio medieval, en el campo de Gotland. Era una noche calurosa y tranquila de final de verano. A lo lejos se oía el graznido de los cuervos. El público, impaciente, aguardaba en silencio absoluto. Un resplandor de color azul iluminó los arcos enormes de piedra caliza. Las sombras danzaban en dirección a los muros. Macbeth, la tragedia de Shakespeare, llegaba a su fin. Poco a poco desaparecían del suelo del escenario las hileras de humo blanco que flotaban entre los setos y los olmos robustos. 
De pronto surgió una figura esbelta de la cortina de humo. Ella estaba en medio de la tercera fila, él se colocó justo enfrente. Su presencia la dejó sin aliento. Allí estaba, solo, con su abrigo de cuero negro y vestimenta propia de la Edad Media aunque, al mismo tiempo, con un toque futurista un tanto peculiar. Tenía la espalda firme y recta. Llevaba los ojos pintados de negro y las manos manchadas de sangre. Las alzó hacia el cielo y miró a lo lejos. Los labios se movían, pero, a pesar de oír la voz cálida y profunda, ella no entendía ni una palabra. Los versos de Shakespeare le pasaron inadvertidos. La gente de alrededor desapareció, adentrándose en la oscuridad. Su marido, que estaba a tan solo unos centímetros de ella, en el asiento de al lado, se alejó y se fundió con los muros macizos. A ella le resultaba tan inerte e insignificante como aquella rígida piedra caliza.
En las tres horas que duró la función no la miró ni una sola vez. Sin embargo, su embrujo misterioso llegó a colarse en los ojos de ella y fue deslizándose por la sangre que le fluía por las venas. Lo último que recordaba de él la hizo temblar. Aquellos ojos se clavaron con una mirada profunda justo antes de que se atreviera a penetrarla con fuerza. Notó el calor de los labios y su lengua en la boca. Al sentarse entre la multitud pudo sentir cómo él se retorcía dentro de ella. A partir de entonces supo que siempre añoraría aquello.


martes, 3 de julio de 2018

UNA SEMANA EN LA NIEVE

"...y era tan dulce y tan triste esa sensación, que le hubiera gustado que durase siempre y echarse a llorar."
No hay duda de que Carrère es un maestro y esa maestría la demuestra en cada novela, cada ensayo, cada escrito...
Esta es una novela corta, pero su extensión no va pareja con su profundidad, relata tanto en tan pocas páginas que es imposible expresarlo en una reseña por muy larga que esta fuese y, además, no querría contarlo, porque está novela, hay que leerla.
Los sentimientos de un niño son difíciles de tratar y expresar, lo fácil es caer en la sensibleria, los lugares comunes y la simplificación, pero no es el caso; con su prosa que alguien ha definido como glacial, Carrère disecciona una familia, un colegio, unas vacaciones, un crimen y nos deja a las puertas del futuro....
Me ha encantado!!

Sinopsis (Ed. Anagrama)
Nicolas, de ocho años, va a pasar una semana en la nieve. Va a disfrutar, junto con sus compañeros del colegio, de una semana de diversión en una estación de esquí. Es lo que en las escuelas francesas se conoce como semana blanca, que permite que los niños se oxigenen con unas breves vacaciones y rompan por unos días la rutina de las clases. En ese paisaje nevado y gélido, Nicolas conoce a su monitor de esquí y hace un nuevo amigo, el temible Hodkann, el terror de los dormitorios. Pero esos días de diversión tendrán para él mucho de viaje iniciático: el lector no tarda en ir percibiendo que sobre esa semana en la nieve planea una amenaza, un desasosiego difuso, una incertidumbre perturbadora, que se materializará de un modo terrible cuando llega la noticia de que en un pueblo vecino ha sido asesinado un niño... Mezclando la crónica de sucesos, el relato fantástico y el inquietante universo de los cuentos de Perrault o los Grimm, Emmanuel Carrère aborda con sutileza y auténtica maestría literaria los temores infantiles, las inseguridades de una etapa en la vida de una persona en la que los miedos pueden convertirse en pesadillas.

