miércoles, 9 de agosto de 2017

ILONA LLEGA CON LA LLUVIA


Un 25 de Agosto de 1923 nació en Jaramillo (Colombia) esta artista de la palabra, un orfebre de la literatura que nos ha dejado algunas de las páginas más memorables a las que un lector puede aspirar. Esta novela que comienza por un título tan maravilloso y evocador, Ilona llega con la lluvia, y continúa con una nueva "aventura" de nuestro Makroll el Gaviero, es corta e intensa, es de amor y de miseria, es real y esotérica, es en una palabra MAGNÍFICA.
No se la pierdan y celebren el nacimiento de Álvaro Mutis leyendo sus obras, esta u otras, todas valen la pena.

Ilona llega con la lluvia (fragmento)

"En el primer bar que encontrara convocaría a mis dioses tutelares, a los ciegos consejeros que sólo se presentan cuando alcanzamos ese estado de gracia que el vodka sabe dar con tan sabia e inexorable fidelidad. Allí estaba la respuesta salvadora, la otra orilla donde se pulen los símbolos y suceden las celebraciones que disuelven toda perplejidad y ahogan toda duda."

domingo, 6 de agosto de 2017

LA PALABRA SE HIZO CARNE



He leído en un blog literario muy interesante (Golem) que "Un Brunetti al año no hace daño"¡¡¡¡ lo suscribo totalmente.
Esta es la entrega nº 21 de la serie protagonizada por el inefable Guido Brunetti en esa Venecia alejada de turistas, que abomina de ellos y les culpa de muchos de los males que la aquejan. Hay cadáver, hay dinero, hay corrupción, hay políticos......además hay exquisita comida italiana, copas de prosecco e intelligenza mucha intelligenza¡¡¡
La prosa ágil de Donna León al servicio de uno de los policías mejores del mundo. Lo que no entiendo es quien ha elegido el título de la edición española, si quería hacer un juego de palabras con parte de la trama, sinceramente, "se le ha ido la olla". El título inglés Beastly things o su traducción al italiano Cose Bestiali, son totalmente apropiados, el español es una coña....¡¡¡

La palabra se hizo carne (fragmento)

1

" Aquél hombre permanecía quieto, inmóvil como un trozo de carne sobre una tabla, yerto como la propia muerte. Aunque hacía frío, lo tapaba sólo una delgada sábana de algodón que dejaba la cabeza y el cuello al descubierto. Visto de lejos, el pecho se le erguía de forma poco común, como si hubiera tenido algo alojado bajo la espalda, todo a lo largo. Si esta forma blanca fuera la cumbre nevada de una montaña, y el que mira un excursionista agotado al final de una ardua caminata con la intención de cambiar de vertiente, seguramente decidiría rodear el cuerpo del hombre para pasar por los tobillos en vez de por el pecho. La ascensión parecía demasiado larga y empinada, y quien sabe que dificultades se encontraría al otro lado.
Desde el costado, la altura aberrante saltaba a la vista; desde arriba - si el excursionista estuviera ahora en la cima y pudiera bajar la mirada hacia el hombre - era el cuello lo que destacaba. Su cuello, o para mayor exactitud, su ausencia. Porque, en rigor, parecía una gruesa columna que descendiera de las orejas a los hombros en línea recta, sin mellas ni angosturas. Aquel cuello poseía el ancho de la cabeza"


LA COMEDIA HUMANA


Hoy recomendamos un libro para soñar, una fábula amable que hará las delicias de los aficionados al cine de los años 40, de los aficionados a las películas de Capra.
Através de los ojos de Homer McCauley veremos un mundo irreal, pero mucho mejor que el real, a veces, vale la pena soñar¡
Para los que no conozcan a William Saroyan escritor norteamericano de origen armenio, les dejamos uno de sus cuentos, que les hará reir hasta llorar¡¡¡
http://campus.almagro.ort.edu.ar/admision/articulo/40642/-la-risa-de-william-saroyan

Y para los que quieran empezar con esta novela, un fragmento:

