lunes, 2 de octubre de 2017

LA PROMOCIÓN DEL 49


RESEÑADO por Ricardo Cortat para LIBROS,  el 27 de Mayo de 2014.
De los porrecientos libros que leo cada año apenas un puñado son míos. Y de esos, los menos son comprados. Vamos, que vivo del préstamo, del gorreo o del regalo. Básicamente porque leo más que lo que podría guardar en casa y porque si el libro es malo, que sea de la biblioteca lo hace más llevadero.
El último que compré, allí por febrero, fue una recomendación de la librera. Yo iba a por uno del que he olvidado el título y acabé con 'La promoción del 49' de Don Carpenter. Me dio a elegir entre 3 de la misma editorial, Gallo Nero, y me quedé con ese.
No son cuentos pero tampoco es una novela al uso. Un libro melancólico, lleno de imágenes en blanco y negro, 24 capítulos que abarcan desde Navidad hasta el invierno del año siguiente.
La historia de esa promoción estudiantil: sus sueños, sus amoríos, su pandilla, sus estudios, su futuro...,  un retrato de la Portland posterior a la 2ª GM.
'La promoción del 49' acaba el instituto con nota. Con buena nota.
Por una vez, acerté con la compra.

Sinopsis (Ed. Gallo Nero)
Don Carpenter nos ofrece un retrato de grupo de una treintena de compañeros de instituto durante el año crucial de sus vidas. Es el año de la pérdida de la inocencia y de las aspiraciones frustradas en Portland, una ciudad que se desmorona. Un álbum amarillento que se compone de veinticuatro instantáneas, retratos melancólicos de una generación marcada por la guerra e inmortalizada en ese momento de la juventud en el que todo parece posible, ese momento en el que se mezclan ingenuidad, pasión y frustración.

La promoción del 49 (fragmento)

«En cuanto la casa quedó vacía, se quitó el traje negro y la camisa blanca, se puso unos Levi`s y una sudadera y bajó a la sala de estar. Le gustaba su casa cuando estaba desierta, pero no esa noche; desprendía una opresiva sensación de soledad. Se dejó caer en una silla. Y entonces empezó a llover, al principio solo un poco y luego cada vez más fuerte. Se levantó, fue hasta la ventana y miró a la calle que brillaba bajo las farolas; los goterones blanquecinos se iluminaban al pasar junto al haz de luz, miles, millones de gotas de lluvia que bañaban el oeste de Oregón, empapaban trajes vistosos y vestidos de gala y chafaban las permanentes y los tupés; la lluvia de Portland que todo mojaba y todo estropeaba.»

EL AIRE QUE RESPIRAS


RESEÑADO por Noelia Vallina para LIBROS,  el 27 de Mayo de 2014.
Cada vez que elijo un libro de Care Santos me sorprende su forma de contar la historia, desde distintos ángulos (algo de historia, un diario, cartas...) y en este caso no falla.
"El aire que respiras" se centra en unos libros que desaparecen durante los años de Napoleón en España.
Interesante.

Sinopsis (Ed. Planeta)
Virginia acaba de heredar el negocio familiar: la librería Palinuro. Entre el montón de ejemplares, polvo y papeles que su padre acumuló, pronto aparece la historia de Carlota Guillot y la búsqueda de un libro, escurridizo y caprichoso, que formó parte de una de las bibliotecas particulares más sibaritas de la Barcelona napoleónica. Una historia prolongada a lo largo de las décadas más convulsas del siglo XIX en que la ciudad asistió, incrédula, a su mayor transformación: el derribo de las murallas y la urbanización de su paseo más emblemático, La Rambla.
El aire que respiras es un canto de amor a los libros, pero también a la ciudad de Barcelona. Después de leer esta gran historia coral, la ciudad no volverá a ser la misma.
«Tiemblo a tu voz y tiemblo si me miras y quisiera exhalar mi último aliento abrasada en el aire que respiras.»


