RESEÑADO por Clara Glez, para LIBROS, 22 Octubre de 2016.
¿ Qué cosas pueden pasar en tu vida, que siendo una gran escritora, dejas la escritura a un lado para seguir malviviendo?
Eso me pregunté cuando acabé de leer Manual para mujeres de la limpieza, e indagué en la vida de su autora, buscando más lib...ros.
Esta mujer que a sus 30 años, lleva a sus espaldas tres matrimonios, 4 hijos, alcohol para llenar un bar y un enfermedad que le obliga a llevar corsé, a pesar de ser premiada, se convierte en una de esa estirpe de escritores malditos, esos que triunfan una vez muertos.
Este libro consta de unos 47 relatos, sobre gente común, sobre sus miserias, su vida, sin florituras, contando esas escenas que se fue encontrando a lo largo de su vida, mientras se mudaba de un lugar a otro, y aceptaba cualquier tipo de trabajo para sacar adelante lo poco o mucho que tenía.
En estos relatos cuentas muchas cosas, muchas vidas, muchos momentos, quizás todos autobiográficos, quizás no… pero todos narrados con una sinceridad de espanto, sin florituras ni
paños calientes. Cuenta muchas cosas, pero con pocas palabras, describe muy bien lo que quiere transmitir, pero no se recrea en su explicación, lo suelta sin más. Y te hace vivir todos esos cuentos, como si fueras tu quien vive esas realidades, duras, hasta sucias me atrevería a decir, pero donde siempre parece asomar un halo de esperanza, de buen humor en las peores situaciones.
Indagando un poco en su vida, decía que se reconoció al cabo de los años, en las historias que escribió 30 años antes.
Era partidaria de contar las historias, sin apenas modificar la realidad, y creo que lo consiguió, pero si era así…, que dura tuvo que ser su vida.
Manual para mujeres de la limpieza – Lucía Berlín señora, yo lo hice después de leer el libro, y me cuadraron muchos de sus relatos, por no decir todos.
Y esta es mi opinión acerca de esta novela:
Lo terrible de los grandes descubrimientos editoriales es que te hacen tirarte de cabeza, incluso, a géneros literarios que nunca te han interesado...., a veces aciertan y otras veces maldices mil veces el nombre del recomendador y le deseas una larga y angustiosa lectura del peor libro que imaginarse pueda.
Atraída por la crítica y las comparaciones (Carter, Chejov, Auster.....) Me sumergí en la lectura de esta recopilación póstuma de los relatos de Lucía Berlín, desconocida para mi hasta entonces y transmutada en una suerte de heroína postmoderna por obra y gracia de la crítica, la cosa empezó mal con un prólogo y una introducción a cargo de Lydia Davis y Stephen Emerson tan laudatorios que hacen sospechar que algo falla....., por cierto, la extensión de ambos es incomprensible.
Luego, 43 relatos, autojustificación novelada de una vida desperdiciada, irresponsable y autocomplaciente que trasluce un egoísmo tan brutal que me resulta imposible comprender y disfrutar. Es increíble que alguien ose comparar estos relatos con los de Chejov o Auster, con los que puedo identificarme a pesar de ser, ambos, hombres y culturalmente lejanos a mi. En ningún momento he podido identificarme con la prosa, a veces ramplona, a veces pedante de Lucía Berlín por no decir que sus vivencias me importan un bledo y me aburren soberanamente.
¿Podría rescatar alguno de estos cuentos morbosos y narcisistas?, pues me resultaría muy difícil. No me interesa esta mujer, no me interesa su vida y a eso se reduce todo.
¿Su forma de escribir?, prescindible.
Sinopsis (Ed. Alfaguara)
Tras años de injusto olvido, Alfaguara se suma al fenómeno editorial del descubrimiento de Lucia Berlin, el secreto mejor guardado de la literatura estadounidense, una auténtica revolución literaria.
«Recién aparecido en Estados Unidos ya ha arrasado en los suplementos literarios y tiene todos los puntos para convertirse en un libro de culto.»
Sergio Vila-Sanjuán,La Vanguardia
«Lucia Berlin pasó su vida en la oscuridad. Ahora se la reverencia como a un genio literario.»