La comedia humana (fragmento)
" Homer miró al anciano para asegurarse de que estaba bien, después fue al mostrador de entregas y cogió el aviso de muerte. Se quedó un momento mirando el telegrama que tenía en la mano, luego abrió el sobre y sacó el mensaje de dentro para leerlo. Volvió a meter el telegrama en otro sobre, lo selló y por fin dio media vuelta y salió de la oficina a la calle bajo la lluvia. El viejo telegrafista se levantó de la silla y siguió al chico hasta la calle. Se quedó allí en la acera y vio cómo el chico avanzaba venciendo la resistencia del viento y de la lluvia. Dentro de la oficina la caja del telégrafo empezó a zumbar, pero el anciano no la oyó. Luego sonó el teléfono, pero el anciano tampoco lo oyó. No entró de nuevo en la oficina hasta que el teléfono hubo dado siete timbrazos.
Quince minutos más tarde, Homer se bajó de su bicicleta delante de una casa grande, vieja y elegante donde se estaba celebrando una fiesta. A través de las ventanas se veía bailar a cuatro parejas jóvenes. El chico se sintió mareado y aterrado. Cogió el camino que llevaba a la puerta y se quedó allí escuchando la música. Movió un dedo hacia el timbre y luego dejó caer la mano.
«Voy a volver a la oficina», se dijo a sí mismo. «Me voy a despedir.»
Se sentó en los escalones de la entrada para pensar. Al cabo de mucho rato se puso en pie, fue de nuevo a la puerta y llamó al timbre. Cuando se abrió la puerta vio a una mujer joven, y sin darse cuenta de lo que estaba haciendo dio media vuelta y echó a correr hacia la bicicleta. La joven salió al porche y lo llamó:
—Pero ¿qué te pasa, chico?
Homer se bajó de la bicicleta y corrió de vuelta al porche.
—Lo siento —dijo apresuradamente—. Traigo un telegrama para la señora Claudia Beaufrere.
—Claro. Es el cumpleaños de mi madre —dijo la joven. Y entró al pasillo—. Madre —gritó—. Un telegrama para ti.
La madre de la chica salió a la puerta.
—Es de Alan, estoy segura —dijo—. Entra, jovencito. Tienes que comer un trozo de mi pastel de cumpleaños.
—No, gracias, señora —dijo Homer—. Tengo que volver al trabajo. —Le tendió el telegrama a la mujer, que lo cogió como si fuera una simple felicitación de cumpleaños.
—No hasta que hayas comido un trozo de pastel y hayas bebido un vaso de ponche.
Agarró a Homer del brazo y tiró de él hasta una sala donde había una mesa llena de pastel, sándwiches y ponche. La música y el baile continuaron. "

sábado, 5 de agosto de 2017

TODO CUANTO AMÉ


Ser la esposa de Paul Auster y escritora, debe ser una carga casi insoportable, intentar parecerse a el en las novelas, intencionadamente o no, es un imposible.
Esta es la segunda novela de Hustvedt que leo, y al igual que a la primera (El verano sin hombres) le sobran unas cuantas páginas, en este caso casi todas las dedicadas a extensas descripciones artísticas o deslavazadas descripciones científicas. Es indudable que Hustvedt escribe bien, es delicada en la construcción de los personajes y su prosa fluye agradablemente; las tramas de la novela están bien construidas y aceptablemente resueltas, pero.....en mi opinión dos defectos aquejan a esta escritora en general, y alguno más a esta novela en particular.
Los defectos generales son la excesiva extensión injustificada de algunos capítulos de sus novelas, tal pareciera que se las pagan a peso y el tono general depresivo, que contagia al lector hasta límites insospechados.
En cuanto a esta novela, la elección del narrador un historiador de arte de origen judío no acaba de cuajar, Hustvedt construye un personaje tan irreal que acaba "cabreando", toda la historia judía de las familias protagonistas parece calcada de alguna novela de su consorte sin la genialidad y el toque Auster, las relamidas descripciones de arte y medicina, podría habérselas evitado tranquilamente. Ahora dirán ustedes, no te ha gustado, pues la verdad es que si me ha gustado, es una buena novela y bien escrita, pero........Hustvedt no es Auster aunque sea su esposa y haría bien en evitar este tipo de tramas que su marido domina a la perfección.
¿Recomendable????, con reservas.