El aire que respiras (fragmento)

Una fina llovizna empieza a jaspear la polvorienta berlina en la que viajan, camino de Barcelona, dos fugitivos franceses. Estamos en los boscosos alrededores de la villa de Hostalrich y en el invierno del año 1793. Las nubes avanzan negras por el horizonte. El viento azota el mundo sin misericordia. Los viajeros, que llevan ya mucho camino bajo sus magras posaderas, no tienen ganas de hablar.
Son dos: en el pescante, arreando a las mulas, va un hombre más bien gordo y nada viejo, que viste como un aldeano y que pasa por serlo gracias a ciertos detalles, como su quijada protuberante, sus manos grandes y velludas o el olor a ajo que suele desprender su aliento. Sólo quien le vea quitarse el sombrero de ala se dará cuenta de que va tonsurado. Si le oyéramos hablar, ya sería otra cosa, porque sus gustos y sus maneras sí son los de un religioso. Salió de París en calidad de frailecillo agradecido a quien acababan de salvar el pellejo y por el camino se ha convertido en amigo y servidor para toda la vida del hombre al que acompaña. Responde por Serafín Girabancas.
Dentro del coche va el otro, el señor, inquieto pero dormitando. Tiene treinta y dos años, nació y creció en Versalles, hombre muy viajado y muy leído, y por ello escéptico de casi todo, de profesión nada en absoluto, puesto que ostentaba el honor de ser bibliotecario real de su majestad LuisXVI y ahora el rey es un plebeyo y la biblioteca, una piltrafa. Los que desde hace poco mandan en su país le consideran un traidor, pero a él le da lo mismo, pues su opinión de ellos es mucho peor. Lo único que persigue es silencio para leer y anonimato para no tener que opinar. Opinar le parece agotador. Su nombre es Victor Philibert Guillot y es, como resulta evidente, un ser poco común.

AJUAR FUNERARIO


RESEÑADO por Ricardo Cortat para LIBROS,  el 26 de Mayo de 2014.
No me gustan los libros de cuentos o de relatos breves porque cuando aceleras... ¡chas! se acaban de golpe. Entonces, empezar el siguiente me cuesta horrores. Y, aunque me gustan los cuentos, los libros se me hacen pesados. Aún así, no puedo evitar, de cuando en cuando, caer en la tentación.
Y esta tentación venía recomendada, espero no equivocarme..., por Gloria. Y opté por no resistirme.
La primera historia ya golpea, la segunda impacta y la tercera es para cerrar el libro... respirar hondo y seguir otro día. Y así repetidamente. Hasta que una noche superé mis miedos y mis ansiedades y dejé de sufrir y empecé a disfrutar.
'Ajuar funerario' de Fernando Iwasaki son microcuentos de miedo. Aunque como dice el autor en el epílogo [¿]'... podrían ser píldoras contra el miedo. [?] No. En realidad son supositorios de terror.
Dejaos medicar.

Sinopsis (Ed. Páginas de Espuma)
Ajuar funerario es un homenaje a la literatura de terror y a la micronarrativa, porque Fernando Iwasaki ha logrado concentrar en diez o doce líneas todo el escalofrío, la náusea y el desasosiego del género. ¿Es posible que los fantasmas, las pesadillas, los ritos y las supersticiones nos puedan seguir asustando en pleno siglo XXI? Si tiene hijos, insomnios o hipotecas, mejor no lea Ajuar funerario.

Ajuar funerario (dos primeros cuentos)

DÍA DE DIFUNTOS
Cuando llegué al tanatorio, encontré a mi madre enlutada en las escaleras.
—Pero mamá, tú estás muerta.
—Tú también, mi niño.
Y nos abrazamos desconsolados.

LA HABITACIÓN MALDITA
Llegué sin reserva porque para eso soy cliente habitual, pero no quisieron darme la única habitación que les quedaba. A regañadientes me entregaron la llave y se ofrecieron a buscarme una suite en otro hotel de la cadena, mas yo estaba muy cansado y subí sin hacerles caso.
La decoración no era la misma de las otras habitaciones: las paredes estaban llenas de crucifijos y los espejos apenas reflejaban mis movimientos. Recién cuando me eché en la cama reparé en la pintura del techo: un Cristo viejo y enfermo que me miraba sobrecogido. Me dormí con la inexplicable sensación de sentirme amortajado.
Un clavo de frío me despertó, y junto a la cama una mujer de niebla me dijo con infinita tristeza: «¿Por qué has sido tan imprudente? Ahora te quedas tú». Desde entonces sigo esperando que venga otro, para despertarlo con mis dedos de hielo y poder dormir de una vez.



domingo, 1 de octubre de 2017

LAS BRUJAS DE SALEM


RESEÑADO por Marie-Loup Raffestin para LIBROS,  el 24 de Mayo de 2014.

