miércoles, 23 de agosto de 2017

REENCUENTRO


Hace pocos días en otra página dedicada a la literatura se planteó un debate sobre si ya se habían escrito suficientes libros sobre la guerra civil española, lo que me recordó el gran número de libros que se han escrito sobre la persecución a los judíos, el holocausto y sus consecuencias....
Si tenía alguna duda esta se ha resuelto al leer esta pequeña joya de, apenas, 100 páginas en la que Uhlman nos relata con sensibilidad totalmente exenta de sentimentalismo una historia de amistad adolescente en el mundo hostil de la Alemania pre-nazi.
Una historia cuya aparente sencillez no esconde la marea subterránea que agita los corazones y las mentes de los protagonistas y su mundo.
Una tarde ganada al tiempo es la que he empleado en leer esta novela que les recomiendo encarecidamente, después de agradecer a Vera Sáez que me hiciera conocer este libro y a su autor.

Reencuentro (fragmento)
" Y así pasaron los días y los meses sin que nada perturbara nuestra amistad. Desde fuera de nuestro círculo mágico llegaban rumores de conmoción política, pero el ojo de la tormenta estaba lejos: en Berlín, donde, según las informaciones, se producían choques entre nazis y comunistas. Stuttgart parecía el lugar tranquilo y sensato de siempre. Es cierto que de cuando en cuando se producían pequeños incidentes. Aparecían esvásticas en las paredes, hostigaban a un ciudadano judío, apaleaban a unos pocos comunistas, pero la vida en general se desarrollaba como de costumbre. Los Höhenrestaurants, la Ópera, los cafés al aire libre estaban abarrotados. Hacía calor, los viñedos estaban cargados de uvas, y los manzanos empezaban a encorvarse bajo el peso de la fruta madura. La gente conversaba acerca de los lugares adonde iría a pasar sus vacaciones: mis padres mencionaban Suiza y Konradin me dijo que se reuniría con sus padres en Sicilia. Aparentemente, no había nada de qué preocuparse. La política era cuestión de adultos y nosotros debíamos resolver nuestros propios dilemas. Y a nuestro juicio, entre éstos el más apremiante consistía en descubrir la mejor forma de aprovechar la vida, lo cual era muy distinto a dilucidar qué sentido tenía, si es que tenía alguno, y cuál sería la condición humana en ese cosmos alarmante e inconmensurable. Estos eran los problemas de trascendencia auténtica y eterna, mucho más importantes para nosotros que la existencia de figuras tan efímeras y ridículas como Hitler y Mussolini.
Fue entonces cuando sucedió algo que nos conmovió profundamente a ambos y que influyó mucho sobre mí.
Yo siempre había dado por supuesta la existencia de un Dios todopoderoso y benévolo, creador del Universo. Mi padre nunca me hablaba de religión, y no se inmiscuía en mis creencias. En una oportunidad oí sin proponérmelo cómo le decía a mi madre que no obstante la ausencia de pruebas contemporáneas él creía que había existido un Jesús histórico, un maestro judío de moral, muy sabio y dulce, un profeta como Jeremías o Ezequiel, pero que le resultaba absolutamente inconcebible que alguien pudiera definir a ese Jesús como «Hijo de Dios». Le parecía blasfema y repulsiva la idea de un Dios omnipotente capaz de contemplar pasivamente cómo Su Hijo padecía esa muerte cruel y lenta en la cruz, la idea de un «Padre Divino» menos propenso que un padre humano a correr en ayuda de su hijo.
Sin embargo, aunque mi padre había declarado no creer en la divinidad de Cristo, sospecho que era más bien agnóstico que ateo, y que si yo hubiera querido convertirme al cristianismo no se habría opuesto... no con más vehemencia, en verdad, que si hubiera resuelto convertirme al budismo. Por otro lado, estoy seguro de que habría procurado impedir que me transformara en un monje de cualquier confesión, por considerar que la vida monástica y contemplativa era irracional y desperdiciada.
En cuanto a mi madre, parecía flotar muy satisfecha en un estado de confusión. Acudía a la sinagoga el Día del Perdón, pero cantaba «Stille Nacht, Heilige Nacht» en Navidad. Acostumbraba a hacer donaciones a los judíos para ayudar a los niños judíos de Polonia, y a los cristianos para la catequización de los judíos. Cuando era pequeño me había enseñado algunas oraciones sencillas en las que imploraba a Dios que me ayudara y que fuera misericordioso con papá, mamá y nuestro gatito. Esto era casi todo. Al igual que mi padre, parecía no necesitar ninguna religión, pero era trabajadora, buena y generosa, y estaba convencida de que seguramente su hijo seguiría el ejemplo de ellos dos. Y así me crié entre judíos y cristianos, entregado a mí mismo y con mis propias ideas acerca de Dios, sin creer vehementemente y sin poner seriamente en duda la existencia de un espíritu rector benévolo y omnímodo, ni el hecho de que el mundo era el centro único del Universo y de que nosotros, judíos y gentiles, éramos los hijos favoritos de Dios.
Nuestros vecinos eran los Bauer, quienes tenían dos hijas de cuatro y siete años, y un hijo de doce. No había intimado con ellos —los niños eran demasiado pequeños para que yo les hiciera partícipes de mis juegos— pero los conocía de vista y había observado a menudo, no sin envidia, cómo padres e hijos retozaban juntos en el jardín. Recuerdo vívidamente cómo el padre empujaba a una de las niñitas, sentada en un columpio, que se remontaba a una altura cada vez mayor, y cómo el vestido blanco y la cabellera rojiza de la chiquilla parecían una vela encendida al desplazarse velozmente entre las frescas hojas verdes de los manzanos. "

