martes, 25 de agosto de 2015

EL MISTERIO DE PONT-AVEN


Primera entrega de la serie de novelas protagonizadas por Georges Dupin, comisario de policía en la localidad bretona de Concarneau (Francia).


El comisario Georges Dupin no es alcohólico, no está deprimido, no tiene relaciones problemáticas.....y por ahora está resultando una alternativa estupenda para las perezosas tardes de verano, no me agobia y me intriga lo justo!!
El plus de esta novela son sus escenarios, la Bretaña francesa tan cerca y tan lejos, tan cerca que tienen una región Finisterre como nosotros los gallegos, no se cuando identificados se sentirán el resto de los españoles con mostrar bretones, los gallegos somos tan parecidos que semejamos más primos-hermanos que de los asturianos.
Reconocible el atlántico salvaje, los acantilados, el tiempo lluvioso, el carácter desconfiado, la gastronomía propia y los vinos diferentes, la música, el baile....todo!
La trama detectivesca, con el punto justo para no aburrir.
El punto débil, los personajes secundarios, poco logrados.

Sinopsis (Ed. Grijalbo)

Un pueblo pintoresco y plácido, un extraño asesinato, un secreto celosamente guardado y un comisario huraño que, por fin, tiene un caso.
El misterio de Pont-Aven es el primer caso del Comisario Dupin, protagonista de la serie de novela policíaca ambientada en la Bretaña francesa que se ha convertido en un éxito de ventas.

Ya han pasado más de dos años desde que el comisario Georges Dupin fue «forzosamente trasladado» a lo que él considera el fin del mundo: Concarneau, en la costa bretona. Allí nunca pasa nada, aparte de los atascos en verano, cuando toda la región se convierte en el destino turístico por excelencia.
Pero una mañana de julio, al inicio de la temporada alta, recibe una llamada. En el idílico pueblo cercano de Pont-Aven se ha cometido un asesinato incomprensible. Pierre-Louis Pennec, el dueño del legendario hotel Central, en el que a finales del siglo XIX se alojaron Paul Gauguin y otros pintores famosos, ha sido brutalmente apuñalado. ¿Quién querría matar a un anciano de noventa y un años, una bellísima persona? ¿Y por qué?
Cuando poco después aparece un segundo cadáver en la costa, Dupin comprende que tiene entre manos un caso más complejo de lo esperado. Aunque la presión de los políticos locales aumenta, y los habitantes de Pont-Aven guardan un silencio obstinado, el comisario, a quien no siempre le resulta fácil morderse la lengua, se mantiene fiel a su peculiar estilo de investigación. Y es que la pregunta inesperada puede arrojar la pista que hasta entonces estaba eludiéndole, y sacar a la luz un secreto por el que valdría la pena matar.
El misterio de Pont-Aven, una versión moderna de las novelas clásicas de detectives, causó sensación en Alemania donde, gracias a la recomendación de libreros y lectores, escaló a los primeros puestos de las listas de los libros más vendidos, entre los que permaneció durante 42 semanas.

El misterio de Pont-Aven (fragmento)

El primer día

Todo apuntaba a que ese 7 de julio iba a ser un espléndido día de verano. Uno de esos grandiosos días de la costa atlántica que tan feliz solían hacer al comisario Dupin. Allá adonde mirase, reinaba un azul luminoso y, aunque hacía un calor poco habitual para la Bretaña a una hora tan temprana, la atmósfera estaba tan despejada que todo presentaba unos contornos limpios, nítidos. Y eso que la tarde anterior había parecido que se les venía encima el fin del mundo: unos nubarrones negros, bajos y amenazantes habían cruzado veloces el cielo, descargando fuertes aguaceros torrenciales aquí y allá.
Concarneau, la magnífica Ciudad Azul, como seguían llamándola a causa del intenso color de las redes de pesca que el siglo anterior se tendían en su puerto, resplandecía. La esfera del reloj que coronaba el mercado, un bonito edificio antiguo en el que todos los días podía comprarse bien fresco el género que los pescadores locales habían capturado en sus redes apenas unas horas antes, marcaba las siete y media. El comisario Georges Dupin se encontraba en L’Amiral, sentado al final de la barra con el periódico abierto ante sí, como siempre. El emblemático café restaurante, que gozaba de una larguísima tradición (e incluso, una vez, había sido hotel), quedaba en el muelle y tenía justo enfrente el famoso casco histórico de la localidad. La ville close, la antigua ciudad medieval rodeada por una imponente muralla con torreones fortificados, había sido erigida sobre una islita alargada que se alzaba, como una escena salida de un cuadro, en medio de ese puerto en el que también desembocaba el tranquilo río Moros. Hacía exactamente dos años y siete meses que Dupin, tras una vida entera en París, se había visto obligado a abandonar la glamurosa capital a causa de su «traslado» a ese rincón perdido del país como consecuencia de «una serie de disputas» (según se hizo constar en el informe interno), y todas las mañanas desde entonces se tomaba su café solo en L’Amiral. Un placentero ritual que no sacrificaba por nada del mundo.

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