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jueves, 9 de noviembre de 2017

UNA ESPOSA PERFECTA


A veces una se lía, entre las recomendaciones de l@s amig@s y las consultas propias.......
Comencé esta novela pensando que la había recomendado Amelia Ruiz allá por Octubre de este año, pero al leer la última reseña de Rosi Torres me di cuenta de que no era, no era......, jajaja tengo que decir, en honor a la verdad, que en el primer tercio de "esta novela" empezó a crecer en mi la inquietud de que Amelia Ruiz y yo nos hubiésemos alejado mucho "literariamente hablando" y no, no, no ha sido así......! El alivio me ha invadido inmediatamente.
Para resumir, este librito que comienza como un Memorias de África de los años 40, sólo mantiene la atención 30-40-50??? páginas, y eso porque un@ espera que lo que se anuncia como secreto, ese matrimonio tortuoso, esa ingenua (boba) jovencita pueden dar más juego y....., realmente podrían hacerlo en manos de una escritora de verdad y no de este remedo de "Corintellado tanzana" que no tiene imaginación, ni talento, ni fundamento¡¡¡
Apuré mi cáliz hasta el final, en castigo por mi descuido y torpeza, y la cosa no mejora sino que empeora mucho-mucho-mucho, sólo me consoló un pasaje hilarante en que la protagonista acude al veterinario con un monito, mientras el cadáver de su marido reposa en el asiento trasero de su coche....eso es demasiado hasta para Corín Tellado, pero no hay duda de que original sí, es.
En fin, una pérdida de tiempo¡
No puedo recomendarla en absoluto, ni por su calidad literaria, ni por su argumento, ni por nada de nada.

Sinopsis (Ed. Planeta)
1948. Kitty Hamilton llega a Tanganica con grandes expectativas hacia su nueva vida. Una emocionante aventura al otro lado del mundo puede ser justamente lo que ella y Teo necesitan para recuperarse del escándalo que casi acaba con su matrimonio.
Ella está dispuesta a adoptar el rol de la esposa perfecta, pero sus sueños pronto se empiezan a empañar. En esta tierra salvaje y extraña, donde se enfrentan distintos poderes, el cerebro no siempre puede controlar al corazón. Las viejas heridas resurgen y se encienden nuevas pasiones, y Kitty y Teo se enfrentan a emociones que les llevan más allá de lo que nunca hubieran pensado. Una lucha entre el deber y el deseo, entre los celos y el amor, entre el compromiso y la libertad. Un canto a la necesidad de seguir los dictados del propio corazón, te lleven a donde te lleven.

Una esposa perfecta (fragmento)

UNO
Impaciente, Kitty cambiaba de postura en su asiento. Daba la impresión de que el viaje se había eternizado, aunque por fin se acercaba ya el final y pronto se reuniría con su marido. Iban a volver a empezar juntos, a reiniciar su matrimonio. A partir de ese momento, a salvo de un pasado que quedaba atrás, todo sería nuevo, inmaculado, indemne. No podía resistir las ganas de que el avión aterrizase... y de que comenzara su vida en África.
Como distracción, se alisó la chaqueta y se cepilló las migas de la camisa de lino de color crema. Apoyó la cabeza en el respaldo del asiento y cerró los ojos. Los sentía resecos e irritados; apenas había dormido en veinticuatro horas. En algún lugar entre Roma y Bengasi, la tripulación había preparado unas camas para los nueve pasajeros, pero a Kitty le había costado relajarse aunque se encontraba bastante cómoda. Le molestaba la vibración de las hélices, que se filtraba a través del metal del fuselaje, desnudo de aislamiento, y a esto se le sumaba la incomodidad propia de acostarse para dormir en medio de un grupo de hombres que, antes del inicio de aquel viaje, eran completos desconocidos. Tenía la sensación de haberse quedado apenas traspuesta cuando la tripulación regresó para plegar los camastros y servir el desayuno.
Abrió los ojos y volvió la cabeza hacia el pasajero que tenía a su lado. Paddy no mostraba signo alguno de cansancio. Se sentaba erguido, mientras leía una novela de bolsillo bien manoseada y con las esquinas de las páginas dobladas. Levantó la vista como si hubiera sentido la mirada de ella. —No falta mucho. Apuesto a que se muere de ganas de ver a ese marido suyo.
Kitty asintió.
—Seis semanas parecen una eternidad.
—Es amor verdadero, entonces — sonrió con descaro.
Ella le correspondió. Paddy no mostraba las contenidas formas de los británicos; era incapaz de imaginárselo de pie como siempre hacía Theo, aguardando a que una señora tomase asiento antes de hacer él lo mismo. En ese sentido, aquel irlandés era como los australianos, y tal vez fuera ese el motivo de que Kitty se sintiese tan cómoda con él. También estaba el hecho de que era bajito y regordete, con un porte que le recordaba a una mascota cariñosa. Resultaba imposible imaginar que pudiera suponer una amenaza de ninguna clase.