sábado, 12 de agosto de 2017

MILDRED PIERCE


Entre la novela negra y la crónica de la depresión norteamericana, la vida de una mujer fuerte y luchadora para el trabajo; débil para todo lo demás.
Las relaciones materno-filiales relatadas con toda la crudeza que permiten los años 30 y un final que da rienda suelta a la imaginación del lector.
Después de unos cuantos fiascos, recomendable para desintoxicar¡¡¡

Un fragmento que refleja de un modo veraz el tono general de la novela:

Mildred Pierce (fragmento)
" Al cabo de unos días, la situación económica de Mildred mejoró bastante, porque en seguida resultó ser la mejor camarera del local, no sólo por lo bien que servía, sino por su maña en conseguir propinas. El truco de mantener los platos en equilibrio lo aprendió en casa, ensayando a la hora en que las niñas estaban acostadas. Usó platos de metal, cargados de piedras del jardín, y llegó a poner hasta tres entre los dedos de la mano izquierda, dos más en el brazo y, sin sacar la lengua, dar vueltas a la mesa de la cocina sin que nada se le cayera.
Respecto a las propinas, intuyó que dependía de los clientes habituales que dejaban monedas de diez centavos, en vez de mera calderilla. Se concentró en los hombres, como hacían todas, porque eran mucho más generosos que los mujeres. Se las arregló para saber sus nombres, acordarse de sus gustos, aversiones y manías, y vigiló que Archie hiciera lo que querían. Aunque el coqueteo silencioso era una cosa que se le daba bien, descubrió en seguida que no servía de nada. Dar de comer a un hombre era, por lo visto, un acto de intimidad muy antiguo; si se rebasaban sus límites, el hombre se sentía incómodo, y se imponía un aire de banalidad, fuera de lugar, en una relación esencialmente solemne. Lo que él quería, al parecer, era que le sirvieran amistosamente y con sencillez, a la vez que prestando minuciosa atención a sus necesidades personales, y, de esta manera, consiguió que le invitaran a menudo a dar una vuelta en coche, a cenar o a ir al teatro. Las primeras veces no supo cómo debía tomárselo, pero en seguida encontró la fórmula para rehusar sin ofender. Les decía que no quería dejar de gustarles, que quizá «la mirarían con otros ojos cuando la vieran sin uniforme». Con esto lograba inspirarles el vivo temor de que quizá no fuera tan atractiva vestida de calle, sin que, a la vez, no dejara de parecerles una pobre chica, inspirándoles la suficiente pena para seguir creyéndose obligados a frecuentar el local y darle oportunidad de servirles comida. Descubrió que lo de tocarle la pierna ocurría a diario y que más valía resignarse. Incluso a los que le metían mano podía convertirles, con maña, en generosos clientes que deseaban demostrar cuán buen corazón tenían.
Se mantuvo a distancia del restaurante en sí, y del personal relacionado con él. Esto no era totalmente resultado de sus ideas de superioridad social. En su fuero interno creía que la cocina dejaba mucho que desear, y temía enzarzarse charlando, por miedo de decir lo que pensaba, y de que la despidieran. Por eso decidió confiarse exclusivamente a la señora Gessler, a quien cada noche entretenía con una durísima descripción de la forma en que hacían las cosas. De lo que más se quejaba era de las tartas. Las compraban a la Handy Kaking Company, y la señora Gessler se reía con ganas de los detalles con que Mildred intentaba convencerla de su poco apetitoso aspecto, de lo pegajoso y desgustado de sus rellenos, y de lo dura e indigesta que era la pasta. En cambio, en el restaurante, ponía buena cara a todo, hasta el día en que oyó cómo Ida gritaba al señor Chris. "

La película, dirigida en 1945 por Michael Curtiz e interpretada por Joan Crawford, absolutamente recomendable, (en España la titularon Alma en suplicio):
https://www.filmaffinity.com/es/film910755.html

La serie de televisión de 2011, dirigida por Todd Haynes, interpretada por Kate Winslet y multipremiada, también es muy recomendable:
https://www.filmaffinity.com/es/film755653.html

RONDA NOCTURNA


La vida de cuatro londinenses, durante la II Guerra Mundial e inmediata postguerra. Un libro de amor, muerte, celos y traición, bajo las bombas alemanas y bajo la paz¡
Todo lo prohibido vuelve y tras la ronda nocturna, amanece, lo que se vivió en las trincheras no puede vivirse bajo la luz del sol¡¡
Un libro que me atrajo por su portada y por la sinopsis de la contracubierta, no había leído nada de Sarah Waters y, la verdad, no me ha convencido, en ocasiones se hace muy largo y tedioso, y la estructura narrativa, seguramente le parece muy original a la autora pero, en mi opinión, sólo contribuye a la confusión general.
Desde luego, pienso, que con estos mimbres podría haberse hecho un cesto fantástico y se ha quedado en una cestilla corriente.