LA PUERTA DE LOS INFIERNOS


Si no conociese previamente la obra de Gaudé y sólo hubiese leído la contraportada de este libro, estoy segura de que no lo leería jamás, pero.......me encanta Gaudé y no he leído la contraportada. Aún así no me ha parecido la mejor obra que he leído de Gaudé,  hasta el momento.
Es una fábula sobre el bien y el mal, los sentimientos de pérdida y la recuperación absurda del pasado que no tiene, nunca, futuro.
Una historia de venganza apocalíptica que se salva gracias a la prosa magnífica de Gaudé.

La puerta de los infiernos (fragmento)
" Giuliana vagaba cada vez más a menudo por el barrio de Montesanto. Daba vueltas alrededor de la iglesia. Cada vez que pasaba por delante, depositaba una de sus notitas. Con el transcurso de los días, no tardó en haber decenas en la pared del templo. Quería cubrir la fachada de papelitos, que el cura supiera que ella estaba allí y que esperaba mucho de él.
Una noche, por fin, se sintió preparada. Fue a la iglesia. Eran casi las dos de la madrugada. El cielo estaba claro y las estrellas titilaban en la pureza nocturna. Se arrodilló ante la pesada puerta cerrada y murmuró su tercera imprecación.
—Estoy de rodillas ante usted, padre, pero no crea que soy débil. Soy fuerte. Confío en usted. Va a obrar para mí un milagro; ya siento correr la alegría por mis venas. Sé que los hombres como usted son capaces de cosas así. Quizá les cueste, pero están aquí abajo para eso, para aliviarnos de nuestras desgracias. Sé lo que se avecina. Los ciegos verán. Los paralíticos echarán a andar. Lo sé muy bien. Estoy preparada. Es la hora de la resurrección de los muertos. Todos, uno a uno, saldrán de debajo de la tierra y se pondrán a caminar. Espero con impaciencia. No será un milagro. Simplemente, la reconciliación del Señor con los hombres. Porque nos ofendió. También usted lo sabe. Mediante la muerte de Pippo, me arrojó al suelo y me pegó. Era un acto de crueldad, y lo maldije. Pero hoy ha llegado la hora del Perdón. El Señor va a arrodillarse ante nosotros y a pedirnos que lo perdonemos. Lo miraré largamente, lo besaré en la frente y lo perdonaré. Será entonces cuando los muertos se alcen, pues todo habrá acabado. Muy bien. Rezo para que llegue ese día. Ahora soy fuerte. Esperaré hasta mañana. Ya noto cómo ruge la tierra. Los cadáveres se revuelven. Se preparan y agitan con impaciencia. Sólo faltan unas horas para que el Señor se presente ante nosotros. Estoy ansiosa, padre, por verlo arrodillarse ante mí y llorar con humildad. "



CUANDO TODO CAMBIÓ


La protagonista de Cuando todo cambió, cree que un incidente, una llegada, un hombre, cambiaron su vida y la de su familia.
Realmente los secretos, el silencio y la huida cambiaron a todos.
Una historia familiar con todos los tópicos que un pueblo pequeño puede aportar, y aquí está la novedad, el ritmo de la novela, la narración en flashback controlada y una sensación de "verdad" que trasciende la historia y nos impulsa a seguir las desventuras de la familia Ward hasta que todo cambia y todo sigue igual¡
Creo que nuestro amigo Juan Font Osaba recomendó esta novela hace unas semanas y se lo agradezco, he disfrutado¡