Todo cuanto amé (Fragmento)

Uno
"Ayer encontré las cartas de Violet a Bill. Su dueño las tenía escondidas entre las páginas de uno de sus libros, y al abrirlo cayeron al suelo. Hacía años que sabía de su existencia, pero ni él ni ella me habían hablado nunca de su contenido. Lo que sí me dijeron es que a los pocos minutos de leer la quinta y última carta, Bill cambió de opinión con respecto a su matrimonio con Lucille, salió del edificio de Greene Street y se dirigió directamente al apartamento de Violet en el East Village.
Yo, mientras las sostenía en la mano, percibí en ellas ese misterioso peso que tienen las cosas que se han visto hechizadas por historias relatadas y vueltas a relatar una y otra vez. Mi vista ya no es tan buena como antes, por lo que tardé largo rato en leerlas, pero al fin conseguí descifrar hasta la última palabra, y cuando terminé con ellas supe que iba a comenzar a escribir este libro hoy mismo.
«Allí, tumbada en el suelo del estudio —decía Violet en la cuarta misiva—, me dediqué a observarte mientras me pintabas. Me fijé en tus brazos y en tus hombros, y especialmente en tus manos mientras trabajabas en el lienzo. Hubiera querido que te volvieras hacia mí y te aproximaras y me frotaras la piel igual que frotabas la pintura. Quería que me oprimieras la carne con el pulgar del mismo modo que hacías con el cuadro, y pensé que si no me tocabas me volvería loca, pero ni me volví loca ni tú me tocaste una sola vez. Ni siquiera me estrechaste la mano.»
La primera vez que vi el cuadro al que se refería Violet fue hace veinticinco años, en una galería del SoHo situada en Prince Street. Por entonces aún no conocía a ninguno de los dos.
La mayor parte de los lienzos de aquella muestra colectiva eran insustanciales obras minimalistas que no me interesaron. El cuadro de Bill pendía en solitario de una de las paredes. Era un cuadro grande, de un metro ochenta de alto por dos y medio de ancho aproximadamente, y mostraba a una joven tendida en el suelo de una habitación vacía. Aparecía reclinada sobre un codo y daba la impresión de estar contemplando algo situado fuera de uno de los bordes del lienzo, desde el que una luz brillante inundaba la estancia y le iluminaba el rostro y el pecho. Su mano derecha reposaba a la altura del pubis, y al aproximarme advertí que sostenía en la mano un taxi diminuto, una versión en miniatura de los omnipresentes taxis amarillos que van y vienen por las calles de Nueva York."

YA SÓLO HABLA DE AMOR



"...la luz en las ventanas de las casas ajenas nos habla siempre de una felicidad que existe sólo fuera de nosotros..." Ray Loriga.

Me gusta Ray Loriga,  me parece uno de los narradores, en castellano, más original y culto entre los que conozco y disfruto.
Sus novelas tienen ese regusto de sentimiento sin sentimentalismo y delicadeza sin ñoñería banal, que tanto buscamos al hablar de amor.
En esta ya "sólo se habla de amor", comienza muy bien y se atasca en una parte central demasiado prolija, para terminar como el sabe hacerlo.
No es de lo mejor que he leído de Loriga, pero pervive esa escritura magnífica, ese manejo del lenguaje más cotidiano hasta elevarlo a lo literario, ese "gen Loriga" que me encanta.
El argumento es otro cantar......¡

Ya sólo habla de amor (Fragmento)


"«Se ha vuelto loco», dijo su portera al verle salir, cabizbajo y ensimismado, con la apariencia esquiva y el caminar acelerado de un hombre que ha contraído deudas imposibles de pagar. «Está siempre solo», añadió con enorme disgusto la dichosa portera, para después forzar una pausa que presagiaba un juicio definitivo, «... y sin embargo, a veces se le ve estúpidamente contento, y además, ya sólo habla de amor».
La vecina, siempre hay alguna vecina, asintió con la cabeza, aunque no tenía el menor interés en el asunto.
A él, por otro lado, no podía preocuparle menos la opinión de su portera, estaba ya pensando en comprarse un traje nuevo. Un traje elegante y oscuro. Estaba muerto por fuera y por dentro pero su vanidad seguía casi intacta. ¿No caen así los soldados? Llevaba demasiados años condenado a los mismos cuatro trajes y si su aspecto no era mejor, la culpa la tenía sin duda su tristísimo ropero. Esa misma tarde pensaba llevar a una mujer muy hermosa a una fiesta muy alegre en la Embajada suiza, y sus trajes no estaban a la altura de las circunstancias. Todas las mujeres a las que alguna vez había querido vestían, en cambio, de maravilla y daba gusto verlas."