Lei “The Crucible” (Las Brujas de Salem) de Arthur Miller.
Es una obra de teatro publicada en 1953 que se inspira de eventos y personas reales : los juicios de brujas de Salem en 1692 y sus victimas. Vemos como la histeria colectiva, la paranoia y las sospechas se apoderan del pueblo, tras las acusaciones de un grupo de niñas, y como algunas... personas intentan resistir esta locura y denunciar la poca legalidad de los arrestos y de los interrogatorios.
Es un libro que puede tener doble lectura ya que Miller lo escribió para denunciar el Macarthismo.
Se ataca a lo que puede pasar cuando una parte de la sociedad está considerada diabólica, a menudo por tener opiniones diferentes, y que el poder está entre manos de unos pocos.
Es una lectura muy interesante y poderosa, la recomiendo.

Sinopsis (Ed. Penguin)
La obra tiene lugar en el año 1692 en la ciudad de Salem, Massachusetts, Estados Unidos.
Un grupo de jovencitas siembra el escándalo en esa comunidad rural, pacífica pero sofocante debido a las estrictas normas religiosas que rigen la vida cotidiana.
Dos niñas enferman después de ser vistas bailando desnudas en el bosque de noche, y al estar en un ambiente muy religioso y puritano, se sospecha que puedan estar embrujadas por alguien del pueblo.
Para comprobar si esto es así, traen de otra ciudad a un especialista en identificar brujas, y comienza una investigación. Al principio las personas más cuerdas del pueblo, creen que no pasará nada y que las acusaciones son totalmente descabelladas. Pero poco a poco el ambiente comenzará a cambiar y los vecinos comienzan a acusarse los unos a los otros. El pueblo cae presa de una histeria colectiva y lo que al principio les parecían tonterías termina en la ejecución de personas y animales.

Las Brujas de Salem (fragmento)

La sacristía de la capilla de Salem, que ahora sirve de antesala de la Corte General. Al levantarse el telón, la habitación está vacía. Solamente entra el sol por las dos altas ventanas del foro. La pieza es solemne, hasta imponente. Pesadas vigas sobresalen y tablones de diversa anchura constituyen las paredes. Hay dos puertas a la derecha, que llevan a la capilla misma, en donde se reúne el tribunal. A la izquierda, otra puerta lleva al exterior.
Hay un banco simple a la izquierda, y otro a la derecha. En el centro, una mesa más bien larga, para las reuniones, con banquillos y un sillón de considerables dimensiones arrimados a ella.
A través de la pared divisoria, a la derecha, oímos la voz de un Fiscal Acusador, el Juez Hathorne, preguntando algo; luego, una voz de mujer, la de Martha Corey, replicando.)
Voz de Hathorne: Y bien, Martha Corey, hay abundantes pruebas en nuestro poder que demuestran que os habéis entregado a la adivinación de la suerte. ¿Lo negáis?Voz de Martha: Soy inocente. Ni siquiera sé lo que es una bruja.Voz de Hathorne: ¿Cómo sabéis, entonces, que no lo sois?Voz de Martha: Si lo fuera lo sabría.Voz de Hathorne: ¿Por qué dañáis a estas niñas?Voz de Martha: ¡No los daño! ¡Es despreciable!Voz de Giles Corey (rugiendo): ¡Tengo nuevas pruebas para el tribunal!
(Las voces del pueblo se elevan, excitadas.)
Voz de Danforth: ¡Ocupad vuestros sitios!Voz de Giles: ¡Thomas Putnam roba tierras!Voz de Danforth: ¡Alguacil, llevaos a ese hombre!Voz de Giles: ¡Estáis oyendo mentiras, no más que mentiras!
(Un rugido se eleva del público.)
Voz de Hathorne: ¡Arrestadlo, Excelencia!Voz de Giles: ¡Tengo pruebas! ¿Por qué no queréis escuchar mis pruebas?
(Se abre la puerta y Giles es prácticamente transportado dentro de la sacristía por Herrick.)
Giles: ¡Quita tus manos, maldito seas! ¡Déjame!Herrick: ¡Giles, Giles!Giles: ¡Fuera de mi camino, Herrick! Traigo pruebas...Herrick: ¡Tú no puedes entrar ahí, Giles, es un tribunal!
(Entra Hale por la derecha.)
Hale: Por favor, calmaos un momento.Giles: Vos, señor Hale, entrad y pedid que yo hable.Hale: Un momento, señor, un momento.Giles: ¡Ahorcarán a mi mujer!
(Entra el Juez Hathorne de Salem. De unos sesenta y tantos años, es desagradable, insensible a los remordimientos.)
Hathorne: ¿Cómo os atrevéis a entrar rugiendo en esta Corte! ¿Os habéis vuelto loco, Corey?Giles: No sois ningún juez de Boston todavía, Hathorne. ¡No me llaméis loco!
(Entra el Comisionado del Gobernador, Danforth, y, tras él, Ezequiel Cheever y Parris. Al entrar, se hace el silencio. Danforth es un hombre serio, de unos 65 años, con cierto humor y sofisticación que, sin embargo, no interfieren con su precisa lealtad a su posición y a su causa. Se aproxima a Giles, que aguarda su ira.)
Danforth (mirando directamente a Giles): ¿Quién es este hombre?Parris: Giles Corey, señor, el litigante más...Giles (a Parris): ¡Es a mí a quien pregunta, y soy lo bastante viejo como para contestar yo mismo! (A Danforth, quien lo impresiona y a quien sonríe a pesar de su violencia): Mi nombre es Corey, señor, Giles Corey. Tengo 200 hectáreas y además tengo madera. La que estáis condenando ahora es mi mujer. (Indica la sala de la Corte.)Danforth: ¿Y cómo creéis que un alboroto tan despreciable puede ayudarla? Retiraos. Sólo vuestra edad os salva de la cárcel.Giles (comienza a alegar): Se dicen mentiras de mi mujer, señor, yo...Danforth: ¿Es que pretendéis decidir vos qué es lo que esta Corte creerá y qué es lo que desechará?