Una semana en la nieve (fragmento)

"Nicolás no supo qué contestar. Jamás se lo había planteado. En su casa nunca se escuchaba música, no había ni tocadiscos, y todos en el colegio consideraban un latazo la clase de música. El señor Ribotton, que era el profesor, les hacía dictados musicales, o sea, tocaba al piano notas que había que escribir en los pentagramas de un cuaderno especial. Nicolás no acertaba nunca. Prefería los resúmenes que dictaba el señor Ribotton sobre la vida de los grandes músicos: por lo menos eran palabras, letras que él sabía escribir. El señor Ribotton era muy bajito y cabezón, y aunque todos temían sus violentos ataques de ira que, según las crónicas del colegio, lo habían movido a tirarle un taburete en la cara a un alumno, se les antojaba un poco ridículo. Era notorio que los demás profesores no le tenían gran consideración, que nadie se la tenía. Su hijo, Maxime Ribotton, pequeño y mal proporcionado como él, estaba en la misma clase que Nicolás. Éste no sentía simpatía por Maxime, un mal alumno, hipócrita, sudoroso, que soñaba con ser de mayor inspector de policía, pero no podía pensar en él sin sentir una compasión casi dolorosa. Un día, un chico sentado en primera fila estiró las piernas en la tarima y, sin darse cuenta, ensució con las suelas de los zapatos los bajos del pantalón del señor Ribotton, que reaccionó con un furibundo ataque de ira. Aquella ira no inspiraba ni miedo ni respeto, más bien una compasión desdeñosa. Con rabia amarga, quejumbrosa, el señor Ribotton dijo que estaba harto de ir al colegio para que le pringaran los pantalones —unos pantalones que se había comprado con muchos apuros—, que todo estaba caro y que ganaba un sueldo de miseria, que si los padres del alumno que acababa de mancharle los pantalones tenían medios para pagar la tintorería, mejor para ellos, pero que él no los tenía. Le vibraba la voz al decir eso, parecía a punto de echarse a llorar, y a Nicolás le entraron ganas de llorar también, por Maxime Ribotton, hacia quien no se atrevía a mirar y que tenía que soportar el espectáculo de su padre humillándose ante sus compañeros, ese padre que exhalaba con tan espantoso impudor su rencor por haber sido hasta ese punto escarnecido por la vida. Luego, en el patio, se había quedado atónito oyendo a Maxime Ribotton evocar el incidente con tono displicentemente irónico, asegurando que no había que preocuparse cuando su padre montaba en cólera, pues se calmaba rápido. Nicolás imaginó entonces que, tras aquella escena, Maxime Ribotton abandonaría la clase sin decir palabra y no volvería por la escuela. Más adelante, se enterarían de que había caído enfermo. Algunos niños de buen corazón irían a visitarle. Nicolás se veía formando parte de ese grupo, eligiendo entre sus propios juguetes un regalo que pudiera hacerle a Maxime sin lastimar sus sentimientos. Imaginaba su mirada agradecida, su rostro y su cuerpo enflaquecidos, devorados por la fiebre; pero los regalos y las palabras amistosas de nada servirían, un día se enterarían de la muerte de Maxime Ribotton, el grupo de niños de buen corazón acudiría al entierro, y en lo sucesivo se prometerían ser amables y mostrarse compasivos con el profesor Ribotton, transido de dolor. No armarían barullo en sus clases, no saludarían con necias rimas los nombres de los grandes músicos que él pronunciaba con respeto, por ejemplo Chopin-calcetín, o Mendelssohn-cabezón.
[...]
Patrick hizo una mueca que expresaba a un tiempo respeto e ironía, y dijo que no tenía ese tipo de música, sino más bien canciones. Pidió a Nicolás que eligiera una casete: sólo tenía que coger el maletín que estaba en el asiento trasero y leerle los títulos de las carátulas. Nicolás obedeció. Leía con esfuerzo las palabras en inglés, pero Patrick completaba las primeras sílabas que Nicolás balbuceaba y, a la tercera casete, dijo que ésa estaba bien. Introdujo la cinta y estalló la música, a mitad de una canción. La voz era ronca, burlona, las guitarras percutían como latigazos. Producía una impresión de brutalidad, pero también de agilidad, como los saltos de una fiera. Sus padres, en cuanto oían ese tipo de música en la televisión, bajaban el volumen disgustados. De haberle preguntado alguien su opinión, Nicolás, en circunstancias normales, habría dicho que no le gustaba, pero aquel día se sintió transportado. Patrick, a su lado, tamborileaba sobre el volante para marcar el ritmo, se movía siguiendo el compás, de vez en cuando tarareaba una frase con el cantante. Lanzó al mismo tiempo que éste un pequeño gemido estridente. El coche circulaba en perfecta sincronía con la música, aceleraba cuando ésta aceleraba, cuando aminoraba tomaba amplias curvas, todo vibraba al unísono: los neumáticos que mordían la calzada, las curvas de la carretera, los cambios de marcha y sobre todo el cuerpo de Patrick que, a la par que conducía, ondulaba ágilmente, dibujando una sonrisa, con los ojos entornados por los rayos de sol que iluminaban el parabrisas. Nunca había oído Nicolás nada tan bonito como esa canción, todo su cuerpo participaba en ella; le hubiera gustado que su vida entera fuese así, viajar siempre en el asiento delantero de los coches escuchando ese tipo de música, y más adelante parecerse a Patrick: ser tan buen conductor como él, tan desenvuelto, tan soberanamente libre en sus movimientos. "

