Primera entrega de la serie de novelas protagonizadas por Lorenzo La Marca, profesor universitario, biólogo y detective aficionado; su vida transcurre en la ciudad siciliana de Palermo (Italia).
Mientras me pierdo en el 4321 de Auster, he considerado apropiado leer algo más ligero para desengrasar y he aquí que a los 20 años de su publicación, aparece por primera vez en España la primera novela de Santo Piazzese, considerado por algunos críticos heredero directo de Camilleri y Vázquez Montalbán, emocionada me sumerjo en la Trilogía de Palermo y.....
Pues hace tiempo que no me topo con un autor tan pedante, artificioso y aburrido como Piazzese, su protagonista, el biólogo y detective aficionado Lorenzo La Marca es lo más parecido a un "imbécil absoluto" que uno pueda imaginar, así se presenta a si mismo el individuo:
"Sin embargo, aquí estoy, con el cerebro asfaltado de alquitrán, boqueando y yendo y viniendo entre la máquina del hielo y mi despacho del Jardín Botánico Municipal, cruz y delicia de este Departamento de Bioquímica Aplicada de la universidad de esta nuestra felicísima ciudad de Palermo que todo lo tritura, lo absorbe, lo metaboliza." Así presenta a otros personajes:
"En el pasillo, mientras me dirigía al ascensor, me crucé con Milly Clemente. Nuestra Perla de Labuán, consumidora de cerveza sin alcohol, salvado y yogures dietéticos. Novia de Mauro (el vicio público). Ojito derecho del jefe (la virtud depravada)." Y así continúa una novela en la que el asesinato es lo menos importante, a mayor gloria, bombo y platillo de su protagonista.
Personajes desdibujados, situaciones absurdas, pedantería a porrillo (cada frase es una cita, cada situación una teatralización, cada canción una lección, cada película una clase magistral) y aburrimiento, mucho aburrimiento.
No la recomiendo, en absoluto y no creo que continúe con esta trilogía porque me parece que irá a peor.....
Quizás si hubiera leído previamente esta crítica de Lluís Fernández, con la que coincido plenamente, me hubiese evitado el sofocón:
"Hay autores que merced a su protagonista te caen gordos. Éstos transmiten a su héroe, en este caso el detective aficionado y biólogo Lorenzo La Marca, su propia idiosincrasia, aunque siguiendo los juegos de palabras del autor palermitano diría «idiotisingracia». El problema de Santo Piazze en «Asesinato en el jardín botánico» es su pedantesco esnobismo. Puede parecer reduccionista, pero para cualquier lector de novela policiaca, el tan cacareado y aburrido «noir mediterráneo», toparse con un escritor que trufa cada frase con altisonantes adjetivaciones, referencias culteranas y abuso de citas del cine clásico policiaco y música de jazz, tópicos que utilizaran primero Jean-Luc Godard y la Nouvelle Vague y luego estableciera como memeces progres Woody Allen, hace saltar todas las alarmas.
El lector se enfrenta a un escritor con logorrea desatada, que echa mano de la intertextualidad como pirotecnia verbal para una exhibición impúdica de su yo novelesco."
Pues hace tiempo que no me topo con un autor tan pedante, artificioso y aburrido como Piazzese, su protagonista, el biólogo y detective aficionado Lorenzo La Marca es lo más parecido a un "imbécil absoluto" que uno pueda imaginar, así se presenta a si mismo el individuo:
"Sin embargo, aquí estoy, con el cerebro asfaltado de alquitrán, boqueando y yendo y viniendo entre la máquina del hielo y mi despacho del Jardín Botánico Municipal, cruz y delicia de este Departamento de Bioquímica Aplicada de la universidad de esta nuestra felicísima ciudad de Palermo que todo lo tritura, lo absorbe, lo metaboliza." Así presenta a otros personajes:
"En el pasillo, mientras me dirigía al ascensor, me crucé con Milly Clemente. Nuestra Perla de Labuán, consumidora de cerveza sin alcohol, salvado y yogures dietéticos. Novia de Mauro (el vicio público). Ojito derecho del jefe (la virtud depravada)." Y así continúa una novela en la que el asesinato es lo menos importante, a mayor gloria, bombo y platillo de su protagonista.
Personajes desdibujados, situaciones absurdas, pedantería a porrillo (cada frase es una cita, cada situación una teatralización, cada canción una lección, cada película una clase magistral) y aburrimiento, mucho aburrimiento.
No la recomiendo, en absoluto y no creo que continúe con esta trilogía porque me parece que irá a peor.....
Quizás si hubiera leído previamente esta crítica de Lluís Fernández, con la que coincido plenamente, me hubiese evitado el sofocón:
"Hay autores que merced a su protagonista te caen gordos. Éstos transmiten a su héroe, en este caso el detective aficionado y biólogo Lorenzo La Marca, su propia idiosincrasia, aunque siguiendo los juegos de palabras del autor palermitano diría «idiotisingracia». El problema de Santo Piazze en «Asesinato en el jardín botánico» es su pedantesco esnobismo. Puede parecer reduccionista, pero para cualquier lector de novela policiaca, el tan cacareado y aburrido «noir mediterráneo», toparse con un escritor que trufa cada frase con altisonantes adjetivaciones, referencias culteranas y abuso de citas del cine clásico policiaco y música de jazz, tópicos que utilizaran primero Jean-Luc Godard y la Nouvelle Vague y luego estableciera como memeces progres Woody Allen, hace saltar todas las alarmas.