Un fragmento del principio de la novela:

1947
1
"Así que te has convertido en esto, se dijo Kay a sí misma: en una de esas personas a las que se les han parado los relojes de pared y de pulsera, y que saben la hora por el tipo de lisiado que llama a la puerta de su casero.
Estaba, en efecto, de pie junto a la ventana abierta, con una camisa sin cuello y unas bragas grisáceas, fumando un cigarrillo y observando las idas y venidas de pacientes del señor Leonard.
Llegaban puntuales; tanto, que en realidad sabía la hora gracias a ellos: la mujer jorobada, los lunes a las diez; el soldado herido, los jueves a las once. Los martes a la una venía un anciano, acompañado de un chico con aire visionario: a Kay le gustaba acechar su llegada.
Le gustaba verles subir despacio la calle: el hombre, pulcro y vestido con un traje oscuro de dueño de funeraria; el chico, paciente, serio, guapo: le recordaba una alegoría como las de Stanley Spencer o algún remilgado pintor moderno de similar cuerda. Tras ellos llegaba una mujer con su hijo, un niño cojo y con gafas; después, una vieja india con reúma. El muchachito cojo a veces se entretenía revolviendo con la botaza el musgo y la tierra del camino quebrado que llevaba a la casa, mientras su madre hablaba con Leonard en la entrada. Una vez, hacía poco, él había levantado la vista y había visto a Kay mirando; y ella le había oído armar jaleo en la escalera porque no quería subir solo al cuarto de baño.
—¿Son ángeles los de la puerta? — oyó decir a la madre—. Cielo santo, ¡sólo son cuadros! ¡Un chico grande como tú!
Kay conjeturó que no eran los chillones ángeles eduardianos los que le asustaban, sino la idea de encontrarse con ella. Debió de suponer que ella merodeaba por el desván como un fantasma o una lunática. En cierto modo, el chico tenía razón, pues a veces Kay deambulaba inquieta, como se decía que hacían los locos. Y otras veces se quedaba horas sin moverse de una silla, más inmóvil que una sombra, porque había visto que las sombras reptaban a través de la alfombra. Y entonces le parecía que bien pudiera ser un fantasma, que quizá se estaba convirtiendo en parte de la estructura descolorida de la casa, disolviéndose en la penumbra que se acumulaba como el polvo en sus disparatados ángulos."


viernes, 11 de agosto de 2017

NUDOS Y CRUCES


Me encanta la política editorial española....¡¡¡¡ Ahora que el magnífico inspector John Rebus se ha jubilado, nos sorprenden editando los primeros libros con este policía escocés como protagonista......Sin palabras, me han dejado¡¡¡¡
Aun así he disfrutado muchísimo con esta primera entrega de la serie. Nudos y Cruces desvela muchas claves sobre John Rebus, su vida, sus circunstancias y su evolución posterior, todo ello escrito magistralmente por Ian Rankin, creador de uno de los policías más oscuros y tiernos, que conozco, en un marco incomparable, Edimburgo¡

Nudos y cruces (fragmento)