LA BERLINA DE PRIM


¿Quién podría escribir de república y revolución, mejor que un irlandés nacionalizado español?.
Ian Gibson arma una trama entre histórica y policiaca para narrar un episodio, relativamente desconocido, de la historia de España.
1873 un hispano-irlandés, intenta desentrañar el asesinato del general Prim, en el escenario convulso de la Primera República Española. Impecablemente documentada, con un toque romántico y, sin duda, muy entretenida.
Seguramente no pasará a la historia de la novela histórica, valga la redundancia, pero se deja leer con agrado.

Un fragmento os convencerá de intentarlo si yo no lo he hecho con mi opinión:

La Berlina de Prim (Fragmento)

" Boyd contemplaba el Guadalquivir desde el puente de Triana. Al lado de la Torre del Oro, el Nuevo Capricho, de la compañía de navegación Ricardo Triay, se preparaba para soltar amarras y echaba densas bocanadas de humo, impaciente por ganar Sanlúcar de Barrameda y el mar, ochenta kilómetros más abajo. Había observado el traqueteo a bordo del vapor al pasar delante del muelle, donde un cartel informaba de que el destino era Burdeos. Gracias a su río, Sevilla, con sus 135.000 habitantes, podía presumir de ser otra vez una ciudad abierta al mundo. Además llevaba veinte años conectada por ferrocarril con Madrid. Reflexionó que ni siquiera bajo el abominable régimen de Isabel II había dejado de avanzar el país.
En la fonda, donde recaló brevemente antes de presentarse en casa de Machado, le esperaba un telegrama de McKinley. Le deseaba una feliz estancia, le pedía crípticamente instrucciones y, al final, se permitía un vibrante «¡Viva la República!».
Cruzando la plaza del Duque de la Victoria se vio de repente asediado por una multitud de clamorosos harapientos, entre quienes repartió unas monedas. Era evidente que, pese a «La Gloriosa» y sus pretensiones, había mucha miseria en la capital andaluza.
Poco después llamaba a la puerta de Palmas, 9. Se trataba de una casa sólida, burguesa, digna del rector de la Universidad Literaria de Sevilla. Le abrió una criada de unos veinte años, guapa y risueña. Tras una cancela había un típico patio sevillano, cubierto por un toldo, con un naranjo en medio, un pequeño surtidor y macetas llenas de geranios rojos.
Arriba, en el piso noble, le esperaba, sonriente, la esposa del catedrático.
Patrick sabía por su correspondencia con Machado que Cipriana Álvarez Durán era hija de un distinguido militar y excéntrico filósofo extremeño, José Álvarez Guerra, muerto hacía dos o tres años, y de una hermana de Agustín Durán, el compilador del monumental y famosísimo Romancero general. Era una mujer hermosa y entrada en carnes —ya lo suponía por su autorretrato en el despacho de su marido—, afable, de aspecto enérgico y bondadoso, quizá diez años más joven que su marido. Se sintió a gusto con ella enseguida.
—Mi hijo, que es un vago, no ha llegado todavía —le explicó la anfitriona después de que Patrick le besara la mano—. Ya vendrá. Ana, su mujer (se casaron en mayo) ha tenido que ir a Triana a ver a su madre, que está un poco indispuesta, pero ya la conocerá. Es encantadora.
Sentado cómodamente en un salón cuyos balcones daban al patio, desde donde llegaba el susurro del surtidor, Boyd contestaba feliz a las preguntas de la dueña de la casa, a cuyo lado ya se había incorporado Machado Núñez.
Cipriana Álvarez tenía interés en conocer sus primeras impresiones de Sevilla. "

VIVÍ AÑOS DE TORMENTA


Todavía con un cierto...¿desconcierto?? procedo a comentar este libro que he leído en tres tardes al borde de la piscina y una en casa por la "pertinaz lluvia" que nos acosa.
La verdad no sé que decir, si que el escritor es tan bueno que ha bordado la transición contada por una "superpija de familia supeerpija" de la calle Serrano y se ha metido tanto en el personaje que habla, piensa, escribe y respira como la "superpija", o que se trata de un "superpijo" metido a "escritor" que no sabe más que escribir como habla habitualmente y se retrata a sí mismo y a su entorno de la única forma que sabe hacerlo.....
Entretenida por tratarse de una historia tan reciente de España, tramposa y desconcertante en grado sumo, la verdad no se si recomendarla o no?????