ESTUPOR Y TEMBLORES


RESEÑADO por Amelia Ruiz para LIBROS,  el 23 de Mayo de 2014.
El otro libro, que suspendo rotundamente es "Estupor y temblores" de Amelie Nothomb, al parecer autobiográfica sobre su experiencia profesional en una multinacional japonesa.
Pues a mi me pareció que ella ha hecho un esperpento de la sociedad japonesa. Su propio personaje es vergonzosamente sumiso.
He leído novelas de autores japoneses y no tienen nada que ver con estos seres robotizados que ella describe.

Sinopsis (Ed. Anagrama)Esta novela con declarada carga autobiográfica, que ha obtenido un éxito impresionante en Francia, cuenta la historia de una joven belga de 22 años, Amélie, que empieza a trabajar en Tokio en una de las mayores compañías mundiales, Yumimoto, quintaesencia de las empresas japonesas. Con «Estupor y temblores»: así es como el emperador del Sol Naciente exigía que sus súbditos se presentaran ante él. En el Japón actual, fuertemente jerarquizado (en el que cada superior es, antes que nada, el inferior de otro), Amélie, afligida por el doble hándicap de ser a la vez occidental y mujer –extraviada en un hormiguero de burócratas, subyugada además por la muy japonesa belleza de su superior directa, con la cual tiene unas relaciones de franca perversidad–, sufre una cascada de humillaciones.
Trabajos absurdos, órdenes dementes, tareas repetitivas, humillaciones grotescas, misiones ingratas, ineptas o delirantes, superiores sádicos, la joven Amélie empieza en contabilidad, luego a servir cafés, pasa a la fotocopiadora y, descendiendo los escalones de la dignidad (aunque con un despego muy zen), acaba ocupándose de los lavabos... masculinos.
«Un descenso a los infiernos en un relato desopilante» (F. Gaignault, Elle).
«Una confesión impúdica, un tratado de inspiración marxista (tendencia Groucho)» (Bernard Le Saux).
«Un festín de lucidez y humor. Un texto perfectamente calibrado y desengrasado, una suerte de elegante caricatura. Nothomb demuestra con inteligencia (temible) el absurdo delirante de nuestros sistemas económicos y descodifica, con la frialdad de un entomólogo vengativo, la esclavitud y el sadismo que engendra la jerarquía profesional» (Hugo Marsan, Le Monde).
«Una pequeña obra maestra de hilarante crueldad» (Alexis Liebaert, L’Événement).