lunes, 2 de julio de 2018

LAS PUERTAS DEL INFIERNO

Segunda entrega de la serie de novelas protagonizadas por Mollel, de origen masai, es policía en Nairobi (Kenia).
«Un adictivo policiaco ambientado en Kenia, un lugar donde incluso la política local puede resultar mortífera». IAN RANKIN
Es inmejorable la definición de Ian Rankin acerca de las novelas protagonizadas por el Sargento Mollel, un masai que no bebe, no fuma y no conduce, incorruptible e imprevisible. 
Me gustó, moderadamente, la primera novela de la serie (La hora del dios rojo) que leí hace tiempo, quizás demasiado, ahora me he reencontrado con Mollel y sus tradiciones, sus recuerdos, sus obsesiones...., y esto es lo más interesante de la novela. 
La trama, como en la anterior, un poco embrollada y en el fondo, bastante simplona.
Interesante.

Sinopsis (Ed. Siruela)
El detective Mollel, destinado a un pequeño pueblo perdido en un extremo del Parque Nacional de Hell’s Gate como «recompensa» por denunciar la degradación de las altas esferas del Gobierno de Nairobi, está convencido de que su carrera ha terminado para siempre. Además, ¿es su herencia de guerrero masái un lastre para poder desempeñar su labor conforme a las normas del sistema?, ¿y si a pesar de estar del lado correcto de la ley resulta casi imposible discernir dónde reside la justicia? Pero cuando una trabajadora de unos grandes invernaderos de rosas destinadas a la exportación aparece ahogada, Mollel empieza a darse cuenta de que los tentáculos de la corrupción han alcanzado también, ese remoto lugar del país: enemistades tribales, caza furtiva, poblaciones desplazadas, escuadrones de la muerte que superan en número y en armamento a las autoridades encargadas de detenerlos...
A la vez que nos transporta a uno de los escenarios más complejos y fascinantes del continente africano, Crompton radiografía honesta y convincentemente la Kenia actual, una nación que se debate entre el poderoso apego a las tradiciones y el avance irrefrenable de la globalización, logrando así integrar toda la riqueza de una cultura ancestral en una absorbente y contemporánea trama de novela negra.

Las puertas del infierno (fragmento)

HAN TOMADO EL CIELO Y LO HAN RODEADO
"Él es esto: un par de chanclas, un par de pantalones cortos holgados, una camisa a juego, a rayas blancas y negras. Lleva entre los brazos un colchón de espuma mugriento —medio colchón, cortado por el lado más largo, no más ancho que sus omóplatos—. Hay una manta de lana áspera doblada encima. En el bolsillo de su camisa descansa una pequeña tarjeta amarilla que contiene, escritos a mano, su nombre, su número, su delito. 
Él es esto, y nada más. Solo uno de los casi cuatro mil reclusos del lugar. Se parece a ellos. Incluso camina como ellos —arrastrando los pies de forma somera, derrotada, gracias a las chanclas demasiado grandes—. 
Se parece a ellos, pero no es uno de ellos. Ellos lo saben también: el primer grupo con el que se cruza se le queda mirando fijamente con siete pares de ojos hoscos, hostiles.
 —¡Policía! —sisea uno de ellos. 
Ha entrado en la cárcel muchas veces. Ha olido muchas veces ese aroma de humanidad viciada, confinada; ha sentido el aire, denso por el calor de cientos de cuerpos, quemándole al fondo de la garganta. Cada vez, el pánico amenaza con alzarse en su interior. 
Cada vez, se sacude para reprimirlo. Se recuerda a sí mismo que, a diferencia de los demás, él consigue salir. 
Pero no esta vez. 
El guardia que tiene detrás se ríe entre dientes. 
—No vas a encontrar muchos amigos aquí, masái. Será mejor que aprendas a dormir con los ojos abiertos."