Efectivamente, aquí está la opinión de Juan Font:

RESEÑADA por Juan Font Osaba para LIBROS el 8 de Junio de 2013.
He leído “Cuando todo cambió” de Donna Milner.
La novela, de género dramático, se sitúa en una granja al sur de Canadá, muy cerca de la frontera con EEUU, en la segunda mitad del siglo XX. Una familia con tres hijos y una hija verán alteradas sus vidas cuando llega a trabajar River, un joven americano que huye de su país por estar en contra de la... guerra de Vietnam. Muchas cosas van a ocurrir contadas por la hija que es la protagonista. Anoto dos frases que centran el fondo de la historia: “Esta familia nunca se pelea, no usa la palabras como armas. Usa el silencio. Y hiere igual o más. Dejáis que lo que os agobia, que no os decís los unos a los otros, se interponga entre vosotros” y otra que dice “Es que los secretos hacen más daño que la verdad”.
En ningún momento decae el interés mientras se van alternado sucesos del pasado con el presente hasta llegar a un final muy emocionante. Me ha gustado.

Cuando todo cambió (fragmento)

"Vino a pie. Como un espejismo, surgió entre las oleadas temblorosas de calor, por la carretera de tierra serpenteante que conducía hasta nuestra puerta. Lo vi desde las sombras del porche. Yo tenía catorce años aquel caluroso día de julio de 1966,y cumpliría los quince en menos de un mes. Me apoyé en el quicio de la puerta de entrada del porche y entrecerré los ojos hacia el sol, mientras los últimos restos de agua chorreaban del rodillo para escurrir la ropa que tenía delante. Fuera, la colada de toda la semana colgaba floja e inmóvil de las tres cuerdas para tender que atravesaban el jardín. Las sábanas, de un blanco hiriente a la intensa luz del sol, creaban un telón de fondo para la ordenada procesión de los atuendos de nuestra familia. Mi madre estaba de pie en la plataforma de madera de la colada, con la boca llena de pinzas para tender, de espaldas a la carretera. Se agachó y cogió una camisa de tela vaquera del cesto de mimbre que tenía a sus pies, sacudió la prenda con un chasquido de tela húmeda y la colgó de la cuerda.
Aquel día había algo distinto en mi madre. Cuando hacía la colada normalmente llevaba un pañuelo atado con un nudo enrollado en medio de la frente. Aquella tarde se había sujetado el pelo con pasadores y peinetas. Unos rizos rubios rebeldes y unos sencillos pendientes se escapaban en torno a su rostro, y por la nuca. Pero eso no era todo. Estaba alterada, incluso sofocada. Yo estaba segura de que se había puesto  un poco de colorete Avon en las mejillas. Antes la había sorprendido mirándose la cara mientras metía los vaqueros de mis hermanos en el rodillo."

LA DULCE ENVENENADORA


Los últimos años de Linnea Ravaska, una dulce anciana finlandesa que sólo quiere disfrutar de lo que le queda de vida.
Una novela con ese humor "negro" de Paasilinna que encierra más crítica social de la que parece a simple vista.
Se lee con agrado y se espera el desenlace que, no es sorprendente, pero encaja en la filosofía del escritor como "anillo al dedo".
Interesante Paasilinna¡

La dulce envenenadora (fragmento)

Capítulo 1"Una ancianita de aspecto agradable en un sereno paisaje campestre, lo que se dice una estampa encantadora.
En el jardín de la casita de color rojo, una abuelita delgaducha con una regadera amarilla en sus manos regaba su arriate de violetas. Gorjeantes golondrinas revoloteaban por encima de su cabeza en el claro cielo, los abejorros zumbaban, un gato perezoso dormitaba en la hierba.
Más lejos, junto al lindero del bosque, se erguía una pequeña sauna de madera gris; era por la tarde y la chimenea arrojaba bocanadas de humo azulado. A un lado del sendero que llevaba a la sauna había un pozo sobre el cual descansaban dos cubos de plástico rojo.
La propiedad era vieja, hermosa, y estaba bien cuidada. Al sur, a unos doscientos metros, se veía el resto de la aldea: alguna que otra casa grande, un invernadero de plástico, un granero y establos, y en los jardines traseros, armazones de coche oxidados, medio ocultos por las ortigas. Del pueblo llegaba el irritante zumbido de las motos y desde algún lugar lejano, el traqueteo rítmico de un tren.
Situada a cincuenta kilómetros de Helsinki, al norte del distrito de Siuntio, la aldea de Harmisto contaba con una tienda, una oficina de correos, una caja de ahorros, una nave industrial en proceso de oxidación y una treintena de granjas.
La anciana llenó en el pozo unos cuantos cubos de agua para llevar a la sauna, parándose de vez en cuando por el camino para descansar. En la sauna, atizó el fuego de la estufa y bajo el caldero del agua y cerró ligeramente el tiro."

