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jueves, 28 de diciembre de 2017

AVENIDA DE LOS MISTERIOS


Volver a John Irving es, siempre, volver a casa. Volver a la prosa perfecta y a la ironía, a la ternura y al amor, a la infancia y todas las cosas que marcaron nuestra vida para siempre.
Indiferente es el escenario, hemos vivido con Irving en New England, Ámsterdam, Suecia, Iowa, San Francisco....y ahora nos vamos a Oaxaca y Manila pero el espíritu sigue intacto.
Avenida de los Misterios es una oda de, casi, 700 páginas al poder milagroso de la lectura y de la palabra; es también un "cariñoso" alegato anticlerical y una poderosa reivindicación de la infancia como única patria del niño.
A través de viaje real e imaginario de Juan Diego Guerrero, escritor enclenque, cojo y sentimental, vivimos ese recorrido por la imaginaria Avenida de los Misterios que proporciona un milagro en cada "estación", el milagro de vivir, leer, recordar y soñar.
Muchos críticos la califican de "farragosa" e irregular, yo solo puedo decir que me ha cautivado, aunque en mi caso era previsible ya que soy una rendida admiradora de Irving.
La recomiendo!!!

Sinopsis (Ed. Tusquets)
Un Irving inolvidable. Una novela repleta de ternura y humor sobre la infancia, el destino y la memoria.
Juan Diego, un maduro y exitoso escritor de origen mexicano que reside en Iowa, acepta una invitación a viajar a Filipinas para hablar de sus novelas. En el curso del viaje, lleno de peripecias y mujeres insinuantes, sus sueños y recuerdos, no se sabe si por efecto (o falta) de la medicación que debe tomar, le retrotraen a su infancia: Juan Diego fue uno de los llamados «niños de la basura», crecido en un inmenso vertedero de Oaxaca. Si él leía con pasión los libros que rescataba entre la inmundicia, a su vez su hermanastra Lupe, una niña muy peculiar, era capaz de leer —peligrosamente— la mente de quienes la rodeaban y entrever su futuro. Hijos de una prostituta, ambos sobrevivieron gracias a la protección de uno de los capos del vertedero, hasta que, cuando Juan Diego tenía ya catorce años, sufrió un accidente que cambió su destino para siempre.

Avenida de los Misterios (fragmento)

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Niños PerdidosDe vez en cuando, Juan Diego recalcaba: «Soy mexicano; nací en México, me crié allí». Desde hacía algún tiempo tenía por costumbre decir: «Soy estadounidense; he vivido cuarenta años en Estados Unidos». O, intentando quitar hierro a la cuestión de la nacionalidad, Juan Diego se complacía en decir: «Soy del Medio Oeste; de hecho, soy de Iowa».
Nunca decía que era mexicano-estadounidense. No era sólo porque la etiqueta le desagradase, aunque la veía como tal y realmente le desagradaba. Lo que Juan Diego creía era que la gente siempre andaba buscando elementos comunes en la experiencia mexicano-estadounidense, y él no encontraba que hubiese una base común entre su propia experiencia y la de los demás; para ser más sinceros, no la buscaba.
Lo que Juan Diego decía era que él tenía dos vidas, dos vidas desligadas y claramente diferenciadas. La experiencia mexicana —su niñez e incipiente adolescencia— era su primera vida. Al abandonar México —nunca había vuelto— inició una segunda vida: la experiencia en Estados Unidos o en el Medio Oeste. (¿O acaso estaba diciendo también que, en términos relativos, lo que su segunda vida le había deparado no era gran cosa?)
Lo que Juan Diego siempre sostenía era que, en su cabeza —en su memoria, desde luego, pero también en sus sueños—, vivía y revivía sus dos vidas en «caminos paralelos».
Una querida amiga de Juan Diego —también era su médico— se tomaba a risa eso de los supuestos caminos paralelos. Le aseguraba que era, en todo momento, un niño de México o un adulto de Iowa. Aunque a Juan Diego le gustaba la controversia, en eso daba la razón a su amiga.