El lector se enfrenta a un escritor con logorrea desatada, que echa mano de la intertextualidad como pirotecnia verbal para una exhibición impúdica de su yo novelesco."
Sinopsis (Ed. Siruela)
«En mis estanterías, entre los escritores que más aprecio, Santo Piazzese ocupa un lugar destacado».
ANDREA CAMILLERI
¿Dónde han ido a parar los crímenes sanos, buenos, misteriosos; esos que hacen habitables todos los países civilizados de este mundo; los que tienen un móvil perfecto en el que ahondar, como hacía el comisario Maigret, para llegar así a los mecanismos elementales del ser humano y que tanto echamos de menos los lectores de novela negra? El ahorcamiento cometido en pleno siroco en el Jardín Botánico de Palermo es de esa clase: lúdico, inteligente, magistral.
Dirige la investigación Lorenzo La Marca, docente universitario, detective circunstancial y heredero descreído del espíritu de Mayo del 68; un refinado, irónico y sentimental cruce entre el príncipe Fabrizio de El Gatopardo y el mejor Philip Marlowe. Una intriga a ritmo de blues y de jazz, de western y cine de la nouvelle vague, de libros y literatura, de humor y de amor en una Sicilia por la que dejarse guiar con la facilidad y la felicidad de quien sigue sin pensarlo los compases de una melodía familiar. Un indiscutible clásico moderno de la literatura policiaca europea.
ANDREA CAMILLERI
¿Dónde han ido a parar los crímenes sanos, buenos, misteriosos; esos que hacen habitables todos los países civilizados de este mundo; los que tienen un móvil perfecto en el que ahondar, como hacía el comisario Maigret, para llegar así a los mecanismos elementales del ser humano y que tanto echamos de menos los lectores de novela negra? El ahorcamiento cometido en pleno siroco en el Jardín Botánico de Palermo es de esa clase: lúdico, inteligente, magistral.
Dirige la investigación Lorenzo La Marca, docente universitario, detective circunstancial y heredero descreído del espíritu de Mayo del 68; un refinado, irónico y sentimental cruce entre el príncipe Fabrizio de El Gatopardo y el mejor Philip Marlowe. Una intriga a ritmo de blues y de jazz, de western y cine de la nouvelle vague, de libros y literatura, de humor y de amor en una Sicilia por la que dejarse guiar con la facilidad y la felicidad de quien sigue sin pensarlo los compases de una melodía familiar. Un indiscutible clásico moderno de la literatura policiaca europea.
Asesinato en el jardín botánico (fragmento)
I
Siroco... le Breton, le Breton... ¿no fue él quien dijo que una historia bien ordenada debería comenzar por el nacimiento del protagonista? En mi caso, olvidadlo. No solo porque no está claro que yo sea el protagonista de esta historia, sino también por evitar sobresaltos a una o dos personas que temen la parte del cuaderno de bitácora que he escrito después de cargar con zumo de limón mi pluma Omas, que me regalaron en la Confirmación. Si necesitáis un protagonista, bueno, digamos que lo es el tiempo, entendido como weather, of course. Ante todo porque soy un «meteorópata» terminal. Pero también porque, en definitiva, la historia comienza con una ráfaga de siroco, que es a la vez la parte dramática y la parte cómica del tiempo atmosférico. ¿O es que Dios, al insuflar la vida en el Adán de barro, no la sopló desde el sureste? Así que el siroco nació antes que Adán. El Génesis no lo menciona: era demasiado evidente.
Y si no lo entendéis al atardecer, cuando el aire está sereno, ni frío ni caliente, y se os pone de punta el vello de los brazos, que hasta parece que crepita; si no atendéis a los ruidos que os llegan desde más lejos; si no os dice nada el color violeta de las montañas y el oro que gotea de las piedras de la catedral; si os dan igual las andanadas de rojo rubí que os dispara el sol por detrás de las agujas de San Domenico; si por tanto no comprendéis que está acercándose, eso quiere decir que sois forasteros. No es grave. Vosotros no tenéis la culpa. Cada cual vive donde puede. Pero el día siguiente será para vosotros la hoguera, el infierno, el apocalipsis. El siroco africano os golpeará con dureza. No os dará un respiro.
Yo he nacido aquí. También vivo aquí, está claro. Sin embargo, aquel domingo por la tarde debía de tener la cabeza perdida quién sabe dónde. De otro modo, una vez olfateado el aire, me habría largado directamente al campo, a casa de mi hermana, donde soy huésped permanente cada vez que se me va la olla. Y el sábado por la mañana no me habría metido en el coche —¡a sesenta grados, lo garantizo!— para encerrarme en aquel agujero de departamento con el propósito de enderezarle las piernas a un trabajo que no iba a ninguna parte. Y mejor habría sido. Para mí, quiero decir. Desde luego no para el pobre Raffaele Montalbani, ya más que muerto y balanceándose del ficus antes de que yo llegara.
Yo he nacido aquí. También vivo aquí, está claro. Sin embargo, aquel domingo por la tarde debía de tener la cabeza perdida quién sabe dónde. De otro modo, una vez olfateado el aire, me habría largado directamente al campo, a casa de mi hermana, donde soy huésped permanente cada vez que se me va la olla. Y el sábado por la mañana no me habría metido en el coche —¡a sesenta grados, lo garantizo!— para encerrarme en aquel agujero de departamento con el propósito de enderezarle las piernas a un trabajo que no iba a ninguna parte. Y mejor habría sido. Para mí, quiero decir. Desde luego no para el pobre Raffaele Montalbani, ya más que muerto y balanceándose del ficus antes de que yo llegara.