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domingo, 3 de diciembre de 2017

LA VOZ INVISIBLE


"Lo importante no eslo que nos hace el destino, sino lo que nosotros hacemos de él" Florence Nightingale.
Con esta frase comienza La voz invisible, y yo podría añadir un refrán que, seguro, la propia Nightingale, suscribiría:
"El que mucho abarca, poco aprieta"; no añado otros relativos al conocimiento de una profesión porque quedaría grosero....
La autora intenta relatar la historia "misteriosa" de tres amigas, la historia del 15-M, la historia del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau y, ya de paso, la historia de la enfermería....
Esta "ambición" da lugar a una novela deslavazada en la que los personajes son tan increíbles que ni siquiera tienen gracia, hablan y se comportan como en una serie televisiva de tercera división y sus sentimientos cambian al albur de lo que la novelista ha planeado para ellos. Ni que decir tiene que las situaciones son igualmente "rocambolescas" y "finamente adaptadas" a la conclusión final ya que no puedo llamarla desenlace, como sería propio en la literatura.
Os preguntaréis ¿Qué te ha gustado de la novela para haberla leído hasta el final?, pues, aunque parezca mentira, tras leer lo anterior, me ha gustado su tono reivindicativo de los servicios públicos (especialmente la Sanidad), me ha gustado su fuerza para reclamar democracia y honradez, me hubiera gustado su conocimiento de la enfermería si no hubiese usado estereotipos de enfermeras en lugar de enfermeras reales y me ha gustado la reivindicación de la lectura como "un acto de magia" y "un acto terapéutico".
Resumiendo que si yo fuera o fuese la editora de esta escritora le hubiese recomendado (con mucho cariño) que le "diese unas cuantas vueltas" a la novela antes de publicarla, pues lo que podría haber sido una gran novela se a quedado en una colección de topicazos desordenados.
Por último en esas características que Gisela Pou preconiza para las "enfermeras ideales", a saber: dedicación y entrega, amabilidad, calidez, implicación, pasión, disposición. Le ha faltado la más importante, la que suele faltar cuando se habla de enfermeras, aunque ellas la tienen por arrobas, esta es CONOCIMIENTO CIENTÍFICO.
Todas las otras puede tenerlas mucha gente que trabaja en un hospital o fuera de el, pero sin el Corpus Científico que distingue una profesión de un oficio, no hay ENFERMERAS.

Sinopsis (Ed. Planeta)
Ser enfermera era su vida, pero un hecho inesperado cambió su destino.
Cèlia Matheu es enfermera en el Hospital de Sant Pau en Barcelona. Una fría madrugadaaparece una mujer inconsciente en la playa y Cèlia descubre con consternación que la desconocida es Martina Constans, una amiga que murió ahogada en marzo de 1987 cuando el ferry en el que viajaba naufragó.
Cèlia, Martina y Nora fueron inseparables durante la adolescencia, y si aquella noche de agosto no hubieran entrado al recinto del hospital, sus vidas habrían sido otras.
Con un pulso contundente y una narrativa cuidadosa, La voz invisible dibuja un fresco del día a día en el microcosmos de un gran hospital, de las vidas, sueños y frustraciones de los que deciden velar por las vidas de otros olvidándose en ocasiones de las suyas propias.Una historia que nos habla de la fragilidad del destino y de las metamorfosis que todos sufrimos por los vaivenes de la vida.

La voz invisible (fragmento)

CAPÍTULO 1Dos años atrás, la reestructuración del funcionamiento del hospital la había obligado a trabajar en el turno de noche. No le importaba dormir menos horas, lo que realmente echaba de menos era no estar más cerca de los enfermos. Las noches eran largas y siempre que el trabajo se lo permitía iba de una habitación a otra para ver cómo se encontraban los pacientes. En aquellos paseos nocturnos, Celia se sentía Florence Nightingale; la mujer que convirtió la enfermería en una profesión la acompañaba desde la infancia. Candela, la madre de Celia, tenía la fotografía de Nightingale colgada en la pared del pequeño consultorio donde ponía las inyecciones. Durante años pensó que la señora en blanco y negro —que miraba, lánguida, el armarito de los medicamentos— era alguien de la familia. Siempre que después de una trastada la castigaban encerrándola en aquel cuarto que olía a alcohol y a farmacia, apenas el llanto y la rabia se apaciguaban, se sentaba en el suelo y, arropada por el rumor de conversaciones antiguas, hablaba con la señora de la pared. A ella le contaba sus secretos, sus temores, sus odios, y el día en que Candela le dijo que aquella mujer no tenía nada que ver con sus antepasados no sintió la menor decepción porque la mujer del retrato, a fuerza de confidencias, se había convertido en una buena amiga. Descubrir que Florence Nightingale había sido enfermera en el Hospital de Scutari durante la guerra de Crimea, saber que los soldados británicos la habían bautizado con el sobrenombre de la dama de la lámpara porque todas las noches recorría kilómetros de pasillos de aquel cuartel transformado en hospital, la entusiasmó. Desde aquel día, la dama de la lámpara, además de su cómplice, fue su heroína, y aquella mujer que había luchado por dignificar la enfermería se convirtió en un modelo a imitar. Celia quería ser enfermera, no como su madre, no como las amigas de su madre, sino como Florence Nightingale, una muchacha inglesa que se había rebelado contra las normas y las convenciones de una época.