Estupor y temblores (fragmento)
"Tienes la obligación de tener hijos, a los que tratarás como a dioses hasta los tres años, edad en la que, de repente, los expulsarás del paraíso para alistarlos al servicio militar, que durará desde los tres hasta los dieciocho años y, más tarde, desde los veinticinco años hasta el día de su muerte. Estás obligada atraer al mundo a seres que serán todavía más infelices en la medida en que en los tres primeros años de su vida les habrán inculcado la noción de felicidad. ¿Te parece horrible? No eres la única en opinar así. Tus semejantes piensan del mismo modo desde 1960. y ya ves de qué les ha servido. Muchas de ellas se rebelaron, y quizás tú también te rebeles durante el único periodo libre de tu vida, entre los dieciocho y los veinticinco años. Pero, a los veinticinco años, de repente de darás cuenta de que todavía no te has casado y te sentirás avergonzada. Cambiarás tu ropa excéntrica por un aseado vestido, medias blancas y grotescos zapatos de tacón, someterás tu espléndida y lisa cabellera a un lamentable peinado y te sentirás aliviada si alguien -marido o jefe- manifiesta algún deseo hacia ti. En el caso más que improbable de que te cases por amor, todavía serás más desgraciada, ya que verás sufrir a tu marido. Será mejor que no le ames: eso te permitirá asistir con indiferencia al naufragio de sus ideales, porque tu marido todavía los tendrá. Por ejemplo, le habrán hecho creer que sería amado por una mujer. No obstante, pronto se dará cuenta de que no le amas. ¿Cómo podrías amar a alguien si tienes un molde de yeso en lugar de corazón? Te han inculcado un espíritu demasiado calculador para poder amar. Si amas a alguien, significa que no te han educado bien. Los primeros días de matrimonio, fingirás toda clase de cosas. Hay que admitir que ninguna mujer finge con tanto talento como tú. Tu obligación es sacrificarte por los demás. No obstante, no se te ocurra pensar que tu sacrificio hará felices a aquellos por quienes te sacrificas. Eso sólo les permitirá no avergonzarse de ti. No tienes ninguna posibilidad ni de ser feliz ni de hacer feliz a nadie. Y si, extraordinariamente, tu destino se librara de estas prescripciones, sobre todo no deduzcas que has triunfado: deduce que algo has hecho mal. En realidad, muy pronto caerás en la cuenta de tu error, ya que el espejismo de tu victoria sólo puede ser provisional. Y no disfrutes del momento: deja ese error de cálculo para los occidentales. El momento no vale nada, tu vida no vale nada. Nada que dure menos de diez mil años tiene valor alguno. Si te sirve de consuelo, debes saber que nadie te considera menos inteligente que un hombre. Eres brillante, eso salta a la vista, incluso a la vista de los que tan mal te tratan. Aunque, pensándolo bien, ¿de verdad te sirve de consuelo?"



LOS ARCHIVOS DE SALEM


RESEÑADO por Calipso Breogán para LIBROS,  el 20 de Mayo de 2014.
Hoy terminé Los Archivos de Salem de Robin Cook .
Es ameno , ágil y se lee bien. ( me lo he pulido en dos días ) pero todo el tiempo parece que estas leyendo un guión de cine, tal cual, con moraleja final incluida .
Por lo demás es entretenido aunque un poco predecible. Como diría Cortat Palomitas.

Sinopsis (Ed. Debolsillo)
A finales del siglo XVII, en Salem, Nueva Inglaterra, Elizabeth Stewart es acusada de brujería y condenada a muerte. Trescientos años más tarde, Kim Stewart, una atractiva enfermera, hereda la finca de su antepasada y decide trasladarse allí en compañía de Edward, un investigador científico. Animados por el hallazgo de unos extraños hongos que aparentemente poseen propiedades terapéuticas, Edward y un grupo de científicos instalan un moderno laboratorio en la finca y proyectan convertir la especie en un fármaco cuya comercialización les rendirá una fortuna. Mientras tanto, Kim se dedica a investigar en los archivos históricos del lugar y descubre que Elizabeth utilizaba esos mismos hongos en sus preparados culinarios y que fue conducida a la hoguera por provocar estados de posesión diabólica. Inevitablemente, surgen preguntas inquietantes: ¿Acaso esos misteriosos hongos estimulan el despertar de los instintos más primarios? ¿Acaso pueden revivir repentinamente al hombre depredador que todos llevamos dentro?.