LA SONRISA DE ANGÉLICA


Decimoctava entrega de la serie protagonizada por el Comisario Montalbano.

Este, también, es un libro para una tarde de verano, 140 páginas del mejor Camilleri, con un Montalbano que últimamente está de lo más enamoradizo.....
Refrescante como un granizado de café, la verdad no puedo vivir sin este comisario¡¡¡

La sonrisa de Angélica (fragmento)

1"Se despertó de repente y se incorporó con los ojos bien abiertos. Acababa de oír a alguien hablando dentro del dormitorio. Y dado que estaba solo en casa, se alarmó.
Al cabo de un momento le entraron ganas de reír, porque recordó que Livia había llegado de improviso a Marinella la víspera para darle una sorpresa —agradabilísima, al me nos al principio—, y ahora dormía como un tronco a su lado.
Por la ventana entraba un hilo de luz violácea del alba todavía incipiente. Sin siquiera mirar el reloj, Montalbano cerró los ojos con la esperanza de dormir unas horitas más.
Pero unos segundos después un pensamiento le hizo abrirlos de nuevo como platos. Si alguien había hablado en el dormitorio, sólo podía ser Livia. Y por tanto, lo había hecho en sueños.
Era la primera vez que le pasaba; bueno, quizá sí había hablado alguna vez con anterioridad, pero tan bajito que no lo había despertado. Y a lo mejor todavía se encontraba en una fase especial del sueño en que diría algo más.
No, una ocasión así no había que desaprovecharla.
Alguien que se pone a hablar de repente en sueños sólo puede decir cosas ciertas, la verdad que alberga en su interior; no recordaba haber leído que en sueños se pudieran decir mentiras, o una cosa por otra, porque mientras uno duerme está desprovisto de defensas, desarmado, es inocente como un niño.
Era de vital importancia no perderse las palabras de Livia, y por dos motivos. Uno de carácter general, dado que un hombre puede vivir cien años con una mujer, dormir a su lado, tener hijos con ella, respirar el mismo aire, creer que la conoce a la perfección, y al final comprender que nunca ha sabido cómo es realmente. El otro motivo era de carácter particular, circunstancial."

TODO ESTO PARA QUÉ


Descubrí a esta autora californiana con la impactante, Tenemos que hablar de Kevin, hace ya bastantes años.
Ahora me impacta, de nuevo, con la parábola de la "oveja" laboriosa y todos los lobos que la rodean....
Una parábola de "american way of life" devaluado, una parábola del sufrimiento y el dolor escondido; todo aderezado con un humor negro que no oculta, en ningún momento, la decadencia del imperio y sus habitantes....
Una magnífica novela a la que, ni siquiera, algún desenlace precipitado y poco meditado, le quita mérito e interés.
Eso sí después de leerla he tenido que tomarme varias "cortomalafrinas".

Todo esto para qué (fragmento)

1"Shepherd Armstrong Knacker
Merrill Lynch - N.º de cuenta 934-23F917
1 de diciembre de 2004 - 31 de diciembre de 2004
Cartera neta: 731.778,56 dólares

¿Qué pone uno en la maleta cuando se marcha para el resto de su vida?
En los viajes de investigación –Glynis y él nunca los habían llamado «vacaciones»–, Shep siempre había puesto demasiadas cosas, para hacer frente a cualquier contingencia: ropa para la lluvia, un jersey por si en Puerto Escondido hacía demasiado frío para la estación. Enfrentado a un número infinito de contingencias, el impulso era no llevar nada.
No había ningún motivo racional para andar sigilosamente por esos pasillos como un ladrón que ha venido a asaltar su propia casa –sin hacer ruido, apoyando en las tablas del suelo primero el talón y luego la punta del pie, sobresaltándose cuando crujían–. Dos veces se había cerciorado de que Glynis no estaría en casa a última hora de la tarde (una «cita»; le molestaba que no le hubiese dicho con quién ni dónde). Recurriendo al pretexto, poco convincente, de preguntar por los planes para la cena cuando el hijo de ambos llevaba un año sin estar presente en una comida familiar digna de ese nombre, había confirmado que Zach no representaba ningún peligro, pues se había instalado en casa de un amigo y pasaría allí la noche. Estaba solo en casa. No tenía por qué andar saltando cuando llegara la pasma. Y tampoco meter la mano en el cajón de arriba de la cómoda, temblando, para buscar los calzoncillos como si en cualquier momento alguien fuese a agarrarlo por la muñeca y decirle que tenía derecho a un abogado.
Salvo que, a su manera, Shep era un ladrón, y quizá de la clase más temida por cualquier familia norteamericana. Había vuelto del trabajo un poco antes de lo habitual para así poder robarse a sí mismo."