Brigit Katz,The New York Times
Con su inigualable toque de humor y melancolía, Berlin se hace eco de su vida, asombrosa y convulsa, para crear verdaderos milagros literarios con episodios del día a día. Las mujeres de sus relatos están desorientadas, pero al mismo tiempo son fuertes, inteligentes y, sobre todo extraordinariamente reales. Ríen, lloran, aman, beben: sobreviven.
Uno de los mejores libros del año segúnThe New York Times,The Guardian,NPRyThe Boston Globe. En la lista de los más vendidos en Estados Unidos desde su publicación. Tarducida a más de 14 idiomas.
Manual para mujeres de la limpieza (fragmento)
Lavandería Ángel
Un indio viejo y alto con unos Levi’s descoloridos y un bonito cinturón zuni. Su pelo blanco y largo, anudado en la nuca con un cordón morado. Lo raro fue que durante un año más o menos siempre estábamos en la Lavandería Ángel a la misma hora. Aunque no a las mismas horas. Quiero decir que algunos días yo iba a las siete un lunes, o a las seis y media un viernes por la tarde, y me lo encontraba allí.
Con la señora Armitage había sido diferente, aunque ella también era vieja. Eso fue en Nueva York, en la Lavandería San Juan de la calle 15. Portorriqueños. El suelo siempre encharcado de espuma. Entonces yo tenía críos pequeños y solía ir a lavar los pañales el jueves por la mañana. Ella vivía en el piso de arriba, el 4-C. Una mañana en la lavandería me dio una llave y yo la cogí. Me dijo que si algún jueves no la veía por allí, hiciera el favor de entrar en su casa, porque querría decir que estaba muerta. Era terrible pedirle a alguien una cosa así, y además me obligaba a hacer la colada los jueves.
La señora Armitage murió un lunes, y nunca más volví a la Lavandería San Juan. El portero la encontró. No sé cómo.
Durante meses, en la Lavandería Ángel, el indio y yo no nos dirigimos la palabra, pero nos sentábamos uno al lado del otro en las sillas amarillas de plástico, unidas en hilera como las de los aeropuertos. Rechinaban en el linóleo rasgado y el ruido daba dentera.
El indio solía quedarse allí sentado tomando tragos de Jim Beam, mirándome las manos. No directamente, sino por el espejo colgado en la pared, encima de las lavadoras Speed Queen. Al principio no me molestó. Un viejo indio mirando fijamente mis manos a través del espejo sucio, entre un cartel amarillento de PLANCHA 1,50 $ LA DOCENA y plegarias en rótulos naranja fosforito. DIOS, CONCÉDEME LA SERENIDAD PARA ACEPTAR LAS COSAS QUE NO PUEDO CAMBIAR. Hasta que empecé a preguntarme si no tendría una especie de fetichismo con las manos. Me ponía nerviosa sentir que no dejaba de vigilarme mientras fumaba o me sonaba la nariz, mientras hojeaba revistas de hacía años. Lady Bird Johnson, cuando era primera dama, bajando los rápidos.
Al final acabé por seguir la dirección de su mirada. Vi que le asomaba una sonrisa al darse cuenta de que también yo me estaba observando las manos. Por primera vez nuestras miradas se encontraron en el espejo, debajo del rótulo NO SOBRECARGUEN LAS LAVADORAS.
En mis ojos había pánico. Me miré a los ojos y volví a mirarme las manos. Horrendas manchas de la edad, dos cicatrices. Manos nada indias, manos nerviosas, desamparadas. Vi hijos y hombres y jardines en mis manos.
Sus manos ese día (el día en que yo me fijé en las mías) agarraban las perneras tirantes de sus vaqueros azules. Normalmente le temblaban mucho y las dejaba apoyadas en el regazo, sin más. Ese día, en cambio, las apretaba para contener los temblores. Hacía tanta fuerza que sus nudillos de adobe se pusieron blancos.
La única vez que hablé fuera de la lavandería con la señora Armitage fue cuando su váter se atascó y el agua se filtró hasta mi casa por la lámpara del techo. Las luces seguían encendidas mientras el agua salpicaba arcoíris a través de ellas. La mujer me agarró del brazo con su mano fría y moribunda y dijo: «¿No es un milagro?».