Los archivos de Salem (fragmento)

Prólogo
Sábado 6 de febrero de 1692
Espoleada por un frío penetrante, Mercy Griggs azotó con su látigo el lomo de la yegua. El animal aceleró el paso y tiró sin esfuerzo del trineo sobre la nieve compacta. Mercy se arrebujó aún más en el cuello alto de su chaquetón de piel de foca y enlazó las manos dentro del manguito, en un vano esfuerzo por protegerse del frío ártico.
Era un día claro, sin viento, y brillaba un sol pálido que, desterrado por la estación a su trayectoria sur, luchaba por iluminar el paisaje nevado, sojuzgado por el cruel invierno de Nueva Inglaterra. Incluso a mediodía los troncos de los árboles deshojados proyectaban largas sombras de color violeta que se extendían hacia el norte. Masas congeladas de humo colgaban inmóviles sobre las chimeneas de las granjas dispersas, como petrificadas contra el azul cielo polar.
Mercy había viajado durante casi media hora. Después de salir de su casa, situada al pie de la colina Leach, en el Royal Side, se había dirigido hacia el sudoeste por Ipswich Road.
Había cruzado los puentes sobre los ríos Frost Fish, Crane y Cow House, y en ese momento entraba en el barrio de Northfield de la ciudad de Salem. Desde aquel punto, el centro de la ciudad sólo distaba tres kilómetros.
Pero Mercy no iba a la ciudad. Cuando dejó atrás la granja de Jacob, vio el lugar al que se dirigía. Era la casa de Ronald Stewart, un próspero comerciante y naviero. Lo que había arrancado a Mercy de su cálido hogar en un día tan frío era la preocupación propia de un buen vecino, mezclada con cierta curiosidad. En aquel momento, la casa de los Stewart era la fuente de las habladurías más interesantes.
Detuvo la yegua frente a la casa y contempló el edificio.

EL RUIDO DE LAS COSAS AL CAER


RESEÑADO por Rosi Torres Marino para LIBROS,  el 19 de Mayo de 2014.

"El ruido de las cosas al caer" de Juan Gabriel Vásquez.
Terminé la novela con la misma sensación que la empecé y es la sensación de que me falta algo. De que no termina de arrastrarte la historia, de que no se quedará contigo mucho tiempo después de leerla. Pero también es verdad que me ha gustado, que me parece que escribe muy bien el autor y que explica muy bien, sin tener que llegar a ser demasiado explícito, las huellas imborrables que dejan tras de sí el narcotráfico y la violencia.

Sinopsis (Ed. Alfaguara)
Tan pronto conoce a Ricardo Laverde, el joven Antonio Yammara comprende que en el pasado de su nuevo amigo hay un secreto, o quizá varios. Su atracción por la misteriosa vida de Laverde, nacida al hilo de sus encuentros en un billar, se transforma en verdadera obsesión el día en que éste es asesinado. Convencido de que resolver el enigma de Laverde le señalará un camino en su encrucijada vital, Yammara emprende una investigación que se remonta a los primeros años setenta, cuando una generación de jóvenes idealistas fue testigo del nacimiento de un negocio que acabaría por llevar a Colombia —y al mundo— al borde del abismo. Años después, la exótica fuga de un hipopótamo, último vestigio del imposible zoológico con el que Pablo Escobar exhibía su poder, es la chispa que lleva a Yammara a contar su historia y la de Ricardo Laverde, tratando de averiguar cómo el negocio del narcotráfico marcó la vida privada de quienes nacieron con él. El ruido de las cosas al caer es la historia de una amistad frustrada. Pero es también una doble historia de amor en tiempos poco propicios, y también una radiografía de una generación atrapada en el miedo, y también una investigación llena de suspense en el pasado de un hombre y el de un país. Descubre el booktrailer:
http://www.alfaguara.com/es/video/trailer-de-el-ruido-de-las-cosas-al-caer/