1
" La niña dio un grito, solo un grito.
Fue un leve descuido de él. Podría haber sido el final de todo, y casi desde el principio; algún vecino que sospecha, la policía que se presenta. No, no era nada conveniente. La próxima vez la amordazaría más fuerte, un poquito más, un poquitín más.
A continuación fue al cajón para sacar un carrete de bramante, y con unas tijeras para las uñas, como esas que usan las niñas, cortó un trozo de unos quince centímetros y volvió a guardar las tijeras y el carrete en el cajón. Al oír el motor de un coche, se acercó a la ventana, derribando un montón de libros que había en el suelo y sonrió al ver que el coche pasaba de largo. Hizo un nudo en el bramante, un nudo corriente. Había dejado un sobre encima del aparador.
2
Era el 28 de Abril, llovía - como no - y el agua empapaba la hierba, cuando John Rebus se dirigía a la tumba de su padre, que había muerto hacía cinco años. Colocó sobre el mármol reluciente una corona amarilla y roja, los colores del recuerdo, e hizo una breve pausa, intentando encontrar algo que decir; pero no tenía nada que decir, nada que pensar. Había sido un padre bastante bueno y punto. Al viejo no le habría gustado que malgastara palabras. Así que permaneció de pie, con las manos a la espalda, respetuosamente, en medio del graznido de los cuervos en las tapias del recinto, hasta que el agua que le calaba los zapatos le recordó que en la puerta del cementerio le aguardaba el confortable coche.
Condujo despacio, enojado por haber vuelto a Fife, aquel lugar del pasado, de los buenos tiempos que nunca lo había sido, donde los fantasmas enmohecían en los aposentos de casas vacías y por las tardes alzaba las persianas alguna que otra tienda, esas persianas metálicas que ofrecían a los gamberros un soporte para escribir sus nombres.
Rebus detestaba todo aquello...." 

SIN ANA BEATRIZ


"La noche llegaba mascando menta y recuerdos"
Desde la primera frase de la novela, el autor nos sumerge en un torbellino desconocido y vagamente tropical de personajes, historias, recuerdos y sentimientos que se mezclan con un lenguaje duro y poético, tan original que algunas frases hay que leerlas varias veces para grabarlas en la memoria.
Un periodista (que se nos antoja trasunto del escritor), una mujer omnipresente en la novela, un pianista húngaro exiliado de su piano, un viejo gallego exiliado de si mismo y un ambiente que es sórdido hasta en los clubes más elegantes. Todos estos ingredientes mezcla Quinito López Mourelle, arrastrándote a lo largo de 189 páginas que dedica a Charles Darwin (en el bicentenario de su nacimiento) y esta dedicatoria (lástima que esté al final de la novela) forma parte de las claves ocultas que, como en un thriller psicológico, no se desvelan hasta el final, un final en el que todo encaja y todo se ve claro, ya que;
".....la vida es sólo eso: un misterio, un sortilegio, una palabra más alta que otra para acabar en un triste silencio."
Les recomiendo que se pierdan en el sortilegio de esta novela, no se arrepentirán de conocer a este autor y les aseguro que repetirán.

ME CASÉ CON UN COMUNISTA


Esta última semana en la que, finalmente, la Academia Sueca ha vuelto a olvidarse de Philip Roth en la concesión del Nobel de Literatura, he vuelto a leer la más incomprendida de las obras que configuran la Trilogía Americana (también llamada trilogía estadounidense) me refiero a Me casé con un comunista y nuevamente he disfrutado de una novela profunda, irónica, muy muy norteamericana; una novela que relata, realmente, una historia de amor, celos y venganza, de ideologías incomprendidas y sirve para mostrar el profundo analfabetismo político de los Estados Unidos de Norteamérica, la profunda hipocresía de una sociedad que, se vende, como la más democrática del mundo, eso sí, mientras los demócratas no piensen y digan, lo que no deben ni pensar ni decir.
Una obra para tiempos convulsos, una obra que no tuvo éxito, una obra que me encanta¡¡

Me casé con un comunista (fragmento)
"Sus ademanes y posturas eran del todo naturales, tendía a la verbosidad y era casi amenazante al expresar sus ideas. Le apasionaba dar explicaciones, clarificar, hacernos comprender, y por ello descomponía en sus principales elementos cualquier cosa de la que habláramos, con la misma meticulosidad con que efectuaba el análisis gramatical de una frase en la pizarra. Tenía un talento especial para dramatizar los interrogantes que suscitaban los temas, para darnos la intensa sensación de que estábamos escuchando un relato incluso cuando realizaba una tarea estrictamente analítica, y para examinar con toda claridad, a fondo y en voz alta, lo que leíamos y escribíamos.
Junto con la fuerza muscular y la evidente inteligencia, el señor Ringold aportaba a la clase una espontaneidad visceral que era reveladora para los chicos amansados y adecentados incapaces de comprender todavía que obedecer las reglas del decoro impuestas por un profesor no tenía nada que ver con el desarrollo mental. Su simpática predilección por arrojarte un borrador de pizarra cuando le dabas una respuesta errónea tenía más importancia de la que quizás él mismo imaginaba. O tal vez no, tal vez el señor Ringold sabía muy bien que aquello que los chicos como yo necesitábamos aprender no era sólo las manera de expresarnos con precisión y reaccionar con más discernimiento a lo que nos decían, sino a ser revoltosos sin ser estúpidos, a no disimular demasiado ni comportarnos demasiado bien, a iniciar la liberación del ardimiento masculino, encerrado en la corrección institucional que tanto intimidaba a los muchachos más brillantes."