martes, 29 de agosto de 2017

PERSONAS COMO YO


He dejado pasar un par de días antes de escribir mi opinión sobre la última novela de mi admirado John Irving, y se que esta presentación supone, ya, una declaración de intenciones.
John Irving tiene, como algún otro escritor estadounidense de su generación, la capacidad de producirme una intensa identificación con sus personajes y con un modo de vida tan alejado del mío, que resulta sorprendente y, casi siempre gratificante.
Esta última novela se titula, no sin razón, Personas como yo, y es que el retrato de cada uno de los personajes es tan profundamente humano, que no teniendo nada, "pero nada de nada", que ver con ellos, te reconoces instantáneamente en sus miedos, sus angustias, sus filias, sus fobias, sus problemas familiares, su evolución.....
No sé que decir.....una novela majestuosa, una prosa atrapante, una historia extraña y magnífica.
Me ha encantado¡¡¡

Sinopsis (Ed. Tusquets)
En el pequeño teatro de aficionados de la localidad de First Sister , y también en el Club de Teatro del colegio, al adolescente Billy Dean suelen caerle en suerte papeles complejos y ambiguos, pero sin duda nunca serán tan valientes y comprometidos como los que tendrá que interpretar en ese otro gran teatro que es la vida. Lo cierto es que a sus trece años, su día a día cambia por completo al conocer al atractivo Richard Abbott, su futuro padrastro, y a la señorita Frost, la maravillosa bibliotecaria del pueblo, quien acaba convirtiéndose en su cómplice en un mundo hostil. A medida que avanzan los cursos escolares, y mientras se convierte en escritor, Billy se embarca en la búsqueda de su identidad sexual: ¿es posible que le guste el chico más canalla de la clase y, al mismo tiempo, la despampanante bibliotecaria? ¿Existen personas como él? Entretanto, aumentan sus deseos de conocer a su verdadero padre. Tardará toda una vida en dar con él, y será en Madrid

Personas como yo (fragmento)

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UN CASTING FALLIDO"Para empezar, les hablaré de la señorita Frost. Si bien cuento a todo el mundo que llegué a ser escritor porque leí cierta novela de Charles Dickens a la formativa edad de quince años, la verdad es que era más joven cuando conocí a la señorita Frost e imaginé que hacía el amor con ella, y ese momento de mi despertar sexual señaló asimismo el convulso nacimiento de mi imaginación. Nos forma aquello que deseamos. En menos de un minuto de arrebatado y secreto anhelo deseé ser escritor y hacer el amor con la señorita Frost…, no necesariamente en ese orden.
Conocí a la señorita Frost en una biblioteca. Me gustan las bibliotecas, pese a que encuentro ciertas dificultades al pronunciar la palabra, tanto en plural como en singular. Según parece, determinadas palabras me plantean serios problemas de pronunciación, sobre todo sustantivos: personas, lugares y objetos que me han ocasionado una inusitada excitación, un conflicto irresoluble o un miedo cerval. Bueno, eso opinan los diversos profesores de voz y logopedas y psiquiatras que me han tratado… sin éxito, lamento decir. En primaria, repetí un curso debido a «graves deficiencias del habla»: una exageración. Ahora cuento sesenta y muchos años, casi setenta; ya he perdido el interés por la causa de mis errores de pronunciación. (Hablando en plata: a la mierda la etiología).
La palabra «etiología» ni siquiera intento decirla; en cambio, sí consigo, no sin esfuerzo, una pronunciación incorrecta pero comprensible de «biblioteca» o «bibliotecas», y al hacerlo surge de mis labios la palabra errada en forma de ave desconocida. (Digo «mirlo teca» o «mirlotecas», como los niños).
Para mayor ironía, mi primera biblioteca carecía de toda distinción. Se trataba de la biblioteca pública de la pequeña localidad de First Sister, Vermont, un compacto edificio de obra vista en la misma calle donde vivían mis abuelos. Yo viví con ellos en su casa de River Street hasta los quince años, cuando mi madre volvió a casarse. Mi madre conoció a mi padrastro en una obra teatral."