El ruido de las cosas al caer (fragmento)
"El día de su muerte, a comienzos de 1996, Ricardo Laverde había pasado la mañana caminando por las aceras estrechas de La Candelaria, en el centro de Bogotá, entre casas viejas con tejas de barro cocido y placas de mármol que reseñan para nadie momentos históricos, y a eso de la una llegó a los billares de la calle 14, dispuesto a jugar un par de chicos con los clientes habituales.
No parecía nervioso ni perturbado cuando empezó a jugar: usó el mismo taco y la misma mesa de siempre, la que había más cerca de la pared del fondo, debajo del televisor encendido pero mudo. Completó tres chicos, aunque no recuerdo cuántos ganó y cuántos perdió, porque esa tarde no jugué con él, sino en la mesa de al lado. Pero recuerdo bien, en cambio, el momento en que Laverde pagó las apuestas, se despidió de los billaristas y se dirigió a la puerta esquinera. Iba pasando entre las primeras mesas, que suelen estar vacías porque el neón hace sombras raras sobre el marfil de las bolas en ese punto del local, cuando trastabilló como si hubiera tropezado con algo. Se dio la vuelta y volvió a donde estábamos nosotros; esperó con paciencia a que yo terminara la serie de seis o siete carambolas que había comenzado, e incluso aplaudió brevemente una a tres bandas; y después, mientras me veía marcar en el tablero los tantos que había conseguido, se me acercó y me preguntó si no sabía dónde le podían prestar un aparato de algún tipo para oír una grabación que acababa de recibir.
Muchas veces me he preguntado después qué habría pasado si Ricardo Laverde no se hubiera dirigido a mí, sino a otro de los billaristas. Pero es una pregunta sin sentido, como tantas que nos hacemos sobre el pasado. Laverde tenía buenas razones para preferirme a mí. Nada puede cambiar ese hecho, así como nada cambia lo que sucedió después.
Lo había conocido a finales del año anterior, un par de semanas antes de Navidad. Yo estaba a punto de cumplir veintiséis años, había recibido mi diploma de abogado dos años atrás y, aunque sabía muy poco del mundo real, el mundo teórico de los estudios jurídicos no guardaba ningún secreto para mí. Después de graduarme con honores —una tesis sobre la locura como eximente de responsabilidad penal en Hamlet: todavía hoy me pregunto cómo logré que la aceptaran, ya no digamos que la distinguieran—, me había convertido en el titular más joven de la historia de mi cátedra, o eso me habían dicho mis mayores al momento de proponérmela, y estaba convencido de que ser profesor de Introducción al Derecho, enseñar los fundamentos de la carrera a generaciones de niños asustados que acaban de salir del colegio, era el único horizonte posible de mi vida. Allí, de pie sobre una tarima de madera, frente a filas y filas de muchachitos imberbes y desorientados y niñas impresionables de ojos constantemente abiertos, recibí mis primeras lecciones sobre la naturaleza del poder. De esos estudiantes primerizos me separaban apenas unos ocho años, pero entre nosotros se abría el doble abismo de la autoridad y del conocimiento, cosas que yo tenía y de las que ellos, recién llegados a la vida, carecían por completo. Me admiraban, me temían un poco, y me di cuenta de que uno podía acostumbrarse a ese temor y esa admiración, de que eran como una droga. A mis alumnos les hablaba de los espeleólogos que se quedan atrapados en una cueva y al cabo de varios días comienzan a comerse entre sí para sobrevivir: ¿les asiste o no el Derecho? Les hablaba del viejo Shylock, de la libra de carne que le quería quitar a alguien, de la astuta Portia que se las arregló para impedirlo con un tecnicismo de leguleyo: me divertía viéndolos manotear y vociferar y perderse en argumentos ridículos en su intento por encontrar, en la maraña de la anécdota, las ideas de Ley y de Justicia. Luego de esas discusiones académicas llegaba a los billares de la calle 14, lugares llenos de humo y de techos bajos donde ocurría la otra vida, la vida sin doctrinas ni jurisprudencias. Allí, entre apuestas de poco dinero y tragos de café con brandy, se terminaba mi día, a veces en compañía de uno o dos colegas, a veces con alumnas que luego de unos cuantos tragos podían acabar en mi cama. Yo vivía cerca, en un décimo piso donde el aire siempre estaba frío, donde la vista hacia la ciudad erizada de ladrillo y cemento siempre era buena, donde mi cama siempre estaba abierta para discutir en ella la concepción que tenía Cesare Beccaria de las penas, o bien un capítulo difícil de Bodenheimer, o incluso un simple cambio de nota por la vía más expedita. La vida, en esas épocas que ahora me parecen pertenecer a otro, estaba llena de posibilidades. También las posibilidades, constaté después, pertenecían a otro: se fueron extinguiendo imperceptiblemente, como la marea que se retira, hasta dejarme con lo que ahora soy."