¡LLAMA A LA COMADRONA!


Acabo de leer este "caprichín" que me atrajo por su portada y por la promesa de historias reales en el East End londinense de guerra y postguerra.
Entretenido sobre todo para las personas relacionadas con las Ciencias de la Salud, y poquito más.
Se nota mucho la falta de experiencia de la autora en "novelar experiencias", valga la redundancia, en algunos pasajes peca de ñoñería y le falta ritmo narrativo, pero también aporta información sobre el nacimiento de una profesión e historias con interés histórico y humano.
Para un ratito sin pretensiones¡

¡Llama a la comadrona! (fragmento)

Introducción
"San Ramón Nonato se alzaba en el corazón de la zona portuaria londinense. Su área de influencia abarcaba los distritos de Stepney, Limehouse, Millwall, Isle of Dogs, Cubitt Town, Poplar, Bow, Mile End y Whitechapel. Se trataba de una zona densamente poblada, la mayor parte de las familias residían allí desde hacía varias generaciones y a menudo no se alejaban más que una o dos calles del inmueble en el que habían nacido. La vida familiar se desarrollaba en espacios reducidos, y los niños crecían bajo los cuidados de una nutrida parentela de tías, abuelos, primos y hermanos mayores que vivían todos ellos a unas pocas casas —a lo sumo, calles— de distancia.
Los niños entraban y salían corriendo a todas horas de las casas de unos y otros, y durante el tiempo en que viví y trabajé allí no recuerdo haber visto una puerta cerrada con llave, a no ser por la noche. Los niños eran omnipresentes, y las calles su patio de recreo. En los años cincuenta no había automóviles en los barrios pobres, pues nadie tenía vehículo propio, por lo que podían jugar en la calle sin temor. Las vías principales, sobre todo las que conducían a los muelles, bullían de tráfico industrial y pesado, pero en las callejuelas adyacentes no circulaban los coches."

LA EDAD DE LA DUDA


Decimocuarta entrega de la serie policiaca protagonizada por el Comisario Salvo Montalbano.
Me encanta Camilleri y me encanta Montalbano, aunque sea un Montalbano dudoso, enamorado y crepuscular.
Todos los personajes magníficos de Vigatá se unen para contarnos una historia de muerte y amor, de yates y diamantes, de juventud y vejez, de vida siciliana que Camilleri escribe y describe como nadie. Siguiendo la frase acuñada para Brunetti, afirmo que
"Un Montalbano al año no hace daño"¡¡¡

Un fragmento que, sin duda, no muestra ni un ápice de lo magníficamente que escribe Camilleri.

La edad de la duda (fragmento)

1
"Acababa de conciliar el sueño después de una noche horrenda - pocas había pasado en su vida peor que esa - cuando, de pronto, lo despertó un trueno que sonó como un cañonazo disparado a cinco centímetros de su oreja. Alarmado saltó de la cama soltando tacos. Ya vio clarísimo que era inútil quedarse acostado porque no volvería a dormirse.
Se levantó, se acercó a la ventana y miró al exterior. Se había desatado un temporal en toda regla: cielo uniformemente negro, relámpagos escalofriantes y olas de cuatro metros que se aproximaban sacudiendo su gran crin blanca. El agua se había comido la playa y llegaba hasta la galería. Miró el reloj; apenas eran las seis de la mañana.
Fue a la cocina, preparó café y, mientras esperaba que escampase, se sentó. Poco a poco rememoró el sueño que había tenido ¡que latazo!. ¿Por qué desde hacía unos años le había dado por acordarse de todas las chorradas que soñaba?
Por lo que él sabía no todo el mundo recordaba los sueños que tenía. Abrían los ojos y lo sucedido en sueños, agradable o desagradable, desaparecía. No era ese su caso. Y para colmo se trataba de sueños problemáticos, que le suscitaban interminables preguntas a la mayoría de las cuales no sabía dar respuesta. Y eso acababa poniéndolo de los nervios"