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miércoles, 6 de diciembre de 2017

EL MISTERIO DE LA CASA ROJA


Con un ambiente "cercano" a Christie pero sin la maestría narrativa de Doña Agatha.
Resulta un poco anticuada aunque a los amantes del género puede servirles para pasar una tarde fría y nostálgica.
El autor es el mismo que escribió Winnie the Pooh y quizás los libros para niños sean más lo suyo que este género, que parece fácil pero no lo es¡¡

Sinopsis (Ed. Plaza y Janés)
El escenario es una casa de campo inglesa, perteneciente a Mark Ablett, llena de invitados, entre ellos un mayor británico, una actriz testaruda, y un joven atleta. El hermano de Robert, la oveja de la familia, llega desde Australia y es encontrado muerto en una habitación cerrada con llave. Mark Ablett ha desaparecido, por lo que Tony Gillingham y su amigo Bill deciden investigar, avanzando casi lúdicamente, a través de la novela, mientras que las pistas se acumulan y abundan las teorías.

El misterio de la casa roja (fragmento)

CAPÍTULO PRIMERO
LA SEÑORA STEVENS TIENE MIEDOLa Casa Roja dormitaba en el pesado calor de una tarde veraniega. Sólo se oía el zumbido indolente de las abejas en los cuadros de flores y el gracioso arrullo de las palomas en la cima de los olmos. Desde los lejanos campos llegaba, empero, el suavísimo ronroneo de una segadora, esa canción campestre, sedante si las hay, que acrecienta el placer de la tregua que nos hemos concedido, por contraste con el esfuerzo de los que allá trabajan...
Era la hora en que aun aquellos cuya función consiste en servir a los otros pueden reservarse al fin algunos momentos para sí mismos. En el office, Audrey Stevens, la bonita camarera, adornaba su mejor sombrero, charlando entretanto con su tía, la señora Stevens, cocinera y, sobre todo, ama de llaves, en casa de un solterón, el señor Marc Ablett.
—¿Es por Joe? —preguntó apaciblemente la señora Stevens, mirando el sombrero.
Audrey asintió con la cabeza y quitó un alfiler de su boca para clavarlo en un buen sitio del sombrero antes de explicar:
—¡Le gusta tanto el rosa!
—Tampoco a mí me desagrada — repuso su tía—. Ya ves que Joe Turner no es el único.
—Es un color que no le sienta a todos —dijo Audrey, manteniendo el sombrero al extremo de su brazo a fin de apreciarlo mejor—. Tiene elegancia, ¿no?
—Oh, te queda a las maravillas. También a mí me habría quedado muy bien, cuando tenía tu edad. Ahora resultaría demasiado llamativo, desde luego; lo cual no impide que la toilette me siente mejor que a muchas personas, créeme, y jamás he sido de esas que pretenden ser lo que no son. Si tengo cincuenta y cinco años, digo sencillamente mi edad y no me ando con tapujos.