domingo, 15 de febrero de 2015

QUE EMPIECE LA FIESTEA

Nuestro querido amigo Juan Antonio Carrera Castillo nos ofreció, en el mes de Enero de 2012, esta magnífica reseña que invitaría a cualquiera a sumergirse de lleno en la obra de este italiano que triunfa en el panorama literario europeo y universal. Reproduzco literalmente la reseña:


"He leído Que empiece la fiesta de Niccolò Ammaniti. Un excéntrico millonario italiano organiza una fiesta en un parque de Roma de su propiedad. Los invitados son actrices, cantantes, futbolistas, escritores y gente tan variopinta que en seguida se ve que allí va a pasar de todo y que reflejan una sociedad completamente decadente. Es un libro disparatado y grotesco que se lee entre sonrisas y carcajadas, para pasar un buen rato." Juan Antonio Carrera Castillo (26 de Enero de 2012).


Poco puedo añadir a lo escrito por Juan Antonio, sólo resaltar ese toque surrealista que tiene la novela y el humor ácido que destila en todas sus líneas, aunque en algunos pasajes he llegado a preguntarme si la realidad no supera a la ficción....?

RESEÑADO por Ricardo Cortat para LIBROS,  el 4 de Diciembre de 2014.
¿Recordáis American Pie, Porky's o Los albóndigas en remojo? Pues los personajes son mucho más disparatados, el humor mucho más ingenioso, la fiesta más salvaje y las chicas... ¡oh, las chicas!
En serio. O más en serio aún. ¿Puede la fiesta más salvaje que va a recordar Roma en muchos años competir con lo mejor del panorama cinematográfico adolescente de todos los tiempos? Rotundamente sí.


Sinopsis (Ed. Anagrama)
El rico constructor Sasà Chiatti organiza en su nueva residencia de Villa Ada, en el corazón de Roma, una fiesta que pasará a la historia como el acontecimiento mundano más grande de la República italiana: bienvenidos a la fiesta del siglo. Entre cocineros búlgaros, ojeadores negros reclutados en la estación Termini, cirujanos estéticos, actrices, futbolistas, tigres, elefantes, el conocido escritor Fabrizio Ciba y las Bestias de Abadón, la desquiciada secta satánica de Oriolo Romano, protagonizan una aventura de héroes y comparsas que dan vida a una grandiosa y disparatada comedia humana. Con su humor irresistible, Ammaniti sabe plasmar los vicios y las pocas virtudes de nuestra época en una novela que se lee con una sonrisa (y con muchas carcajadas) y que no perdona ideales ni sentimientos. Y al final no quedan más que restos de una cultura fatua y cansada, que no es capaz de tomarse en serio ni siquiera su propia ruina.

Que empiece la fiesta (fragmento)

"Fabrizio Ciba tenía cuarenta y un años, pero para todo el mundo era un joven escritor. El epíteto, periódicamente repetido en todos los medios de comunicación, ejercía un influjo milagroso en su cuerpo: no aparentaba más de treinta y cinco años, se mantenía delgado y en forma sin ir al gimnasio, y aunque se emborrachaba todas las noches, seguía teniendo la tripa lisa como una tabla. Lo contrario le ocurría a su editor, Leopoldo Malagò, al que llamaban Leo. Tenía treinta y cinco años pero aparentaba, como poco, diez más. Había perdido el cabello a edad temprana, pero le había quedado una fina pelusa que parecía pegada al cráneo. La columna vertebral se le había torcido siguiendo las formas de una silla Philippe Starck en la que se pasaba sentado diez horas diarias. Las mejillas se le habían descolgado y le cubrían la papada cual piadoso telón. La barba que astutamente se había dejado crecer no era lo bastante espesa para ocultar aquella región montañosa. Tenía un tripón que parecía inflado con compresor. La editorial no escatimaba gastos cuando se trataba de la alimentación de sus editores. Disponían de una tarjeta de crédito especial con la que podían ponerse la botas en los mejores restaurantes, e invitar a escritores, poetas y periodistas a comidas de trabajo. Como resultado de esta política, los editores de Martinelli eran una pandilla de sibaritas obesos, por cuyas venas corrían tan campantes verdaderas constelaciones de moléculas de colesterol. Leo, pese a sus gafitas de concha y a la barba, que lo asemejaban a un judío neoyorquino, y pese a los tersos trajes color verde oliva que vestía, para sus conquistas amorosas debía confiar en su poder, su desenvoltura y su perseverancia obtusa. Lo dicho no valía para las mujeres. Entraban en la editorial como secretarias sosas y con los años iban mejorando merced a las ingentes inversiones que hacían en sus personas. Llegaban a los cincuenta años, sobre todo si desempeñaban cargos representativos, convertidas en tías buenas frías y sin edad. Maria Letizia Calligari era un ejemplo perfecto. Nadie sabía su edad. Unos decían que tenía sesenta bien llevados; otros, que treinta y ocho mal llevados. Nunca llevaba documentos de identidad. Decían las malas lenguas que no conducía por no tener que llevar el carné en el bolso. Antes del Tratado de Schengen iba a la Feria de Frankfurt sola, para que nadie la viera enseñar el pasaporte. Pero una vez cometió un error: un día, en el Salón del Libro de Turín, se le escapó que había conocido a Cesare Pavese....."

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