Dejaré que cada uno juzgue y decida, por tanto un fragmento vendrá bien para empezar:

Viví años de tormenta (Fragmento)
1
"Tu caso está siendo muy sonado, doctora, y la publicidad en cuestiones como ésta nunca es buena — dijo Enrique Lerma sonriendo con el gesto cálido que yo había odiado toda mi vida, enseñando los dientes blanquísimos como si afirmara que todo estaba bien y que nada debía preocuparnos
—. Es cierto que no nos solemos ocupar de asuntos de esta naturaleza, pero, bueno, somos amigos, ¿no? Eres una Villaurbina, ¿no? Y como has sido suspendida sin investigación previa, sin pruebas concluyentes…
—… O no concluyentes — interrumpí—, sin pruebas y punto, Enrique.
Juan, mi hermano, sentado a mi lado en el enorme despacho, se revolvió en su asiento.
Lerma lo miró sin alterar la sonrisa.
—Sin pruebas, claro. Tienes razón, doctora Ruiz de Olara.
—¿Por qué no me llamaría Lola?—. Sin pruebas y merced a una denuncia anónima.
En fin —se frotó las manos—, nada de ello me parece muy correcto. Y por eso — añadió mirando de nuevo a mi hermano —, es de justicia que nos ocupemos del problema. Además, el consejero de Sanidad siempre ha sido un idiota presumido. ¿Os acordáis de las tonterías que decía todo el tiempo? Hubo un silencio.
—Gracias por ocuparte de mi defensa —dije secamente.
Mi hermano me miró con alarma, pensando seguro que mi tono estaba siendo demasiado desabrido con alguien que me estaba ofreciendo una ayuda que todos consideraban impagable. Pero yo no tenía ninguna gana de facilitarle las cosas a un tipo tan engreído y pedante como Enrique Lerma. Me había pasado la vida aguantándole las impertinencias y la suficiencia y la arrolladora simpatía con la que no simpatizaba. Y encima se hubiera dicho que no pasaban los años por él: seguía siendo como en nuestra juventud, un hombre atlético, no demasiado alto, con todo su pelo blanco peinado suavemente hacia atrás, la célebre mandíbula cuadrada y los ojos oscuros escondidos detrás de las gafas de concha negra. Ahora tendría unos sesenta años y seguía pareciendo Superman, listo para arrancarse la camisa y saltar por la ventana en defensa de los débiles y torturados de este mundo o para sacarles el dinero. O para que lo hicieran presidente del gobierno. Y además estaba lo de Marta. No, yo no estaba sentada aquí, precisamente aquí, porque Enrique Lerma fuera el mejor, sino porque era el más poderoso.
Manteniendo cruzadas y sin gesticular sus manos de dedos sólidos sobre el cristal de su mesa de despacho, Lerma giró ligeramente la cabeza hacia mí.
—Dime una cosa, doctora —tomó aire y pensé: «Aquí viene»—, ¿mataste al pequeño Rodríguez? —dicho en un tono liviano, como preguntándome si me apetecía un helado de vainilla o un batido de chocolate.
No había dejado de sonreír.
—No.
—¿Estás segura? Sé bien que es una pregunta comprometida, pero te la hago porque, antes de decidirnos por una línea de defensa o una estrategia de ataque, debemos saber si eres inocente o culpable. No te juzgo, no juzgo tus motivos ni tus métodos. Ésa no es mi misión.
—Sonrió de nuevo, como en las películas americanas.
Y yo pensé: «Vamos, Perry Mason, qué más te dará: tu obligación es defenderme incluso si yo fuera Jack el Destripador."