SEGUNDOS NEGROS


Sexta entrega de la serie protagonizada por el inspector Konrad Sejer.

Desde la portada de la novela y desde sus primeras páginas se adivina que ha pasado.....realmente no es uno de los mejores misterios de esta escritora.
Aun así es agradable una dosis de "palomitas negras" procedentes del frío.
Karin Fossum siempre se deja leer¡¡

Sinopsis
Segundos negros arranca con la desaparición de una niña de diez años en una población rural, rodeada de granjas y bosques en Noruega. La desaparición aviva los peores miedos de su madre que siempre ha creído que su hija era algo demasiado bueno para que durase. El comisario Konrad Sejer, tan humano, tan serio, tan comprensivo que los interrogados a menudo se sienten tentados de contarle más de lo que pretenden, y su joven asistente, Jacob Skarre, comienzan entonces la investigación. Las sospechas recaen sobre Emil Mork, un tipo raro que vive solo y no habla desde su infancia. Sin embargo, a medida que avanza la investigación se pone de manifiesto que todos en la pequeña localidad tienen algún secreto que vale la pena ocultar.                     


Segundos Negros (fragmento)

1

Los días transcurrían muy despacio.
Ida Joner levantó la mano y contó con los dedos. Su cumpleaños era el 10 de septiembre. Aún estaban a primero de mes. Quería muchas cosas. Sobre todo, una mascota. Algo caliente y vivo que fuera solo suyo. Ida tenía una preciosa cara, con grandes ojos castaños. Su figura era frágil y esbelta, y el pelo abundante y rizado. Era espabilada y tenía buen carácter. Todo demasiado bueno. Eso pensaba muchas veces su madre, sobre todo cuando Ida se iba y ella veía desaparecer su espalda por la curva. Demasiado, demasiado bueno para durar.
Ida se montó en la bicicleta. Estaba a punto de abandonar la casa en una flamante bicicleta, marca Nakamura. Dejó el salón patas arriba, había estado tumbada en el sofá jugando con sus figuritas. Su ausencia dejaría primero un gran vacío. Luego un sonido desconocido, que llenaría la casa de desasosiego, penetraría por las paredes. A su madre no le hacía ninguna gracia. Pero tampoco podía encerrar a la niña en una jaula como si fuera un pájaro cantor. Dijo adiós con la mano a Ida y sonrió con valentía. Se puso a hacer sus labores. El aspirador taparía ese nuevo sonido de la habitación. Si empezaba a sudar, o a sacudir alfombras, se atenuaría ese pequeño aguijón que tenía en el pecho y que actuaba cada vez que Ida se iba. Echó un vistazo por la ventana. La bicicleta giró a la izquierda. Ida se dirigía al centro. Todo estaba en orden, llevaba puesto el casco. Un duro cascarón que le protegía la cabeza. Un auténtico seguro de vida. En el bolsillo llevaba una cartera con estampado de cebra que contenía treinta coronas. Sería suficiente para comprar el último número de la revista de caballos Wendy. Con lo que le sobraba solía comprarse un chicle Bugg. Tardaría unos quince minutos en llegar al quiosco de Laila. La madre calculó mentalmente. Ida estaría de vuelta en casa sobre las 18.40 horas, contando con la posibilidad de que se encontrara con alguien y se quedara charlando unos diez minutos. Mientras esperaba, se puso a ordenar. Recogió naipes y figuritas del sofá. Sabía que su hija podía oírla en todo momento allá adonde fuera. Había grabado su autoritaria voz en la cabeza de la niña y sabía que sonaba allí dentro como una eterna amonestación. Se sentía culpable por ello, se sentía culpable como si hubiese cometido una agresión, pero no podía hacer otra cosa. Era precisamente esa voz la que salvaría a Ida el día que se encontrara ante un peligro.